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G. MARTÍNEZ
Domingo, 27 de noviembre 2011, 11:57
«Es la primera vez que piso el centro desde que salí», comenta Rubén (nombre ficticio). Con el tiempo, ha rehecho su vida. Hasta hace dos años, trabajó como pintor. Ahora está en paro y, como muchos cántabros, vive al día preocupándose sólo del presente. Hace memoria y recuerda su estancia en el Centro Socioeducativo Juvenil de Cantabria (CSJC): «Fue una experiencia. Si te cogen a tiempo, te das cuenta de lo que estás haciendo mal». Durante dos años y nueve meses, Rubén convivió con chavales como él, «en situación de riesgo». Respira y cierra los ojos para revivir las conversaciones con los educadores, los talleres, las clases...
En los últimos tres años, Cantabria ha experimentado un aumento gradual en el número de adolescentes infractores: de 253 en 2008 a 298 en 2010. Las cifras siguen subiendo. Sólo en los seis primeros meses de 2011, 190 adolescentes han sido enjuiciados y el Juzgado de Menores ha dictado 158 medidas en sentencia. Esta tendencia también se confirma en toda España. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), un total de 17.572 chavales fueron condenados en 2009, un 10,3% más que el período anterior. Jesús Rodríguez, jefe de la Sección de Menores Infractores del Gobierno de Cantabria, apunta que este incremento responde a «un mayor abanico de medidas», propiciado por la Ley 5/2000 o Ley del Menor.
Una norma que entró en vigor en 2001, el mismo año en el que el CSJC abrió sus puertas. En la última década, este centro situado en el Alto de Maliaño ha acogido «sobre todo, a jóvenes reincidentes», apunta su director, Luis Elías. La Fundación Diagrama gestiona el recinto, a través de un convenio anual con el Instituto Cántabro de Servicios Sociales (Icass). El centro acogió a 20 jóvenes el pasado mes de octubre. «La media suele estar entre 17 ó 18 chicos. Hay meses en los que hay picos, pero en general se mantiene estable», explica Fernando Baudín, director territorial de la fundación.
Con 17 años, Rubén cruzó las puertas del CSJC. Prefiere no remover su pasado y no cuenta las razones que le llevaron allí: «De eso hace ya nueve años. Ahora tengo otra vida». Pasar página se convierte en el mayor objetivo de los jóvenes infractores. Algunos, como él, lo consiguen, otros siguen en la senda delictiva: «Muchos de los chicos que estuvieron conmigo andan en juicios o están en la cárcel. En todo este tiempo, sólo he tenido una multa. Cambiar depende mucho de cada uno. Cuando vienes aquí, estás en un punto. Después, puedes avanzar o retroceder», comenta.
Hurtos, vandalismo público o agresiones son las infracciones más comunes por parte de los adolescentes cántabros. Jesús Rodríguez comenta que, en los últimos años, se ha registrado un repunte en la violencia intrafamiliar -es decir, aquella en la que los hijos asaltan a sus progenitores- y, en menor medida, en las agresiones sexuales. Luis Elías destaca que «Cantabria no es una comunidad de delitos muy graves. Los dos grandes bloques son faltas contra la propiedad o lesiones. En la región, lo que provoca el internamiento es la reincidencia. En el centro acaban los chicos con los que se han intentado otras cosas y no ha funcionado».
¿Una sociedad permisiva?
Desde 2008 a 2010, las cifras se mantienen entre los 30 y los 40 chavales para los menores infractores de 14 a 15 años. Unos números que suben de forma radical cuando se habla de jóvenes que rozan la mayoría de edad, pues la media supera de largo los 200 muchachos. ¿Significa esto que la sociedad es demasiado permisiva con los adolescentes delincuentes? Jesús Rodríguez indica que, en los últimos tiempos, «se ha perdido algo y hay que recuperarlo, pero el comportamiento flexible no influye en exceso en un posible aumento en el número de delitos».
La entrada en vigor de la Ley 5/2000 (o Ley del Menor) implicó que los menores, desde 14 años hasta la mayoría de edad, que cometen actos delictivos deben responder ante la Justicia. El reglamente ofrece una amplia serie de medidas correctivas, cuyo fin prioritario es la reeducación del adolescente. El jefe de la Sección de Menores Infractores del Gobierno de Cantabria explica que «cuando son menores tenemos más posibilidades que cuando son adultos. Educativamente se puede conseguir más porque su proceso madurativo aún se está produciendo».
Así, a las medidas de internamiento -en sus tres modalidades: cerrado, semiabierto y abierto-, la asistencia a centros de día o la libertad vigilada se suman las tareas socioeducativas o los servicios en beneficio de la comunidad. «Este tipo de medidas posibilitan una labor educativa más especializada en función de los problemas del menor. Consideramos que, en su proceso madurativo, deben ver qué les merece más la pena».
El aumento gradual de infractores y la multiplicidad de medidas son evidentes en los últimos años. Antes de la Ley del Menor, muchos de los delitos no se sancionaban. Ahora el componente educativo es la clave. En 2008, el Juzgado de Menores de Cantabria dictó 230 medidas contra menores delincuentes. Dos años después, la cifra subió hasta las 278. En ese período, la libertad vigilada y los servicios en beneficio a la comunidad fueron los castigos más comunes. Además, el internamiento semiabierto sufrió una suerte de repunte, al pasar de los 17 a los 28 casos.
Objetivo: la reinserción
Luis Elías lleva diez años al frente del Centro Socioeducativo Juvenil de Cantabria. «El objetivo es claro: la reinserción. La privación de libertad no cambia a los chavales pero a través de programas de atención especializada sí se consigue reorientar sus vidas». Explica que la estancia de los adolescentes en el recinto del Alto de Maliaño se basa en «tres fases: observación, hogar de desarrollo y hogar del finalista».
«Al entrar, se evalúa al menor para conocer por qué ha delinquido. Después llega la etapa de observación: en este período, los chavales se adaptan al centro». Esta fase normalmente dura dos semanas, «aunque puede alargarse, dependiendo del caso», matiza Elías. El 'hogar del desarrollo' es la etapa más intensiva e importante, donde «el objetivo central es tratar los problemas de los muchachos».
A medida que van 'progresando', los jóvenes internos del CSJC adquieren más libertades hasta que llegan al 'hogar del finalista', donde gozan de bastante autonomía. El director del centro puntualiza que realizan «una atención lo más individualizada posible, para dar en la diana del problema», comenta Baudín.
Los chavales que cumplen su castigo en el centro son los autores de los cuadros que adornan las paredes del recinto. Con sus propias manos también han construido una gran pajarera de madera -llena de ninfas carolinas, a las que cuidan-, los adornos de jardinería e incluso algunas de las aceras que rodean el edificio. Durante su estancia, Rubén se formó en carpintería y pintura. Sin embargo, el aprendizaje de estos chicos va más allá de tareas plásticas o de la diferencia entre lo que está bien o mal; el personal del CSJC les forma para llegar preparados a la edad adulta. A sus 27 años, Rubén es un claro ejemplo de ello: «Estoy orgulloso de haber estado aquí. Me sirvió muchísimo», concluye.
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