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De izquierda a derecha, Ángel Pelayo, Vicerrector Coordinación de Centros UIMP, Ana González Pescador, concejal de Economía y Hacienda del Ayuntamiento de Santander, José Luis Abellán, director de la Cátedra Menéndez Pelayo de la UIMP, los coordinadores premiados, Nelson R. Orringer, Luis M. Valdés Villanueva, Manuel Garrido Giménez, Margarita María Valdés González y Ramón E. Mandado Gutiérrez, Presidente de la Real Sociedad Menéndez Pelayo. :: ROBERTO RUIZ
La sutil reivindicación de la heterodoxia por Menéndez Pelayo
SOTILEZA

La sutil reivindicación de la heterodoxia por Menéndez Pelayo

Reflexiones ante el centenario de su muerte (1912-2012)

PPLL

Viernes, 3 de junio 2011, 02:08

Corre por Santander una simpática anécdota en la que los protagonistas son el popular Alcalde de la ciudad durante la segunda república Macario Rivero y el Presidente de la República Manuel Azaña. Con motivo de una visita oficial a la ciudad del Presidente salió a recibirle a la estación del ferrocarril el Alcalde con toda la corporación municipal. Al poner el pie en tierra y recibir el bastón de mando, el 'intelectual' Azaña pronunció estas palabras: «Es para mí un gran honor poner el pie en la tierra que vio nacer al autor de 'Los heterodoxos'». Al bueno de Macario, que no se distinguía precisamente por su nivel cultural, el término «heterodoxos» le sonó a cosa de iglesia e inmediatamente le respondió: «¡Sí, señor Presidente, les queremos mucho y todos los años les sacamos en procesión!». Evidentemente el Alcalde pensó que los heterodoxos no eran otros que los santos mártires Emeterio y Celedonio, patrones de la ciudad.

Si la anécdota es cierta, ello demuestra la alta estima en que un hombre como Manuel Azaña, profundamente laico y liberal, tenía a Marcelino Menéndez Pelayo y a su 'Historia de los heterodoxos españoles'. Ello contrasta con las opiniones que de la obra y de su autor había expresado medio siglo antes otro Presidente de la República española, en este caso de la primera, y también liberal, Emilio Castelar y pone de relieve cómo el paso del tiempo sirve para apaciguar las pasiones y amortiguar el peso de las ideologías.

Emilio Castelar publicó, poco después que viese la luz la obra de Menéndez Pelayo (1880-1882), un extenso artículo en El Día de Madrid de 21 de marzo de 1882. Este artículo periodístico fue luego recogido por el autor en su obra 'Retratos Históricos, Madrid 1884' y ha sido reeditado recientemente en 'Examen crítico de la obra de Menéndez Pelayo' (2010, Publican Ediciones y E. C. H. Ediciones, Biblioteca Menéndezpelayista 2) donde, además del estudio de Emilio Castelar se reeditan otros de Bernardino Martín Mínguez con comentarios introductorios de G. Capellán de Miguel y José Luis Ramírez Sádaba. En su artículo Emilio Castelar, entre otros juicios, definía 'Los heterodoxos' como salidos de la pluma de un historiador escolástico, absolutista e intolerante, aunque reconociendo que el libro atesora una inmensa erudición y sus noticias no tienen número ni precio. Pero, añade entre otras muchas críticas, que, aunque conoce todas las particularidades mínimas de la materia por él historiada, ignora toda su filosofía llevado de su voluntad piadosa y de sus beatos escrúpulos: «El señor Menéndez Pelayo no teme errar; teme pecar». Aunque el documentado estudio de Emilio Castelar yerra al tener a Menéndez Pelayo por Escolástico (nunca lo fue ni quiso que le tuvieran por ello) exhibe en cambio una gran formación histórica (¡qué hombres cultos como Castelar y Azaña estuvieron al frente de las dos Repúblicas en un país de incultos!), pero sobre todo, es un canto a la «tolerancia religiosa» que por primera vez se había implantado en España con el artículo 11 de la Constitución de la Primera República y que a su entender era incompatible con la obra de Menéndez Pelayo a la que califica de «loa de la infame (en otro lugar 'implacable') intolerancia». No quiero detenerme aquí hoy en el análisis del estudio de Emilio Castelar, que aparte de su inquina personal y diferencias ideológicas con Don Marcelino, muy atemperadas por ambos al final de sus vidas, me ha sorprendido por sus conocimientos de la historia del Cristianismo de todas las épocas. Pero sí quiero contrastar sus juicios con las feroces críticas que casi al mismo tiempo le dedicaba a Menéndez Pelayo el jesuita Bernardino Martín Mínguez y que han sido recogidas en el mencionado estudio editado por la Universidad de Cantabria. Me detendré en ellas porque son, pienso, el más fiel reflejo de los juicios encontrados a que dio lugar la 'Historia de los heterodoxos españoles'. Si, como señalaba antes, la gran debilidad de esta obra para el liberal Castelar era que estaba inspirada por una «voluntad piadosa y beatos escrúpulos» y que el autor tiene «más miedo a pecar que a errar», para el jesuita de Carrión de los Condes, el mayor heterodoxo de la obra era el propio Menéndez Pelayo. Se lamentaba de que no haya sido víctima del Índice romano, además de ser un producto de la «eximia ignorancia y temerario atrevimiento» del santanderino, y denunciaba que tanto el Sr. Menéndez Pelayo como la Academia de la Historia que lo había acogido «no sólo han caído en tan estupenda barbaridad sacrílega sino que también en boca del mismo Jesucristo repiten la impiedad y la herejía».

Baste esta selección para poner de relieve que los escritos del jesuita contra Menéndez Pelayo y su obra son unos simples panfletos inspirados por el odio y la frustración, llenos de descalificaciones, en que trata de demostrar sin fundamento alguno que el santanderino era un simple plagiario que ni siquiera sabía el latín, y que además la obra está plagada de herejías. Con buenas razones, Menéndez Pelayo nunca se preocupó de responder al jesuita palentino ni siquiera de mencionarle en el prólogo a la reedición de su obra. En la introducción a la reedición de los escritos de B. Martín Mínguez, G. Capellán explica los odios y desprecio de éste por la entrada de Menéndez Pelayo en el partido político Unión Católica liderado por 'los Pidales' lo que le lleva a defender que todo el prestigio y éxitos y nombramientos académicos de que disfrutó eran prebendas por su militancia en dicho partido. Pero, detrás de la anécdota de la adscripción a un partido católico conservador que para los católicos novalistas estaba infectado hasta lo más hondo de liberalismo, subyace el hecho de que a Menéndez Pelayo le tocó vivir en una de las épocas más convulsas desde el punto de vista político y religioso de la historia de Europa y, en especial, de España. Baste recordar que nació en 1856 en pleno pontificado de Pío IX, autor del famoso Sylloge de todos los errores modernos. Fue el mismo papa que proclamó mediante el concilio Vaticano I su infalibilidad en el preciso momento en que las tropas del rey de Saboya ponían cerco a Roma para convertirla en capital de un Estado Italiano que el papado no reconocerá hasta los Pactos Lateranenses firmados por Pío IX y Mussolini en 1929. En el 'Syllabus' o colección de los errores modernos de 8 de diciembre de 1864 Pio IX condenó todos los avances de lo que denominamos «la modernidad»: desde el derecho a la libertad religiosa, al matrimonio civil y la separación Iglesia-Estado hasta la idea de que el Sumo Pontífice pueda transigir con «el progreso, el liberalismo y la civilización moderna». Es cierto que Pío IX seguía los pasos de su predecesor Gregorio XVI quien en la Encíclica Mirari Vos de 1832 ya había condenado «la libertad de conciencia», «un pestilente error que se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes.».

Nacido en una familia provinciana profundamente católica, Menéndez Pelayo escribió los Heterodoxos en este ambiente de catolicismo ultraconservador y, cuando, producto de una madurez vital y una enorme inteligencia, evolucionó hacia posturas de tolerancia religiosa e ideológica se encontró con la oposición radical y los odios de personas como B. Martín Mínguez anclados en el catolicismo más intransigente. Esta evolución intelectual, ideológica y política del santanderino fue criticada por sus enemigos, los Nocedal, en un artículo publicado en El Globo del 21 de agosto de 1884 con una fina ironía no exenta de humor que constituye una magnífica semblanza física e intelectual de sabio descuidado que fue D. Marcelino y del que no nos resistimos a reproducir algunos pasajes, publicados en el artículo titulado 'Los hombres del día. Don Marcelino Menéndez Pelayo' y que también está reproduciendo en las pp. 189 y ss de la obra Examen crítico, mencionada antes: «Desde que es diputado, por obra y gracia de la Unión Católica, ha mejorado de aspecto. Quien antes le hubiese visto a paso lento por la calle Ancha, o ensimismado ante el escaparate de las librerías, jamás habría podido imaginar que aquel jovenzuelo endeble y flacucho, de escasas barbas negras, ojos fríos y duros con una vaga tendencia al estrabismo, no nada bien trazado, con la capa, si era invierno, caída de los hombres y el oscuro pantalón lleno de flecos y barro en todo tiempo, desempeñase una de las más importantes cátedras de la Universidad de Madrid, tuviese asiento en las Academias de la Lengua y de la Historia, y figurase por derecho propio entre nuestros primeros literatos . Los ultramontanos tienen fe ciega en el señor Menéndez Pelayo, le ponen por las nubes, han hecho de él un menos que mediano diputado y consideran como bien propio y exclusivo su improvisada aunque legítima gloria. Les espera, a nuestro entender, un desengaño igual al que han sufrido ya los tradicionalistas puros. Concurren en el joven profesor y académico dos condiciones absolutamente incompatibles con la estrecha secta en que aparece matriculado. Posee una independencia salvaje y es un pagano locamente enamorado de la hermosura y de la forma. Enciérrenle bien, mientras puedan, los ultramontanos; pero vivan persuadidos de que se emancipará algún día, proporcionándoles un estupendo disgusto».

Es evidente que Menéndez Pelayo y su gran obra sobre 'Los heterodoxos' no dejó indiferente a nadie en un momento de enorme efervescencia política, ideológica y religiosa y cuando el nivel intelectual de la universidad y del país en general era tal que resultaba difícil entender y asimilar una mente y una erudición tan prodigiosas como las del polígrafo santanderino. Siglo y medio después de la publicación de su magna historia de la herejía española y, cuando estamos a punto de conmemorar el Centenario de su prematura muerte en 1912, la Real Sociedad Menéndez Pelayo, heredera de su legado intelectual desde su fundación en 1918, se prepara para celebrar este acontecimiento. Si en su momento el libro de D. Marcelino contribuyó a una sutil reivindicación de la heterodoxia en la cultura española de su tiempo, creemos que su relectura y análisis pueden contribuir a suscitar el interés y el debate en la actual sociedad española en la que las ideas y prácticas religiosas están experimentando un acelerado proceso de cambios en un Estado como el español que en 1978 dejó de ser confesional.

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