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FRANCISCO APAOLAZA
Martes, 25 de octubre 2011, 02:09
Así tumbado, dormido, era un humano más, pero el cajón de madera contenía los huesos quebradizos del dios del toreo, del dios del toreo eterno, como le gritaban a su caja a la salida de la plaza. Después enterraban en el cementerio de la Almudena a Antonio Chenel 'Antoñete' y a los tendidos se les hacía en el pecho un socavón del tamaño del túnel de la M30, esa por la que se fue el coche fúnebre a las 16.35 dejando por el camino un atasco y seis mil heridos de bala, sentimental, se entiende. Todos esos pasaron ante un monumento al paso del tiempo, un monstruo que demostró ayer que se le ganan batallas, pero no la guerra. Ni siquiera la ganó Chenel, que ayer salió por octava y última vez por la puerta grande de Las Ventas camino del más allá después de una estocada en forma de enfisema pulmonar y más cigarros entre pecho y espalda de los que ningún cuerpo podría resistir.
Más acá, el coro desolado de aficionados que pasaron a decirle un 'gracias' y que circularon ante la capilla del maestro. Componía el bodegón de la tristeza un hombre muerto vestido con un traje verde de corto, un capote se paseo de lilas bordadas con la Virgen de La Paloma, menos coronas de las que merecía y el traje lila y oro de la despedida de Madrid del 98, con los alamares arrancados en aquel arrebato de gloria.
Detrás, su familia: seis hijos de su primer matrimonio y el pequeño Marco Antonio, de 12 años, nacido de su hijo con Carina Bocos, arropado en brazos de su madre y de sus hermanastros. Y los hermanos de la radio y de la tele, y los hijos del ruedo, entre ellos Curro Vázquez, heredero de su clasicismo, su 'gallo de pelea'. «Le quería mucho». Del toro, muchos, no todos. Faltaron incomprensiblemente algunas estrellas rutilantes del escalafón como Morante, Manzanares, Castella o El Juli (sí acudió su padre). Estuvieron Cayetano, Enrique Ponce, Julio Aparicio, Palomo Linares, Javier Conde, Juan y David Mora, Uceda Leal, Ferrera, Robleño, El Soro, Rafaelillo, Antonio Ferrera, Miguel Abellán, los Campuzano, Victoriano Valencia, Javier Vázquez, Víctor Puerto, los Lozano y muchos más, entre ellos su peón de confianza, Rafael Perea, 'El Boni', al que había dedicado una de sus últimas bromas. «¿Sabéis por qué los toros no le cogen al Boni?», preguntó Chenel en las postrimerías de su sedación. No, respondieron. «Porque yo le enseñé a hablar con los toros».
Hubo artistas como Charo López, Caco Senante, Jaime Urrutia... También políticos, como Esperanza Aguirre, que le entregó a la familia la Gran Cruz del Dos de Mayo, máxima distinción en la Comunidad. También echaron de menos al alcalde, Alberto Ruiz Gallardón.
La media imborrable
Por los pasillos arrastraba los pies, las patillas, las gafas y la gorra campera César Palacios, arenero, pintor y testigo de los años en que el maestro vivía en la plaza con su cuñado, Paco Parejo, y allí jugaban a fútbol y al frontón. «Le recuerdo esa media verónica contenida...». Entonces, el mundo comenzaba en el Manzanares y terminaba en Las Ventas. Luego vinieron los años de Venezuela, la nada torera, el triunfo, las reapariciones, la vida en familia en la finca de Navalagamella (Madrid), las charlas sentado en una piedra con el semental 'Romerito' contándose las cosas y el final de una vida con cada vez más ilusión pero menos pulmones.
De todo aquello quedaban ayer recuerdos felices y nostalgias varias reunidas en un sosegado cortejo de espectros con mechón, niños de tendido ya canosos y hasta el toro blanco de Osborne hecho fantasma. Entre fotos, palmas y lagrimón, allí se coló Antoñito, con sus 79 años y el traje de cuadros de puños deshechos por el tiempo. Se cuadró delante de la caja, sacó su armónica y tocó para el maestro el pasodoble 'Amparito Roca'.
No le pudieron dar la vuelta al ruedo porque allí estaba plantado el escenario del concierto de Coldplay, preparado para el miércoles. Como casualidad, era inevitable. Como símbolo, un ultraje. Así que lo sacaron por los pasillos, con su capote de paseo sobre la caja y la cuadrilla debajo, jaleando una vida como jalean los capitalistas. Bajo la puerta de la gloria, lucha de fotógrafos, palmas ardiendo en una tarde heladora, nudos en la garganta y una ovación larguísima y honda, como un aullido o un natural cheneliano, interrumpida solo por gritos de 'torero, torero', 'gracias, maestro' y 'viva el toreo eterno'. De haber llevado alamares, se los hubieran arrancado de nuevo.
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