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Viernes, 18 de noviembre 2011, 01:39
Irlanda es el 'green' de los golfistas europeos. En una superficie algo menor que Andalucía, esta isla disfruta de alrededor de 400 campos para practicar este deporte. Por eso, no es de extrañar que el 2,2% de su población lo practique de forma habitual (triplica la media europea, que es del 0,7%) y el resto de la población guarda en algún rincón de su casa un par de palos por si se le presenta la ocasión de practicar el 'swing' en alguna campa o un vecino le invita a jugar.
En estos días en los que el antiguo tigre celta languidece económicamente, Irlanda busca complementos al ya afianzado turismo de estudiantes de la lengua inglesa. La necesidad de recibir visitantes y que estos dejen dinero en el país es aún mayor. Por eso, buscan que una buena parte de los siete millones de turistas que cada año visitan este país acudan cargados con sus 'hierros', 'maderas' y 'putter' para tratar de hacer unos hoyos.
Irlanda es un país que mezcla la belleza del campo, pintorescos pueblos, gente simpática y una variedad extraordinaria de campos de golf. Las largas caminatas en busca de la pelota se pueden realizar descubriendo los magníficos acantilados del condado de Sligo, las playas de Kerry o las colinas de Esker en Offaly.
Pero no solo con verdes praderas se consiguen fantásticos campos de golf. Además de la naturaleza intrínseca y el paisaje, el tercer factor para conseguir un recorrido de ensueño son los 'diseñadores'. Y en ese sentido, Irlanda ha contado con los mejores. Jack Nicklaus, Arnold Palmer, Peter McEvoy o Christy O'Connor Jr. han dibujado sobre papel el recorrido que les gustaría completar y han dejado su impronta en la 'isla esmeralda'.
«Practicar golf en Irlanda es mucho más barato que en España y hay muchos campos entre los que elegir», cuentan Marcelo y Celia, un matrimonio catalán que eligió el interior del país para disfrutar del golf este último verano. Para ellos, los clubes no son ni mejores ni peores que los de otros países, pero la enorme oferta permite que «nunca se tenga que esperar para comenzar el juego».
Hoyo número 19
En el rugby trasladaron a los pubs el tercer tiempo de los partidos, el golf ha tomado ejemplo y ha cavado un decimonoveno hoyo fuera del campo con unas pintas. No importa que sea un bar en una recóndita aldea del condado de Kerry o en un céntrico local de Dublín, los irlandeses saben pasárselo bien. El 'craic' (diversión en gaélico) está extendido por todo el país, algo que le servirá al visitante para entender lo que aseguraba Morgan Freeman en 'Million Dollar Baby': «Hay irlandeses por todo el mundo o gente que le gustaría serlo».
El folclore es otro de los secretos que aguarda al visitante. Melodías basadas en el acordeón diatónico, la concertina, el violín, la flauta travesera y el bodhran (un tambor de marco) suenan cada noche en los pubs más populares. Casi todos los irlandeses saben tocar, al menos, un instrumento y quien no cuenta con esa habilidad lleva el ritmo con el golpeo de dos cucharas, porque en su código genético parece que tienen grabadas las siete notas de la escala musical.
Además del verde de las praderas, el otro color que inunda Irlanda es el negro de su cerveza más reconocida, Guinness. Pese a que en los últimos años ha perdido mercado en su patria natal y se ha convertido en la bebida habitual de los consumidores más mayores, aún así el turista no puede abandonar la isla sin probarla. Eso sí, hay que armarse de paciencia. Los camareros se toman su tiempo para tirar lentamente la pinta, que debe tener una temperatura tibia. Tras unos minutos de espera, hasta que sólo queden dos dedos de espuma, el cliente ya puede levantar el vaso y desear al resto del bar, en gaélico -un idioma que pocos saben hablar- 'Sláinte' (salud).
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