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Foto: Daniel Pedriza
Un centenar de árboles se recupera de su trasplante en un hospital
En el alisal

Un centenar de árboles se recupera de su trasplante en un hospital

Los fresnos y hayucas levantados para construir el parking subterráneo de Mendicouague han sido los últimos en llegar a esta parcela municipal

GONZALO SELLERS

Domingo, 20 de noviembre 2011, 15:11

La primera piedra de las obras del aparcamiento de Mendicouague no fue una urna con periódicos ni un acto protocolario con políticos. Fue un árbol sobrevolando el vallado que durante dos años ha separado el parque de la ciudad. La excavadora metió la pala en el suelo y levantó en el aire un fresno antes de posarlo en el camión. No fue el único. Después le siguieron manzanos, hayucas, palmeras, arces y tilos. Algunos apenas se movieron unos metros y fueron trasplantados a otra zona de Mendicouague que no estará afectada por la excavación. Pero, ¿dónde fueron el resto de árboles? ¿Qué se hace con ellos cuando comienza una obra en Santander? Todos caen en manos de Agustín Bolado, jefe del Servicio de Parques y Jardines del Ayuntamiento. Él es el responsable del hospital de árboles situado en El Alisal.

Allí, a pocos metros de la S-20, medio centenar de ellos luchan por sobrevivir después de que las obras en la ciudad obligasen a moverlos. «El éxito depende de muchas cosas. Influye la época del año, las enfermedades que puedan coger, cómo se haya realizado el trasplante... con cuidado diario conseguimos que siete de cada diez puedan recuperarse y volver a la ciudad», explica Bolado.

A la Alameda de Oviedo

La próxima en mudarse de esta hectárea de hospital a la Alameda de Oviedo será una drácena de 70 años que llegó hace un año desde una finca privada de El Sardinero. «En viveros no la encuentras por menos de 6.000 euros», explica Bolado. Sus propietarios la cedieron al Ayuntamiento y, en ese mismo momento, comenzó su recuperación. Bolado le construyó un pellón -bolsa de tierra con raíces- con una malla de gallina y una capa de escayola con tres agujeros para que respirasen las raíces. Cavó un agujero en la tierra de 90 centímetros y lo plantó. Ese mismo día, aunque estuviese lloviendo, lo regó abundantemente. Durante dos días a la semana en el último año, un camión de riego hizo lo mismo y un especialista vigiló que la mosca blanca y el pulgón, sobre todo, no lo hicieran enfermar. «Después de un trasplante, están más débiles, tienen menos defensas y son más propensos a contagiarse, por eso los vigilamos de cerca», señala este especialista.

Los cuidados recibidos por esta drácena son los mismos que tienen el resto de árboles, aunque no todos responden igual. Los más fuertes son los tamarindos que pueblan El Sardinero. Son los que mejor se adaptan al clima del Norte, a la salinidad, al viento y sus hojas, muy pequeñas, no taponan el alcantarillado. Pero la supervivencia depende, sobre todo, de la especie. «Los de hoja caduca los puedes trasplantar cuando quieras, sin tierra en el pellón y sobreviven. Pero uno de hoja perenne que llega sin raíces tiene la muerte asegurada», asegura Bolado.

Otra que saldrá pronto de la UVI es una albicia frixia que ha tardado dos años en reponerse. Fue trasplantada cuando los Salesianos comenzaron a construir un pabellón, junto a la Finca Altamira, y su ubicación estorbaba a las máquinas. «Es un árbol débil, ha tenido una recuperación muy complicada», reconoce Bolado. Su destino todavía es una incógnita aunque seguramente acabe por la zona del Palacio de Exposiciones, donde hay otros de su especie. Esa es, al menos, la pauta que suele seguirse. «Los del mismo tipo los llevamos a los mismos lugares. Las calles están divididas por su variedad de árboles», explica el jefe del servicio de Parques y Jardines.

Los que no lo consiguen, encuentran un destino distinto al de embellecer las calles de la ciudad: las pocas cocinas de leña que quedan en Santander.

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