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JOSÉ AHUMADA
Viernes, 15 de julio 2011, 10:58
En Villa Iris hay un trajín tranquilo: la actividad es reposada, pero constante. Las fotografías -pequeñas, grandes y muy grandes- cuelgan de las paredes de la planta baja y se amontonan sobre el suelo y encima de mesas de tablero y caballetes. Unos cuantos ordenadores y un par de impresoras completan el inventario y un escenario de desorden derivado del trabajo que hace honor a su condición de taller.
El británico Paul Graham ha dirigido durante dos semanas el trabajo de un grupo de quince fotógrafos llegados de todo el mundo. Imágenes exóticas en colores vintage, retratos de ancianas de calidad pictórica, series de personajes en blanco y negro... resulta sencillo clasificar por autores el material generado durante todo este tiempo; no es tan fácil detectar un rumbo común, como no sea el avance que todos han experimentado con su paso por Villa Iris. «No intentamos hacer un documental sobre Santander, sino de reforzar su trabajo, hacer que ascienda al siguiente nivel», explica el fotógrafo británico.
Imagen y poesía
La producción de Graham durante los últimos treinta años lo mantiene como referencia de una fotografía que equilibra los valores artísticos y documentales. Proporción, presencia, intimidad, ritmo, pausas, reflejo, equilibrio... conceptos quizás más cercanos a la poesía que a la imagen, han sido algunos de los temas abordados en estos días de convivencia creativa. «El fotógrafo realiza una labor solitaria, está aislado, así que es una gran oportunidad de que la gente se una y pueda hablar sobre este medio». «La gente que viene tiene un trabajo muy avanzado, de un gran nivel. Sólo necesita que se le den algunas indicaciones para reforzarlo».
Nada parecido a unas jornadas de encuentro de un grupo de aficionados. «Es cierto que se trata de un trabajo más crítico de lo que la gente espera. No se trata de animar, de decir 'muy bien, muy bien, sigue así'. Lo que se intenta es que estos participantes, que ya tienen un nivel avanzado, puedan pasar al siguiente, no quedarse conforme con un resultado mediocre. Eso supone ser algo duro a veces».
El fotógrafo insiste en las peculiaridades de Villa Iris. «No se trata de un taller ordinario; los alumnos no están pagando por el tiempo de una persona. Es más parecido a ganar un premio: un entorno maravilloso, con medios técnicos a nuestra disposición para trabajar... se trata de un taller único en el mundo», aseguró.
Apariciones estelares
Las 'apariciones estelares' de Rineke Djikstra, que el próximo año expondrá sus instantáneas en el Museo Guggenheim de Nueva York, y del editor Michael Marck -«que vio los trabajos de los participantes en el taller, algo que no hacía desde hace años»- han contribuido a hacer más especial esta escala en Villa Iris.
El interés que despertó la presencia de Paul Graham se tradujo ya en una cifra récord de solicitudes: 219 enviadas desde medio centenar de países. El acierto en el fichaje del fotógrafo se traducía ayer en orgullo para Begoña Guerrica-Echevarría, responsable de Arte de la Fundación Botín. «Supone una mayor internacionalización del trabajo de la Fundación. Sabíamos del enorme esfuerzo que le suponía estar aquí, así que hicimos lo posible para que estuviera contento y que el taller les resultase fructífero a los participantees. Queremos que sea importante para ellos, que se convierta en un hito y que en el futuro puedan vincularlo a su trayectoria artística».
El propio trabajo de selección de alumnos resultó costoso para Graham. «Sólo miré la obra; no me fijé en si eran hombres o mujeres, o su lugar de procedencia. Lo que he pretendido es que sacasen provecho de mi forma de trabajar. Se han rechazado solicitudes de gente con un gran nivel, pero con otra forma de trabajar, que quizás no lo habrían aprovechado de igual forma».
Villa Iris mostrará hoy al público, a partir de las 18.00, el trabajo desarrollado durante el curso, que se clausurará a las 19.00.
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