El último telegrafista de Liébana

Antonio Conde nació en la localidad asturiana de Ribadesella en el año 1946 y, muy pronto, comenzó a trabajar para Correos. Desde entonces, y han transcurrido 49 años, las cartas, los telegramas, los giros y, ya recientemente, los burofax, han formado parte de los quehaceres diarios del que llaman el último telegrafista de Potes, al que sus compañeros y amigos rendirán mañana un merecido homenaje con motivo de su ganada jubilación.

Cuenta Conde que pocos años después de comenzar a trabajar en Correos aprobó las oposiciones como funcionario y, después de trabajar en Gijón y Ribadesella, en 1975 llegó a Liébana, donde ha permanecido desde entonces.

«Sustituí a un suplente del Barco de Ávila. Mi primer sueldo en Liébana fue de 17.500 pesetas y en aquellos años se trabajaba de lunes a domingo», afirma el telegrafista. En el momento de su incorporación, en la oficina de Correos de la villa había un administrador y tres carteros, además de veintitrés carteros que repartían la correspondencia por los pueblos.

Recuerda que en aquellos años «lo que más se usaban eran los giros», fundamentalmente, sonríe, «los giros que enviaban las familias a los hijos que estaban haciendo el servicio militar».

En Potes había un receptor de morse «por donde salía la cinta marcada con punto y raya; un receptor acústico y un teletipo».

Las anécdotas en torno a ellos son abundantes en casi medio siglo. «En mis años de telegrafista, recuerdo una vez que llevé un giro a una señora que no sabía escribir y como no tenía la almohadilla con la tinta, la tuve que pintar el dedo con un bolígrafo para que marcara el impreso», recuerda Conde, quien a mediados de los años noventa abandonó el trabajo de telegrafista para reconvertirse en cartero.