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MANUEL ALCÁNTARA
Sábado, 23 de julio 2011, 02:33
No es solo que el mundo esté mal hecho, sino que en muchos lugares del atlas está sin hacer. Suponían nuestros más egregios antepasados que un gigante sostenía la bóveda celeste bajo sus hombros, pero se conoce que está cansado de tan largo esfuerzo y la capa del cielo se ha llenado de agujeros.
Los seres humanos, para demostrar que aún no merecemos ese nombre, luchamos por cobijarnos, cada uno por nuestra cuenta. Cuatro millones de somalíes están al borde de morir de hambre y en España nos quejamos de que suba el precio del bicarbonato que facilita las digestiones y de otros productos que en adelante no podrán recetar los médicos y, lo que es peor, no podrán adquirir los enfermos. Las recetas de la sanidad pública no prescribirán marcas acreditadas, sino el nombre del producto activo. Dicho de otra manera, del genérico más barato. Hay que ahorrar 2.400 millones de euros si queremos que el Ministerio de Sanidad se reponga, que está muy desmejorado.
Se acabaron los tiempos en los que había de todo en las boticas, que tendrán que seleccionar a sus clientes. Decía Julio Camba que nada hay más consolador que el prospecto de algunos específicos. Su sola lectura nos conforta más que la de algunos filósofos estoicos que predicaban la impavidez ante el azar. En ocasiones ni siquiera hay que detenerse leyendo las instrucciones del envase y basta con deleitarse en su lujosa presentación. Primero abrimos una cajita de cartón, luego un frasco de cristal que contiene un trozo de algodón y posteriormente nos encontramos con pastillas de vistosos colores. Son como sílabas del arco iris, pero a veces nos preguntamos si ese lujo no será más necesario para los laboratorios que para los consumidores. El derroche español lo abarcó todo y hay que dar marcha atrás al borde del abismo. La señora Merkel aprieta y ahoga. Tiene mucho peso, incluso específico, y se ha cansado de salvar países naufragados.
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