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Un cerebro de cuidado. La economista Blythe Masters posa en una gala en favor de la lucha contra el cáncer de mama. :: MARC STAMAS/GETTY
Culpable de la crisis
SOCIEDAD

Culpable de la crisis

Blythe Masters, alta ejecutiva de la JP Morgan, es la joven y brillante economista que diseñó las «armas financieras de destrucción masiva»

PPLL

Domingo, 2 de octubre 2011, 12:13

Olvide todo lo que ha leído hasta ahora, todo lo que ha visto en el telediario, todo lo que ha escuchado en la radio, todo lo que se dice en el bar. Olvide por un momento los cinco millones de parados, los desahucios intempestivos, el creciente número de pobres, el hundimiento general de la economía. Piense que estamos viviendo dentro de un cuento infantil. Un cuento de los antiguos, sin edulcorar, con más lágrimas que risas, lleno de enanitos indefensos y atribulados, que asisten perplejos a la destrucción de su confortable mundo. Millones y millones de enanitos que gritan, se quejan, se manifiestan y maldicen su suerte, pero que no saben cómo presentar batalla, cómo defender sus derechos, cómo evitar que unos gigantes perversos los pisoteen. Ni siquiera saben contra quién luchan. Algunos piensan que el enemigo es el Mercado, con mayúsculas, pero eso resulta un poco ingenuo y demasiado abstracto: algo tan vago y tan estéril como rebelarse contra el Sistema Métrico Decimal o contra la Teoría de la Relatividad. Necesitamos un enemigo con ojos y cara. Necesitamos, en fin, una bruja.

A bote pronto, tal vez crean ustedes que la canciller alemana, la vicepresidenta española o la directora general del FMI podrían asumir con convicción el papel de brujas. Pero se equivocan. Angela Merkel, Elena Salgado o Christine Lagarde son hadas. Unas hadas melancólicas, inofensivas y torponas, cuyos tristes sortilegios fracasan uno tras otro, pero que darían lo que fuera por encontrar una varita mágica en condiciones que nos librara a todos de nuestro fúnebre destino. Angela, Elena y Christine no sirven. ¿Quién puede ser entonces la malvada bruja de nuestro cuento? ¿Dónde esconde su escoba? ¿Es rubia o morena? ¿Tiene granos en la nariz y lleva sombrero puntiagudo? ¿Se arrepiente de algo?

Blythe Sally Jess Masters es una chica de Oxford (Inglaterra) de 42 años, rubia, inteligente y atractiva. Entrega mucho dinero a obras de caridad y apoya con fervor la lucha contra el cáncer de mama. Monta muy bien a caballo, vive en Nueva York, está divorciada y tiene una hija. Trabaja en la banca JP Morgan. Parece una buena mujer y casi nadie la conoce, pero quizá sea la bruja de nuestro infeliz cuento. Blythe Masters creó, a finales de los años 90, el alambicado instrumento financiero que está a punto de destruirnos.

La fiesta de Boca Ratón

El cuento comienza en junio de 1994, en un lujoso complejo hotelero de Boca Ratón, en Florida. El calor aprieta, la brisa mece las palmeras y varios jóvenes banqueros de JP Morgan se disponen a pasar un fin de semana a todo trapo, con los gastos pagados por su empresa. Corre el ron y el champán, hay risas, bailes y ligoteo. Alguno incluso acaba -vestido- en la piscina. Parece una desmadrada fiesta de estudiantes, pero se está cociendo algo gordo.

Al día siguiente, ante una auditorio resacoso y medio mareado, el líder del grupo, Peter Hancock, les explica el auténtico porqué de su encuentro. No solo han ido a Boca Ratón para beber, bañarse y divertirse. Tienen que inventarse algo. Y rápido. Hace algunos años, la banca JP Morgan había comenzado a desarrollar las llamadas 'derivadas' ('swaps'), pero sus rivales habían copiado e incluso mejorado sus estrategias. La periodista del 'Financial Times' Gillian Tett recuerda las palabras que aquel día pronunció Hancock: «Todas las ideas del mundo financiero pueden ser plagiadas. Aquí no hay patentes».

Peter Hancock es un tipo singular. No parece un yupi ni un broker. Ni siquiera quería ser banquero. En su juventud soñó con convertirse en científico e inventar máquinas imposibles. Pero empezó a trabajar en el banco y, de repente, como quien encuentra un tesoro, descubrió una provincia financiera ignota, por la que nadie había querido aún adentrarse: las derivadas. Para no meternos en muchos fregados, podemos definirlas como productos financieros cuyo valor se basa en el precio de otro activo.

Aquel día de 1994, en Boca Ratón, Peter Hancock empezó a escupir ideas como una metralleta. Su auditorio lo escuchaba embobado, con el cerebro en ebullición y los nervios de punta: todos eran brillantes jóvenes recién destetados, que amaban los números y que deseaban vivir pronto experiencias excitantes. No eran hijos de papá. Ahí estaba, por ejemplo, Terri Duhon, una mujer que nació en una caravana, en una zona rural de Luisiana. Su inteligencia privilegiada la había procurado una beca para estudiar Matemáticas en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Cuando explicó en su pueblo que iba a trabajar en un banco, todo el mundo creyó que le iban a contratar de cajera. Pero su verdadero puesto estaba, en realidad, en un nivel mucho más alto y brumoso. «Acababa de leer 'Liar's Poker' (la autobiografía de Michael Lewis, un broker neoyorquino) y las derivadas financieras me sonaban muy sexis y divertidas», le reconoció años después a Gillian Tett.

Terri Duhon tenía razón. Había algo lujurioso y embriagador, casi carnal, en aquel territorio inédito, todavía por cartografiar, que aquellos jóvenes querían recorrer a fondo. Lo mismo sintió Blythe Masters, que asistía a aquella convención de Florida con la boca abierta. Tampoco Blythe era una habitual de las altas esferas. Había nacido en Oxford, en el seno de una familia de clase media con problemas económicos. Pero su mente funcionaba a mil por hora y su habilidad con los números (siempre fue un hacha con las matemáticas) le permitió acudir a la elitista King's Public School, en Canterbury, y a la Universidad de Cambridge, en donde obtuvo su doctorado en Ciencias Económicas. Blythe había entrado a trabajar en la sección de mercancías de la JP Morgan, pero, cuando escuchó a Peter Hancock en aquella convención, supo que había encontrado el camino de su vida: las derivadas financieras. «Esto me atrajo de inmediato... ¡Había tanta creatividad!».

Convertir el papel en oro

Visto lo visto, habría sido mejor que Blythe Masters hubiera volcado su creatividad en la pintura al óleo o en la literatura histórica, pero no. Blythe cogió un avión, se trasladó de Londres a Nueva York y se puso a trabajar veinticuatro horas al día. Por el camino, se casó, se divorció a los pocos meses y tuvo una hija.

Según el 'Financial Times' y 'The Guardian', en la propia cama del hospital, mientras le llegaban las contracciones, ordenaba fulgurantes operaciones bursátiles desde una pequeña computadora. Picada quizá en su amor propio, exigió una rectificación al diario británico para aclarar que ella no estaba trabajando, sino que solo echaba un vistazo a las cotizaciones para pasar el tiempo. Se conoce que parir le parecía poco entretenimiento.

Instalada finalmente en Nueva York, ella y su compañero Bill Demchak empezaron a darle vueltas a la cabeza hasta que, en 1997, construyeron un instrumento genial. Lo llamaron Broad Index Secured Trust Offering. No se molesten en traducirlo. Simplemente, buscaron un nombre curioso que pudiera agruparse en un acrónimo molón: Bistro. El fabuloso Bistro utilizaba las derivadas financieras para limpiar el balance de un banco. ¿Cómo? Despiezando el riesgo de los préstamos en trocitos que luego vendían a otros operadores. Como ya había vendido el riesgo, el banco podía conceder cada vez más préstamos sin tener siquiera las reservas necesarias para protegerse en caso de impago. Blythe había conseguido el sueño de todo alquimista medieval: convertir el papel en oro. Cosa de brujas.

No se asusten si no lo entienden. Tampoco los reguladores del mercado lo hicieron, así que se encogieron de hombros y le dieron luz verde. El éxito fue fulgurante. «Muchos de aquellos jóvenes eran estudiantes apenas unos años antes; ahora estaban ganando cantidades de dinero que no podían ni imaginarse», resume Gillian Tett.

Sin prever todas las posibles consecuencias negativas, Blythe Masters había arrojado la primera cerilla. La banca JP Morgan aprovechó el Bistro a fondo, consiguió enormes beneficios y, al olor del dinero, llegaron otras entidades financieras, más imprudentes y desbocadas, que fueron añadiendo leña a una pira gigantesca. Diez años después, cuando vinieron mal dadas, todo aquel montaje estalló y ahora nadie sabe cómo sofocar un pavoroso incendio que amenaza con reducir a cenizas el Estado del Bienestar.

Blythe, que ahora ocupa la jefatura de mercancías de JP Morgan, no se siente aludida. Sostiene que la herramienta en sí no es buena ni mala; todo depende del uso que se haga de ella. Pero, ya en el año 2002, el inversionista americano Warren Buffett advirtió que esas sofisticadas derivadas eran «armas financieras de destrucción masiva».

Ya tenemos a la bruja de nuestro trágico cuento. Ahora necesitamos con urgencia un hada poderosa, inteligente y eficaz.

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