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PPLL
Domingo, 13 de marzo 2011, 11:39
Eso es lo que sucede en Vilnius, el frío es tan profundo, tan helador, que nadie siente los pies, y las lituanas, por supuesto, no tienen ojos, sino zafiros azules puros engastados en rostros de porcelana. Y miran mucho las lituanas, no se cortan no, te estudian con curiosidad y te hacen una ficha de arriba abajo sin importarles un ápice que te des cuenta: como dice uno de los componentes del equipo, te miran tres segundos y parece que te han mirado toda la tarde. Así continúa el día a día del rodaje de 'Sangre en la nieve', bajo un cielo cerrado como una plancha de acero, que es el cielo que tenemos a las seis de la mañana, la hora en que el equipo se levanta, desayuna y se dirige hacia uno de los set de rodaje, en este caso el campamento de Mestelewo, el acantonamiento de la División Azul.
Realmente es minucioso el trabajo realizado por Eduardo Hidalgo. El encargado de recrear el lugar y la época lo hace de una manera tan prolija que me recuerda aquellos demonios que los talladores medievales trabajaban en zonas secretas de las catedrales, porque no importaba que no fuesen visibles por los fieles, basta con que los vea Dios, decían. Casualmente, aquí también nos mira Dios, así que asunto solucionado. Volviendo al set, allí se ruedan las escenas que toquen ese día, y una de las sorpresas que se lleva este novato es que las mismas escenas que están rígidamente organizadas en el 'storyboard' no se filman en orden, sino que se realiza en disposiciones arcanas y aleatorias -más tarde me explican que se busca una eficiencia económica-. Pero no sólo hay que filmar, sino cambiar los ángulos de la cámara y repetir y repetir las escenas en un mantra infinito hasta que se dispone de un material moldeable, que adquirirá todo su sentido en incontables horas ante el visor. Y sigo deambulando de acá para allá con mi libreta y me entero de que hay un señor lituano -con tremenda pinta de barbado terrorista checheno- que tiene un único cometido: mantener calientes los equipos para que el frío no los inutilice con una de sus caricias transparentes. Y una de las asistentes nativas me dice en inglés que la primavera en Lituania es muy violenta -????-. Y ante mí se cruzan un Kubelwagen, un SDKFZ, un camión Opel Blitz; esquivo un Flak; soy testigo del absurdo cuando un divisionario perfectamente equipado le enseña a un prisionero ruso un iphone para que escuche el sonido de las llamadas, el chisporroteo de las espadas láser de 'Star Wars'; me acerco hasta la tienda donde se puede tomar un té y hay un cañón de calor que te salva la vida cada cuarenta minutos; me quedo hipnotizado ante los palios, enormes sellos de tela que se utilizan para hacer rebotar la luz; me doy alguna hostia debido a las planchas de hielo o veo pegárselas, y al cabo me siento como un personaje más de 'La noche americana'. Entremedias, uno de los 'assistant' lituanos me mira como dudando si echarme de allí -nadie le ha advertido que un autor indiscreto anda rondando-, y antes de que se acerque con malhadadas intenciones pego la hebra con Pablo, uno de los encargados de recoger el sonido, que me explica que la nieve tiene la característica de absorber el sonido. A continuación, para seguir librándome de la mirada desconfiada y escrutadora del 'assistant', me junto con la 'script', María Guerra, que me dice que milagrosamente la Ley de Murphy todavía no ha hecho aparición durante el rodaje, explosiones a destiempo, inesperados ruidos de vehículos, extraños que aparecen en los planos, estropeándolos, y hay que tener en cuenta que en cine cada segundo de retraso o plano equivocado es dinero perdido. Pero si primero mencionamos a la Bicha, primero aparece. La escena del perro que toca en ese momento, en la que un pastor alemán debe atacar a Juan Diego Botto y casi arrancarle la pierna, al parecer no cuenta con la aprobación canina. Se producen tres cambios de animal con idénticos resultados, e incluso uno de los animales se mosquea con Carmelo Gómez y en vez de masticar la bota lo que quiere es masticarle a él. Y el sufrido Botto, que lleva alrededor de una hora tirado en el suelo, ofreciéndole el pie al can, seguramente con el culo helado, hasta que Murphy, al cabo de un intervalo inacabable, decide enderezar todo aquello y que al perro le apetezca dar un mordisco desganado. Un suspiro de alivio se extiende por todo el set.
Y las horas pasan, y llegan las cinco de la tarde, que es nuestro 'deadline', una hora en la que compruebo que siempre hace más frío justo el instante antes de que el sol se ponga. Y es entonces cuando la nieve susurra más, porque ésta siempre lo hace, y te dice ven a mí, hasta alcanzar ese punto de no retorno en que te tiemblan las rótulas y no tienes pies y la nariz se convierte en un témpano, y ya no hay nada que te pueda hacer recuperar el umbral imperioso de 36 grados, ni un bocado, ni un chocolate caliente, y como no te acerques con rapidez a un punto de calor, comenzarás a tener visiones de muchachas que aparecen en la nieve envueltas en seda y que bailan lanzándote besos y desaparecen en remolinos blancos, arrastrándote con ellas. La peluquera tuvo que ser ingresada en un hospital con una congelación en los pies de grado uno. Así de subyugante susurra la nieve en Lituania.
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