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TEODORO SAN JOSÉ
Miércoles, 13 de abril 2011, 15:57
Comenzaron en 2008 con un rebaño de unas seiscientas ovejas. El primer año se les murieron 410 y otras doscientas y pico cabezas de ganado ovino más el segundo; compraron otras 306 ovejas más y perdieron 172. En poco más de dos años, tras sendas vacunaciones de lengua azul, la explotación de Yolanda Crespo se ha quedado sin más de 800 ovejas. Por el camino también se ha dejado parte de su salud.
Yolanda y su marido Ignacio García achacan la mortandad ovina en su cabaña a la vacuna. Consideran que se ha tratado de un claro caso de causa-efecto, y reclaman a la Administración que les indemnice por las bajas y por las pérdidas. Pero la Consejería de Desarrollo Rural se rige por otros parámetros; sólo les abonó la reparación por las ovejas muertas antes del 11 de abril de 2009; para el resto no encuentra resultados concluyentes, por lo que no procede ningún resarcimiento.
«A partir de abril de 2009 no se les puede indemnizar por lengua azul», sostiene Ismael Esparza, director de Ganadería, «porque fue cuando se declaró extinguido el foco y Cantabria quedó libre de esa enfermedad. Y salvo que se declarase algún foco más, que no es el caso, no tienen derecho a ese pago».
Ni ellos ni otros ganaderos de la región. El del matrimonio García Crespo no es el único. Se sabe de casos similares, bien por número de reses muertas, bien por parangón, en explotaciones de Novales, en Cieza, en Omoño, en Anero. Afectados que perdieron decenas o cientos de ovejas luego de ser vacunadas y a los que se les respondió lo mismo tras aquel abril de 2009. «Reclamé y me dijeron que no daban nada a nadie», explica Ángel Sota, ganadero de Omoño, que perdió 25 ovejas y otras tantas afectadas.
Por aquellas fechas de 2009, a Yolanda Crespo, que trabaja su explotación en La Cocina (Valdáliga), se le habían muerto 410 ovejas. Ganadería sí les indemnizó por ellas. Una media de 59 euros por cabeza. Pero ya no se hizo cargo de las que murieron a continuación. «Las 238 ovejas que quedaron del primer rebaño fueron cayendo todas; de diez en diez, de veinte en veinte al principio; luego un goteo de una o dos diarias...» relata Ignacio. Su rebaño se redujo a la mínima expresión y se quedaron casi con lo puesto, sin indemnización, viviendo a costa de la familia y de préstamos y de buenas personas, dicen, que se fían de ellos.
En 2009 volvieron a comprar más ovejas. Se las vacunó, pero de las 306 con que contaban vuelven a perder otras 172. «Fue pincharlas contra la lengua azul y empezar a caer», relata Ignacio indignado. «En dos días comenzaron a morirse. No dan leche, se muere el cordero, que no tiene de qué mamar, y la oveja se seca y muere». Vuelve a ponerlo en conocimiento de la consejería. Y reclaman al tiempo otras indemnizaciones por lucro cesante, como los alrededor de quinientos corderos que han perdido estos tres años, «pero no es posible», señala Esparza tras el informe de los servicios jurídicos, que han resuelto que no hay derecho a la indemnización.
«Si consideran que las ovejas muertas son por mala praxis en la vacunación deben reclamarlo a la empresa adjudicataria de la campaña. Si entienden que la Administración es el causante del daño, tendrán que acudir al contencioso», señala el director de Ganadería. «La consejería no quiere reconocer que la vacuna les hace mal a las ovejas», responde Crespo, «porque las que no mueren quedan en mala forma, no cogen carne, abortan... y encima nos dicen que si no las cuidamos es culpa nuestra».
Ya no vacunan
Erre que erre, Yolanda e Ignacio han vuelto a comprar más ovejas. Otras 400. A éstas ya no las vacunan. Bajo su entera responsabilidad. «Esperamos sacar cuatrocientas crías, venderlas y empezar a vivir y a pagar todo lo que debemos».
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