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PPLL
Domingo, 27 de marzo 2011, 01:03
Cuánto hacía que no escribía a mano? Mucho, tanto que no recordaba la última vez que me había puesto a dibujar folios enteros, que no es más que mi ansiedad por formar parte del lugar donde ocurren las cosas, como decía Coppola. Y contarlo, claro. Pues aquí estoy, cuaderno en mano, narrando semanas de ensayo, investigación, juego, creación, el complejo mundo del saber estar ante y detrás de una cámara. Como buen cinéfago, desde niño he querido participar en una película, y más en una como esta, 'Sangre en la nieve', con buenas localizaciones, decorados, perfecto maquillaje y atrezzo, extras a tutiplén, FX... Son mis impresiones, pero también las de los actores con los que voy departiendo, así que no resulta un deslumbramiento bisoño. De charleta con Carmelo Gómez, que acaba de regresar de una escapada a San Petersburgo, me relata que lo detuvieron en la frontera porque la poli rusa decía que no era el de la foto, y tanto: había adelgazado dieciséis kilos. Eso es meterse en un papel. A su vez me cuenta lo estimulante que resulta para un actor ser un personaje de otro tiempo con tu actualidad, con tu sangre; es algo posesivo, tan intenso que resulta difícil de explicar, el ayer se hace hoy, dice entrecortado, el otro es yo... quien lo probó, lo sabe, finaliza citando a Lope. Es algo que en un momento u otro del rodaje le he oído decir a otros actores. Después de tantos días en Lituania, el extrañamiento de la madre patria ya hace mella: hace poco tuvimos una escena con turrón, había unas cuantas cajas, los españoles sufrieron un ataque de nostalgia y el equipo se puso a comerlo a manos llenas, incluso los lituanos se acercaron con curiosidad y cierta prevención, como si fuese un animal exótico. En ese momento comenzó a nevar, copos que bailan en las corrientes heladas, y que cuando los recoges en tus guantes, debido a las frígidas temperaturas, se cuajan en esos fractales hermosísimos que salen en las ilustraciones escolares.
Me doy un garbeo por la furgoneta donde está localizado el cátering y bebo un vaso tras otro de agua; aquí, paradójicamente, el riesgo de deshidratación es alto porque el frío inhibe la sensación de sed. Me cruzo con Pablo, el chico de sonido, y me hace una reflexión: en España hay que estar vigilando constantemente el equipo así como las mochilas, lo cual complica la faena. Aquí no hay robos. Se marcha precipitadamente porque va a comenzar una de las escenas clave de la película: el violentísimo choque entre guripas y alemanes por una cuestión de honor. Kubrik se pondría cachondo con esta parte, él repitió 157 veces la escena del hacha en 'El Resplandor', y al cabo de un par de horas, aquí no deben ir muy a la zaga. Juan Diego Botto encañona a uno de los nazis con una mirada que derretiría las piedras, Manu Hernández se caga en la puta madre de los doiches, rostros torvos, la crispación, los insultos, la adrenalina, el miedo, la angustia, los gritos, las amenazas, un bosque erizado de armas... Finalmente pasa lo que pasa y a los voluntarios de la Falange que se enfrentaron a los alemanes les da por cantar. En mi novela, 'El tiempo de los emperadores extraños', la escena queda muy aparente, el problema es que en la peli los extras son todos lituanos, es decir, que no entienden ni papa de español. ¿Solución? Manu Hernández les da unos folios con la transcripción eufónica de la canción y los tiene repitiendo una estrofa tras otra hasta que se la aprenden de corrido. El descojone general se extiende al contemplar al grupo de guripas cantando las coplillas sin saber lo que dicen, hasta que al final, vive dios, lo hacen con tal convicción que parecen de Cuenca de toda la vida.
Melancolía
Hacia las cinco de la tarde, al filo de la jornada, me tomo un respiro y me acerco hasta el inmenso lago helado que bordea el set. Se distinguen puntos aquí y allá, pescadores solitarios que hacen agujeros en el hielo con un berbiquí y se pasan horas sentados en sus sillas pescando con un sedal, como en la escena final de 'La mancha humana', de Philip Roth. Siento cierta melancolía porque mañana cogeré el vuelo para Madrid, la producción todavía continuará un tiempo, pero el mío aquí se ha terminado.
Esta noche es mi 'última cena'. Volveré con algunos miembros del equipo a un bistró donde sirven especialidades francesas con un vino tinto australiano, un blanco austríaco y cerveza lituana, junto con postres parecidos a la crema catalana. Siempre nos atiende una camarera que se desplaza con la indiferencia y la elegancia de un cisne, y así la nombro, 'The Swan'. Cuando se lo digo, ella sonríe: es una celebración de la vida y lo sabe. Dice que se llama Ieva. Suena bien. Y todo el mundo acaba brindando por Ieva con algo parecido a grapa italiana. Más tarde, en la intimidad de la habitación, me enfrentaré de nuevo a la melancolía, ese punto muerto en la noche, el momento del coraje del que hablaba Napoleón, la hora temida en los monasterios y eremitorios de Tebaida, porque abre canales hacia nosotros para que las desgracias nos encuentren. Pero me convenzo de que en este caso no tiene sentido, porque lo único que he encontrado (me han encontrado) son experiencias y emociones acerca de las cuales podría replicar al replicante Roy Batty: yo he visto cosas que vosotros no creeríais. En efecto, Lituania viajará ya siempre conmigo. Y además todavía quedan un par de semanas de interiores en la Ciudad de la Luz. De veinte grados bajo cero a veinte calurosos grados. Alicante nos espera.
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