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Trujillo y Franco, en coche descubierto durante una visita del dictador dominicano a España. :: R. C.
Los dominicanos cierran las últimas heridas de la dictadura del Chivo
INTERNACIONAL

Los dominicanos cierran las últimas heridas de la dictadura del Chivo

El nuevo Museo de la Resistencia homenajea a las víctimas de la dictadura de Rafael Trujillo al cumplirse 50 años de su ejecución por un grupo de patriotas

MILAGROS L. DE GUEREÑO

Domingo, 29 de mayo 2011, 02:24

«Les prepararas una emboscada en la carretera a las hermanas Mirabal, deben morir y se simulará un accidente automovilístico, ese es el deseo del jefe». El jefe era el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina, un ególatra corrupto y mujeriego empedernido obsesionado porque Minerva Mirabal le rechazó. Enloquecido, fue tratado por un psiquiatra brasileño, persiguió a la muchacha y a su familia durante años. Ordenó su asesinato que se concretó el 25 de noviembre de 1960. Lejos de solucionar un problema, la ejecución de Minerva y María Teresa marcó el principio del fin de su régimen de terror. Moriría acribillado en su coche el 30 de mayo de 1961.

Cincuenta años después, la República Dominicana homenajea a sus 50.000 víctimas, a los «patriotas» que le ejecutaron y exorciza los demonios del pasado. Seminarios, conferencias y exposiciones han sido programados para recordar la muerte del «dictador enfermo, megalómano, narcisista, acaparador, violador y criminal». Hoy se inaugura el Museo de la Resistencia con 168.000 documentos sobre la era trujillista declarados patrimonio de la humanidad por la Unesco.

Trujillo tenía 58 años cuando conoció a Minerva, de 23, una de las cuatro hijas de un respetado empresario provinciano. La joven rechazó tres veces los requiebros del poderoso mulato que se ponía polvos para disimular su origen y que en su afán de blanquear la población favoreció el arribo de granjeros japoneses y judíos que escapaban del holocausto nazi. El tirano intentaba esconder sus canas pero no el poder que acumuló desde que en 1930, con 41 años, apoyó el golpe de Estado encabezado por Rafael Estrella contra el presidente Horacio Vázquez siendo comandante en jefe de la Guardia Nacional, la milicia creada por Estados Unidos.

Chapita, otro de sus alias, engaño a Estrella. Se presentó a las elecciones. Sirviéndose de esbirros, delatores, sicarios y torturadores sembró el terror. Deshizo a la oposición, 'ganó' los comicios y comenzaron 31 años de tiranía. Washington le ayudó por su anticomunismo. Sus pistoleros asesinaban a quien el jefe considerara una amenaza. Si quería una empresa, una finca o una chica la tenía, por las buenas o por las malas. Haciendas rurales, industrias o tiendas se confiscaban y pasaban a engrosar la lista de sus negocios. Formó un monopolio personal de 30 empresas, el 90 % del total. Además poseía del 71 % de la tierra cultivable. Luisa de Peña, directora del museo asegura que los asesinatos se cometían por causas de disidencia política, la negativa a trabajar para él y vínculos con personas consideradas enemigas del régimen.

Intervención de la CIA

Pero se le fue la mano. Sus crímenes fueron demasiado notorios. En 1937 ordenó la muerte de 17.000 haitianos que vivían en la República Dominicana. En marzo de 1956, dio luz verde al secuestro en Nueva York del exiliado vasco Jesús Galíndez y su traslado a la isla donde fue torturado y asesinado. La gota que colmó la paciencia estadounidense fue su participación en el intento de asesinato del presidente venezolano Rómulo Betancourt. Sus desmanes molestaban ya a Washington y la CIA entregó armas a los dominicanos que le mataron.

Se presentaba como el benefactor de la Iglesia católica pese a tener varias esposas y un sinfín de amantes jóvenes a las que instalaba en imponentes mansiones y diez hijos reconocidos. La última querida fue Silda, una rumbera cubana de piel canela que estaba en España cuando Trujillo fue emboscado en la autopista que va de Santo Domingo, entonces Ciudad Trujillo, a su natal San Cristóbal. Las balas le atravesaron el mentón, las costillas, un brazo, la fosa iliaca izquierda y la primera falange del dedo índice izquierdo.

El presidente Leonel Fernández fue de los primeros políticos en evaluar estos cinco decenios tras la muerte de Trujillo. Firmó un decreto señalando que el acto que acabó con la vida del tirano, que un merengue popularizó como el día de la libertad para los dominicanos, «puso fin a tres décadas de oscurantismo, sumisión y barbarie». De la mano de Fernández la República Dominicana se ha reafirmado en la senda de la democracia y el crecimiento económico basado en el desarrollo turístico. El país caribeño, aún en transición según algunos expertos, va dejando atrás las heridas infligidas por la dictadura del Chivo, alias que popularizó la novela de Mario Vargas Llosa.

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