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MARTA SAN MIGUEL
Lunes, 19 de septiembre 2011, 13:42
'Paisaje con rocas y árboles' no conduce a equívoco. La propuesta expositiva que hasta el 5 de octubre propone la galería Siboney de Santander obliga a calzarse pantalones ocre con muchos menos, prismáticos y lupa. De lejos y de cerca, la mirada de Emilio González Sáinz (Torrelavega, 1961) escruta la naturaleza, le saca sus artistas, sus quimas, sus verdes y azules más plurales para convertirlos en un ejercicio de observación único, paciente y vital. Tras su regreso de Irlanda, y de disfrutar de una beca en la Ballinglen Arts Foundation, en la ciudad de Ballycastle, el creador vuelve al espacio de Castelar para mostrar en óleos y acuarelas una naturaleza con puntos de fuga inalcanzables.
-Sus cuadros parecen la imagen que se ve por un catalejo al observar la naturaleza, profundidad versus extensión...
-Es así, surge de una manera natural. Las cosas lejanas siempre tienen una gran belleza porque están veladas por la bruma, lo sutil, desdibujadas y no perfectamente definidas. Luego vas acercando la mirada hasta contemplar tus pies y ves ser piedras, escarabajos o flores. La pintura de Durero era telescópica -captaba lo lejano- y microscópica, -lo más cercano-. Sin pretender compararme con él, comparto esa visión de la naturaleza, del cosmos, del todo. La naturaleza no sólo es el bosque sino también el bichito que tienes andando por la palma de la mano. Tengo un espíritu naturalista que me anima a observar todo.
-Contemplar, observar... Son verbos que no se utilizan mucho en la sociedad actual
-En la sociedad actual se está perdiendo el uso de esos verbos. Paradójicamente lo visual es cada vez más importante, en la prensa lo más importante es la foto y lo mismo ocurre en los anuncios, en televisión... A pesar de ello, le prestamos menos atención porque son mensajes visuales de usar y tirar. La contemplación es un placer que requiere una educación, mucha gente se aburriría una hora dentro de un museo. Esa contemplación feliz requiere un entrenamiento.
-La observación es protagonista en muchas de sus obras: personajes tumbados, solitarios y de espaldas al espectador. Incluso en la actual exposición hay un hombre que observa con los ojos cerrados...
-Este personaje durmiente o contemplativo sin quererlo tiene algo de autorretrato. Me veo a mí mismo contemplando el paisaje, durmiendo en un sitio plácido en el que me gustaría estar y confundir el sueño con la realidad. Tampoco es nueva esta visión, no estoy inventando nada ni estoy siendo pionero. Friedrich, el artista romántico alemán, siempre pintaba a sus personajes de espaldas. Los historiadores lo entienden como un recurso para que el espectador se adentre más en el paisaje, pero creo que el pintor no es tan listo para usarlo como truco sino más bien es que se deja llevar por la intuición.
-Hay una iconografía constante a lo largo de su obra, esos paisajes rocosos casi lunares, árboles sin ramas, bodegones de naturaleza muerta que no obstante arrojan una lectura vital del espacio
-Ya tengo unos cuantos años de trayectoria, pero cuando veo catálogos antiguos me doy cuenta de la evolución que estoy teniendo. En mi día a día ni me lo planteo, no me doy cuenta. No sé si es una suerte pero pinto lo que me viene de forma natural sin buscar nada. El género más cómodo para hacerlo es el paisaje. De manera instintiva, mientras paseo, voy mirando y aprendiendo y, poco a poco, mi manera de pintar va cambiando, tan despacio que ni me doy cuenta.
-Vuelve a la galería Siboney, ¿después de tantos años es su cordón umbilical como creador?
-La galería es y ha sido fundamental en mi trayectoria. Vivo de la pintura (soy funcionario de excedencia) gracias a Siboney, que confió en mí hace 20 años y sigue apostando. Esta relación se ha mantenido porque hay un cordón umbilical, más que una unión profesional.
-Vuelve al óleo y a las acuarelas, pero con la novedad en uso del cobre y metal con soportes nuevos, ¿a qué se debe el cambio?
-Me gusta la pintura de los pintores de los siglos XVI y XVII. Cuando visito museos me fijo en la pintura de gabinete de pequeños formatos y se pintaban sobre cobre. Sin ser especialista ni ser erudito, llego al museo y de lejos veo cuál está pintado sobre metal o tela. El metal es idóneo para captar detalles, para hacer dibujos con la punta del pincel, y definir un contorno finísimo. Lo pulido de la superficie te permite esa minuciosidad. Durante años lo he visto, hoy en día nadie pinta sobre metal y en la antigüedad era un soporte habitual. Hace tiempo lo tenía apuntado en la cabeza y este ha sido este año. Lo siguiente será utilizar soportes de metal de mayor tamaño.
-¿Hacía dónde dirige a su creación?
-Soy disciplinado, pinto a diario, casi nunca tengo a la vista nada. Tengo la suerte de que van saliendo las cosas. Ahora no tengo ninguna exposición a la vista.
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