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GERARDO J. CUETO ALONSO JOSÉ SIERRA ALVAREZ
Domingo, 17 de abril 2011, 02:22
Desde que, en el mes de octubre pasado, fuese inaugurado el Centro de Interpretación El Camino de las Harinas, en la localidad de Pesquera, Cantabria puede enorgullecerse de disponer de una infraestructura museística de primer orden, en un ámbito cultural, el del patrimonio industrial y de obra pública, en el que no está precisamente sobrada de instalaciones de calidad.
No se trata, desde luego, de una infraestructura cultural de rango local, ni por su envergadura museística, ni por el ámbito espacial al que se refiere, pues bien conocido es que el corredor del Besaya (o "camino de las harinas", en denominación usual desde finales del siglo XVIII) ha venido desempeñando un papel vertebrador en el modelo histórico de industrialización de Cantabria y de articulación comunicacional de su territorio.
Como corresponde a una operación de calado, su proceso de gestación ha sido largo, trabajoso y complejo. El inmueble que la aloja, una macla de edificios que albergó a La Montañesa, una fábrica de harinas funcional hasta la década de los años setenta, fue adquirido por el Ayuntamiento en 2002, una vez que su maquinaria, sobre la base de gestiones muy personales de Pedro Hernández Cruz, lo fuese en 1990 por el Colegio de Ingenieros Industriales. Al filo de 1998, ambas instituciones sugerían su rehabilitación como sede de dos talleres agroalimentarios, en una parte, y como Museo de la Arqueología Industrial Molinera, en la otra. Con todo, y tras la inclusión de la maquinaria en la relación de bienes inventariados de Cantabria en mayo de 2003, el empujón final habría de llegar en 2005, cuando la Consejería de Medio Ambiente del Gobierno de Cantabria, de la mano de su entonces responsable, José Ortega Valcárcel, decidiese acometer la restauración del inmueble (a cargo de Polanco y Díez, Arquitectos), al tiempo que, a través del Centro de Investigación del Medio Ambiente (CIMA), encargar al Grupo de Investigación en Geografía Histórica del Paisaje de la Universidad de Cantabria (en las personas de Alberto Ansola y José Sierra) la realización de una investigación monográfica acerca de la historia caminera y harinera del corredor del Besaya.
Tal pesquisa (publicada en 2007 por la Consejería bajo el título de 'El camino de las harinas: Geografía, Historia, Patrimonio') hubo de prolongarse en la redacción del proyecto museológico que, ya con Francisco Martín como consejero, Javier García Oliva como director general de Medio Ambiente y con María Luisa Pérez como directora del CIMA, acompañaría a las bases del concurso público para el desarrollo museográfico correspondiente. La empresa ganadora del concurso público al efecto, Empty, ha venido trabajando en ello desde entonces. Y he aquí cómo, tras una veintena de años de esperanzas, expectativas y trabajos, Cantabria dispone ya de una instalación de referencia en ese ámbito tan crucial como difuso que hemos dado en llamar patrimonio territorial.
Derribado uno de los dos almacenes de que disponía, que dificultaba el acceso y, sobre todo, la visibilidad del conjunto, éste incluye hoy una interesante obra hidráulica (azud, caz y socaz) que va cosiendo a los tres edificios que se conservan. En primer lugar, un molino documentado desde al menos mediados del siglo XVIII que, de abajo a arriba, alberga los restos de la primitiva instalación (exhumados en el proceso de rehabilitación arquitectónica), el espacio de acogida de visitantes y una pequeña sala de trabajo y actos públicos, correspondiente a la antaño vivienda del molinero. Luego, un gran almacén que acoge una exposición permanente acerca de las distintas vías que, seguramente desde época romana, han venido superponiéndose en el corredor del Besaya hasta la actual autopista, pasando por los caminos medievales, el camino real del siglo XVIII, el ferrocarril y las carreteras del XIX y XX, además de materiales diversos acerca las actividades de arriería, carretería y, en general, transporte suprarregional. Y, finalmente, el edificio de la fábrica de La Montañesa, construido en 1920 y que alberga a la propia maquinaria de preparación, limpieza, molido, clasificación y cernido de los granos (magníficamente restaurada por la empresa corraliega La Garabita y completada con la adquisición de varias unidades de los molinos Morros desaparecidos), así como dos turbinas, un conjunto de apariencia laberíntica de conductos y transmisiones que articulan las tres plantas de que consta y un buen acopio de materiales expositivos que aspiran a comunicar al visitante y al estudioso la historia y patrimonio harineros del Besaya, configurado por restos de un rosario de instalaciones que, en algún momento del pasado, constituyó el complejo harinero más importante y especializado de España.
Mucho, pues, es lo que se ha hecho y está ya a disposición de la sociedad, la cántabra y la foránea. Es lo esencial, sin duda. Pero no lo único. Porque la aspiración de crecimiento del centro exige, no sólo su dinamización mediante exposiciones temporales o conferencias y jornadas especializadas, sino también su integración con el inmediato entorno (mediante, por ejemplo, ampliación de la visita a la presa, al cubo de la segunda turbina o a la salida del socaz), su inserción en rutas territoriales que arranquen del centro con destino a viejos caminos (el de Las Conchas o el dieciochesco entre Pesquera y Bárcena de Pie de Concha, por ejemplo), a infraestructuras ferroviarias del valle o a los restos de las casi treinta harineras que, entre Cañeda y Las Caldas, eran movidas por las aguas del Besaya. La integración del centro en redes temáticas de alcance nacional o internacional, tanto en el ámbito de la harinería (por ejemplo, los museos vinculados al Canal de Castilla) como en el del viario (por ejemplo, a través de las asociaciones y museos ferroviarios), fomentará sin duda sinergias que redundarán en el beneficio de todos. Como también lo hará la puesta en marcha de un pequeño centro de documentación, para el que se dispone ya de un fondo inicial no desdeñable. Y todo ello, sin descuidar la deseable incidencia económica del centro en el tejido social del municipio y del tramo alto del valle, sea en términos de empleo o sea en otros aspectos. Son caminos y asuntos muy costosos -en trabajo y en recursos- que habrán de ser andados. Pero hoy es el tiempo de otra cosa; es el tiempo de conocer el Centro de Interpretación El Camino de las Harinas y de felicitarnos por disponer de un tan brillante punto de partida gracias al Ayuntamiento de Pesquera, al Colegio de Ingenieros Industriales y a la Consejería de Medio Ambiente del Gobierno de Cantabria.
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