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EDUARDO LAPORTE
Viernes, 7 de octubre 2011, 02:13
En pleno corazón de Brooklyn, no muy lejos del ajetreo de Manhattan, trabaja Anita Sto (Roma, 1981), que desde 2008 reside en Nueva York. Cada día acude a The Invisible Dog, una galería y centro de arte situado en el 51 de Bergen Street donde se expone el trabajo de diversos artistas, pero que también sirve de taller. Desde ese punto del mundo, desde esa ubicación en Google Earth, Anita Sto esquiva los espejos. Ella misma se ha prohibido, durante un año, contemplar su imagen en cualquier superficie reflectante, y ello incluye pantallas de ordenador, teléfonos móviles o cristales de escaparates, en la galería, en casa y en todas partes. Tampoco puede contemplar su rostro en fotografías que hayan hecho otras personas, durante el periodo que va del 11 de noviembre de 2010 al 11 de noviembre de 2011, fecha en que concluye esta su 'one year performance'.
La idea de una propuesta artística de tanta duración no es nueva. La propia Sto reconoce que se ha inspirado en el trabajo del taiwanés Tehching Hsieh (1950), que realizó cinco 'performances' de un año, con pausas entre cada una, entre 1978 y 1986. Se trataba de inmersiones en estados vitales radicales, de los que luego extraía conclusiones. El 30 de septiembre de 1978 se encerró en un habitáculo de reducidas dimensiones, y dejó firmado que durante un año no conversaría, leería, escribiría, escucharía radio o televisión. Un amigo suyo le proveería de comida y se encargaría de traerle ropa y ocuparse de los residuos que generase. Otra de esas cinco experiencias extremas de un año de duración le llevó a vivir durante ese periodo fuera de cualquier superficie interior. Un año sin guarecerse del clima, en la ciudad de Nueva York. Su único aliado, un saco de dormir.
Antes de esas 'performances' ensayó con otras'. En 'Half-Ton' se dejó aplastar bajo 500 kilos de estuco; en 'Throw-Up' se dedicó a ingerir arroz frito sin interrupción, hasta provocarse el vómito. En 'Jump Piece' se filmó grabando un salto peligroso, que le dejó los dos tobillos rotos. Poco después se coló en Estados Unidos, donde preveía que su arte tendría mejor acogida, y ahí sigue.
Evitar los cristales
En el caso de Anita Sto, las privaciones quizá no hayan sido tan duras, aunque esto es difícil de precisar. «Lo más complicado es evitar los cristales de las gafas de sol de la gente y los reflejos de las pantallas negras de algunas páginas web», contesta vía e-mail la artista. ¿Y cuál es la motivación, el sentido de pasar un año sin verse la cara ni el cuerpo? Un ejercicio de introspección y una búsqueda de respuestas, a través de la reflexión calmada, cuyas conclusiones deja por escrito en un diario. «Creo que los espejos reflejan imágenes que nosotros percibimos, interpretamos y estereotipamos en relación a las experiencias que teníamos hasta ese momento. No existe una imagen de un yo verdadero», considera. A su juicio, nos miramos a ese cristal como si miráramos a otras personas, sintiendo en nuestro interior su vida pasar. Por tanto, si no soy la persona del espejo, ¿quién soy?, se pregunta Sto.
Es mera casualidad que la fecha en la que concluya el periodo sin espejos sea un 11 de noviembre de 2011, a las 11 de la mañana. Será entonces cuando concluya esa etapa de 'autoinvisibilidad', de renuncia a constatar que uno sigue vivo a través de lo que Sto llama «herramientas fascinantes y peligrosas»: los espejos. Unos objetos que tienen la particularidad de recibir y devolver la imagen, pero sin poder retenerla, insiste esta joven creadora.
En la fecha señalada, la artista procederá al encuentro con su imagen, hecho que registrarán simultáneamente dos cámaras de cine de ocho milímetros. Prensa especializada, amigos, familiares y el resto de artistas que trabajan en The Invisible Dog serán testigos del instante. «A partir de ese día mi vida seguirá igual, con los mismas rentas que pagar y las mis preocupaciones. Puede que me tiña el pelo de blanco», contesta con humor. Con el tiempo, recordará una experiencia que, en sus propias palabras, le está brindando una nueva conciencia y aprendizaje sobre quién es, una nueva pieza en el puzle para añadir al cuadro su vida.
Para llegar hasta ese día, fue necesario llevar a cabo un programa de financiación, basado en una una serie de cabezas pintadas que se pusieron a la venta. Fue una serie de 21 láminas con las que logró el apoyo económico para llevar a cabo la 'performance' y montar, además, una exposición con esas obras durante el mes de julio. Necesitaba un total de 8.000 dólares (5.850 euros) para lograr la viabilidad del proyecto y recibió el apoyo de 44 donantes, que aportaron un total de 8.090 dólares. La artista promovió esta captación de fondos en la web kickstarter.com, que emplea una fórmula cada vez más popular para financiar proyectos personales, conocida también como 'crowdfunding'. En España, Verkami es una de las más populares, y recupera la figura del 'mecenas', a pequeña escala, que puede aportar ayudas desde los diez euros, y siempre recibiendo algo a cambio, como una fotografía firmada por el autor.
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