

Secciones
Servicios
Destacamos
NIEVES BOLADO
Domingo, 28 de agosto 2011, 11:27
Cada uno tiene lo suyo. Santander no es la única localidad de Cantabria, ni de España, e incluso de Europa, en sufrir y soportar el botellón, algo que empezó en los años 80 siendo un fenómeno social y que ha terminado por convertirse en un problema para la sociedad, la seguridad y el orden público, y especialmente complicado para las autoridades municipales. Sólo quedan unas semanas y habrá pasado lo peor: las cálidas noches de verano, las mejores para beber en la calle.
Los ayuntamientos tratan de adoptar diversas fórmulas, casi todas abocadas hasta ahora al fracaso, porque lejos de remitir, el botellón va a más, en número de lugares donde se celebra y de personas que participan. Santander es un ejemplo -quizás el más llamativo de Cantabria por ocurrir en pleno centro de la ciudad- de cómo esta práctica no sólo no se ha conseguido erradicar sino que va ampliando su 'censo'.
El espacio de la plaza Cañadío y sus alrededores, donde durante las noches de los fines de semana pueden concentrarse hasta mil personas bebiendo en la calle, es el más significativo, por evidente. Ni la vigilancia policial, ni la presión vecinal, ni la buena voluntad mostrada por los hosteleros para controlar este problema, en el que hasta ha terciado el párroco de la zona, el titular de Santa Lucía, han servido para algo.
Precisamente este fin de semana ha sido el primero del verano en el que el botellón ha desaparecido de Cañadío, sin terciar un aumento de vigilancia policial a lo que ya es habitual.
Medicinas que no curan
Se ha conseguido paliar los efectos del botellón, con un sistema de limpieza amplio y eficaz, pero, en absoluto, detener su extensión ni minorar los daños colaterales que suponen para el descanso de los vecinos y para la seguridad de los bienes públicos.
Entre las diez de la noche y las cinco de la madrugada, esta plaza se inunda de bolsas, vasos de plástico y de botellas, además de las consecuencias fisiológicas del exceso de bebida (micciones y vómitos), un paisaje devastador que se trata de atajar con sanciones y acciones, que no deben resultar efectivas ya que, semana tras semana, se repite, o amplía, la misma escena.
En la plaza Cañadío se intenta cercar el botellón pero sólo se consigue cambiarle de ubicación. La plaza de Pombo, con sus soportales para refugiarse cuando llueve, o 'dormir la mona', así como el Río de la Pila y sus calles adyacentes, son los nuevos puntos de reunión de quienes quieren beber en la calle a toda costa. Hasta ahora las acciones concretas, en Santander, se limitan a la Policía Local, redactando denuncias -la semana pasada más de un centenar- pero se ven superados por el movimiento-botellón en relación a los efectivos que actúan. Controlar los supermercados que expenden bebidas alcohólicas no da ningún resultado porque quienes las compran son mayores de 18 años y tienen pleno derecho a hacerlo.
El 'pásalo', a través de los teléfonos móviles, ha comenzado a funcionar también para este tipo de concentraciones, y los jóvenes, utilizando el sistema de mensajes SMS o whatsapp, se citan en otros lugares cuando la presencia policial en Cañadío comienza a ser molesta, con lo que el botellón se hace itinerante. Posiblemente, que el hecho de beber en la calle no tenga más consecuencia que una denuncia, pueda ser una de las causas de su proliferación y extensión. Lo que sí es evidente es que el problema es generalizado entre los jóvenes de entre entre 14 y 24 años y muy difícil de atajar, a juicio de los parcos resultados. No obstante algunos ayuntamientos sí se han aprestado a tomar medidas que, mediante serias y reales sanciones, parece que pueden apuntar resultados.
Como ejemplo está sirviendo el del Ayuntamiento de Bilbao que ha puesto en marcha una ordenanza que está siendo espejo para otras grandes ciudades, como Gijón o Salamanca donde el problema es muy importante. No se trata de una medida exclusivamente sancionadora, sino que pasa por estadios intermedios, de concienciación y aviso, para llegar, finalmente, a una importante multa que puede esquivarse con medidas para reconducir los comportamientos y actitudes.
El vertedero
Atajar el botellón no se constriñe sólo a las medidas voluntariosas como las que están tomando los ayuntamientos. Así lo explicaba recientemente, en la UIMP, el abogado Félix González Iglesias, especialista en defender los intereses de los afectados por los ruidos en general, y por el efectos del botellón en particular. En los cursos de La Magdalena era contundente: «El botellón no se puede atribuir a problema educativo, sino que es algo que debe solucionarse a través de iniciativas políticas». Para este experto, el hecho de proponer multas, por cuantiosas que éstas sean, «abre el campo para que se perpetúe la contaminación acústica. El precio que se ha de pagar por el progreso no puede ser la lesión de los derechos ciudadanos».
El párroco de la iglesia de Santa Lucía, situada en plena plaza de Cañadío, José Olano, definió en enero de este año, gráficamente la situación que viven: «Somos el vertedero de Santander. En el pórtico encontramos botellas tiradas, vasos rotos, bebidas derramadas y las puertas de acceso utilizadas como urinario». Sus manifestaciones, recogidas por los medios de comunicación regionales y nacionales, fueron cierto revulsivo ante las autoridades locales y la propia sociedad, pero duró poco tiempo. «Beber en la calle está prohibido y si existe una ley alguien tendrá que hacerla cumplir. Tenemos unas legislaciones muy progresistas pero se hacen cumplir unas leyes más que otras», explicaba el párroco entre harto y resignado.
Imagen no deseada
Santander dispone de una ordenanza, que data de abril de 2008, que regula la Convivencia Ciudadana y Prevención de Actividades Antisociales, que no incluye implícitamente el caso del botellón, pero que también contempla sanciones de hasta 3.000 euros para quienes «perturben la convivencia ciudadana, la salubridad u ornato...». El problema son los medios de que se dispone para hacer cumplir esta parte de la ordenanza y la fuerza con la que se ejecute.
Municipios próximos que sufren la lacra del botellón, como Gijón o Salamanca, estudian utilizar esta fórmula para atajar lo que ya supera el mero problema formal, al ser, como Santander, además, ciudades universitarias con alta concentración de jóvenes.
Se asume que la imagen de un desalojo forzoso de una concentración ilegal de personas bebiendo en la calle, no la quiere ningún político, por lo que, en gran parte, se opta por dejar pasar el tiempo y esperar la llegada del invierno que resta las ganas de estar en la calle blandiendo una botella.
Nadie, excepto los protagonistas, desean la imagen que se da en los botellones. Los vecinos de Cañadío se han organizado para exigir que se acabe, radicalmente, con este problema. Así lo explica el secretario de la asociación vecinal de estos barrios, Alfonso Díez. Tampoco lo quieren los hosteleros, que a través de su portavoz, Emérito Astuy, lo ha dicho claramente y mucho menos, los responsables municipales pero el botellón está ahí, a la vista de todos. El Ayuntamiento de Santander dice que no puede hacer más y busca la complicidad de la Delegación del Gobierno. Pero el botellón sigue.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.