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Viernes, 6 de enero 2012, 01:26
La voz de alarma la dio hace una semana Luis Alberto Salcines, durante la presentación del último número de la colección editorial 'La grúa de piedra': la Librería San Quintín, tras casi un cuarto de siglo dedicada al libro antiguo y de lance, había cerrado sus puertas. «Compra venta. Libros antiguos y modernos», rezaba, en dorado sobre negro, la placa de la fachada de la librería, en la calle de San Luis. Desde que el 18 de enero de 1988 abriera sus puertas, por el comercio de Rodolfo Plana han pasado decenas de miles de ejemplares en busca de lector, y buena parte de la cultura santanderina se ha nutrido de ese caudal de libros que era la pequeña tienda de fachada verde y rojas verjas.
Tesoros de papel
Cuando nos encontramos en un café del centro, Rodolfo se ha traído algunas joyas: 'El barrio', de Pratolini, con portada de Alberti; Geografías de Calleja ilustradas por Penagos, 'Platero y yo' en edición de la Residencia de Estudiantes, con el sello de las Misiones Pedagógicas de 1926. Mientras conversamos, me muestra dedicatorias autógrafas de Brines, Gil de Biedma, Marías o Luis Alberto de Cuenca. Entre todas, destaca la temblorosa caligrafía de los días finales de Ricardo Gullón, que le dedicó su discurso de ingreso en la RAE.
También me muestra un auténtico tesoro: una copia de puño y letra de 'El libro de los elementos', que le obsequiara el propio Lorenzo Oliván, manuscrita en una pequeña libreta de bolsillo. Estos días, esos libros son su refugio, mientras colecciona también llamadas y menciones de amigos y conocidos. Yo me intereso por su vida, y poco a poco, entre libro y libro, va desvelando algunos detalles.
Una vida entre libros
«¡Si se pasa el día leyendo!», me cuenta Rodolfo Plana, no sin cierta sorna, que escuchó un día comentar a dos viandantes, ante la puerta de su librería. Y es que los libros, con permiso del cine, siempre han sido la gran pasión de este santanderino que, tras terminar Geografía e Historia, se especializó en biblioteconomía en la Biblioteca Nacional. Tras las oposiciones, obtuvo plaza de bibliotecario en Almería, pero Eva -su mujer- y él preferían los aires norteños, y decidieron regresar a Cantabria en 1987.
Ante la necesidad de buscar una nueva ocupación, no tuvo demasiadas dudas. Y es que ya en sus años de estudiante en Madrid se había contagiado de la fiebre libresca, iniciando su propia colección. Y esos libros, su biblioteca personal, engrosarían el fondo inicial de la librería de viejo que abrió en Santander. Incorregible galdosiano, tomaría prestado para su negocio el nombre de la finca santanderina de Don Benito, 'San Quintín'.
¿Clientes o amigos?
La librería resultó un éxito; los lectores de la ciudad se acostumbraron a visitar con regularidad el local, hasta convertirse en clientes habituales. Para los foráneos, mucho antes de las tiendas online, Rodolfo recurrió a la venta postal, con un catálogo que entre 1990 y 2006 llegó a alcanzar veintisiete ediciones y que, debido a la reducida tirada, sólo se remitía a clientes muy selectos. Muy celebrados resultaron el número dos, en homenaje a Gullón; el cuatro, que incluía cien primeras ediciones de la generación del 50; y el cinco, que reivindicaba al ilustrador Francisco Rivero Gil.
Además del listado de títulos, a Plana le gustaba incluir textos literarios, como uno que me entrega, de su amigo Fernando Ortiz, titulado 'Primeras ediciones': «Tuve pasión por ellas, acaricié sus lomos, miré morosamente sus ajadas portadas, cuerpos, tipos de letra, tinta, encuadernaciones. Todo aquello miraba con amoroso asombro. ¿y qué no hubiera dado por una de Cernuda o de Antonio Machado, por alguna de Alberti? Pues poseerlas era, de algún modo, imagino, como tener en casa, para mí, la poesía. ¡Oh pasión de mi vida, poesía mía siempre!».
Poco a poco, va desgranando una impresionante nómina de clientes, que acabaron convertidos en amigos: los escritores Pablo Beltrán de Heredia y Leopoldo Rodríguez Alcalde, el editor José María Lafuente, el juez Antonio Muñiz, los artistas José Luis Mazarío y Sara Huete. Incluso me habla de un coleccionista de Bilbao, que guardaba sus libros en la caja fuerte de un banco, o de bibliófilos inesperados, como Javier Gurruchaga.
Gracias a la librería, me cuenta, ha podido conocer a muchos autores y artistas que admiraba, como Juan Bonilla, »un bibliófilo excepcional; cuando tuvo que purgar su biblioteca, me regaló cientos de libros». Esta inocente donación sería causa de varios disgustos, pues algunos estaban dedicados, y no fueron pocos los autores que dieron allí con sus obras.
También otros hablan de Rodolfo y San Quintín; José Luis Melero recordaba en sus Memorias, de 2003, cómo dio allí con el inencontrable 'Obras públicas' de Sender. Jesús Marchamalo le ha dedicado alguna entrada en su blog, igual que el fotógrafo Javier Vila.
Malos tiempos
Resulta inevitable abordar el asunto espinoso del cierre. Al parecer, le han vencido la demografía, la red y un edificio en ruina, que debía abandonar. Y es que sus clientes más fieles iban causando baja a la vez en la librería y en el padrón. «Hoy día no se venden libros, sino móviles. ¿Y quién se va a leer 'Fortunata y Jacinta' en pantalla? La lectura clásica requiere una educación, y ahora impera una cultura de salto». Por si fuera poco, internet ha provocado una subasta de precios a la baja, lo que fue demasiado para su negocio.
Más que libros
A pesar del abrupto final, Rodolfo Plana se queda con un puñado de vivencias reconfortantes, como cuando entregó su propio ejemplar de 'El gran Gatsby' a una joven que se había recorrido toda la feria del libro antiguo buscándola. «Yo vendía felicidad», asegura lleno de nostalgia. Cuando le pregunto por su libro favorito, no duda: 'Una mañana en la costa', de William Styron. «Una sensibilidad fuera de lo común», comenta antes de confesar que ese título, más que venderlo, lo ha regalado, «porque los libros que te gustan hay que regalarlos», asegura. Una de las agraciadas fue Ana García Negrete, cuyo poema 'Shadrach' está inspirado en el libro.
Como despedida, me regala un recuerdo: en diciembre de 1987, mientras preparaba la inauguración, dos personas se detuvieron ante el escaparate. «Mira, van a abrir una librería de viejo», comentó uno. «¡Bah, para lo que van a aguantar.!», respondió el otro. Pues solamente veinticuatro años.
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