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PPLL
Viernes, 1 de julio 2011, 02:18
En fin, me llamo Clara, tengo veintiséis años, he terminado magisterio educación infantil, estoy en el paro, tengo un novio desde hace siglos al que llamamos Míchum, no soy muy guapa pero tampoco fea, digamos que tengo un algo. Me considero introvertida, sensible, y me gusta pasar la mano por los setos recién cortados, y coleccionar muñecas de porcelana, y a todo quisque le saco parecido con algún actor y..., en fin, y estoy comprometida en matrimonio con tres hombres distintos».
En efecto, por una serie de circunstancias que la chica nos contará con todo detalle (o casi), mi protagonista compagina tres relaciones sentimentales simultáneas: con Míchum, el novio de toda la vida, un buenazo que se gana la vida como portero de discoteca; con Martello, cincuentón de oscuros orígenes y acomodado presente; y, finalmente, con Pelayo, un activista apasionado y sensual. No acaba de decidirse a renunciar a ninguno de los tres, porque representan diferentes facetas de las que no quiere desprenderse: la ternura, la seguridad, y la pasión. La situación se complica cuando los tres le proponen matrimonio sucesivamente, y ella acepta. Tendrá que decidirse, pero no ahora...
El planteamiento de la novela se enmarca en un contexto de comedia, aunque la vida pueda, una vez más, superar a la ficción. Pero la magia de la ficción permite que, tras planteamientos poco probables, se pueden esconder temas universales: las dudas, inseguridades y miedos que nos asaltan cuando estamos a punto de dar un paso decisivo en nuestra vida. No podemos vivir sin amor, pero el amor es lo más complicado del mundo, pues va acompañado de otras realidades: ternura, fidelidad, sexo, compromiso, familia... Cómo equilibrar todo esto se puede volver, para muchos, misión imposible, y, por tanto, en alguna medida se puede afirmar que, como se dice ahora, Clara somos todos.
No creo traicionar mi elevado sentido santanderino del pudor si desvelo que la novela se empezó a gestar en los meses previos a mi propia boda. Pero hasta ahí las semejanzas, que conste. El otro desencadenante fue una anécdota personal: el encuentro con un transeúnte sin techo que una tarde conocimos F. M. y yo en condiciones lamentables, desesperado y empapado en los soportales de una iglesia. Le invitamos a cenar, le pagamos el billete a su destino, e incluso mi amigo le prestó ropa seca (a fondo perdido, claro). En mi novela, Míchum es el que hace los honores al patético Cipri, desempleado de Requena, y al cabo de unos años del suceso, el joven tiene una inexplicable corazonada: Cipri volverá, con dinero y posición tras haber recuperado el patrimonio familiar, y le proporcionará un empleo decente que le permitirá dar a Clara una boda digna. Esta corazonada redentora (concebida como un guiño al personaje dickensiano de Pip en 'Grandes esperanzas'), sobrevolará gran parte de la trama, y sólo al final sabremos si se ha cumplido o no. (Por si alguien se lo pregunta, no volvimos a saber nada del 'Cipri' real; ni siquiera un embutido de Requena. Pero tampoco lo hicimos por eso...)
He pretendido crear una historia ágil, entretenida, incluso divertida. Se puede leer en diversos niveles, pero algunos lectores captarán guiños a clásicos ingleses, a Dickens, a Shakespeare, a Hardy, a Wilde, a Waugh. Pero también encontrarán ingredientes de cultura popular: hay bastante cine en la mente de Clara-narradora, y bastante cómic en la de Míchum-narrador. También, para completar la ensalada, introduzco episodios ambientados en un período de la historia reciente de nuestro país: así, Clara acude como voluntaria a Muxía, a limpiar el chapapote, en el invierno 2002-03; y una secuencia pivotal de la historia transcurre en el marco de los luctuosos sucesos madrileños del 11-M: «Lo que pasó aquel 14 marzo de 2004 seguirá siendo un misterio insoluble», dice Clara. Tranquilos, no se refiere a la política, sino a una muerte misteriosa que dará un giro inesperado a la trama.
Cuando allá por 1998 salió a la luz mi libro de relatos 'Hay cosas peores que la lluvia', me permití bromear con la información biográfica de la solapa: «[Carlos Villar] escribe con gran parsimonia su primera novela, 'Calle menor'». Recuerdo que Care Santos lo reseñó en El cultural y se mostró atraída por el método. Pues bien, lejos estaba yo de imaginarme entonces que, a la vuelta de los años, la parsimonia sería una de las constantes que presidiría mi (hasta la fecha, discreta) carrera literaria.
A diferencia de 'Calle Menor'(2004), escribí 'Mientras ella sea clara' con pasión y celeridad, sin los largos parones y costosos recomienzos a los que me obligó la vida en la anterior novela. Pero, una vez escrita, Clara se ha tomado su tiempo en ver la luz. En el primer concurso al que la presenté, recién salida del horno, el ovetense 'Tigre Juan', quedó finalista. Esto me hizo albergar mis propias «grandes esperanzas». Luego conseguí que una agencia literaria catalana se interesara por ella, y firmamos un contrato de dos años, con tan mala fortuna que, al poco tiempo, la titular de la agencia se ausentó precisamente ese periodo para dedicarse a otros menesteres culturales, por lo que la novela durmió una larga siesta. Luego vinieron concursos, y llamadas a diversas puertas editoriales, con la continua sospecha de que el manuscrito permanecía intacto en la mayoría de los casos. Finalmente, a comienzos de 2011, me cayó del cielo Jesús Herrán, editor de Valnera (¿o he dicho de bandera?), que se entusiasmó con la novela. Esta vez no hubo parsimonia. En unos pocos meses, Clara ha visto la luz, con una edición impecable y una portada exquisita.
Comienza ahora una nueva fase, no menos dura y no menos apasionante, la de oír a los lectores. Confieso ser presa de un cierto miedo escénico, pero también entiendo que sin lectores no existe literatura. Por muy romántico que uno se crea, en el fondo escribimos para que nos lean, y, a mi propia concepción de los personajes e interpretación de los hechos ficticios, se añadirán ahora las múltiples percepciones de cada uno de los lectores. Esto siempre me ha parecido una parte no pequeña del milagro comunicativo que es la literatura.
Por tanto, con satisfacción paterno-materna y temor reverencial presento ante el público cántabro mi nueva criatura, protagonizada por esta santanderina no demasiado ejemplar pero que acaso no nos importaría conocer. Ahora el lector tiene la palabra. Deseo que la espera haya merecido la pena.
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