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Sara Alonso (29 años), Ángela Rosendo (75 años) y Nieves Gutiérrez (51 años), tres generaciones de mujeres ganaderas en Cantabria. :: JAVIER ROSENDO
Las que tiran de las vacas
CANTABRIA

Las que tiran de las vacas

El aniversario del Estatuto homenajeó a la mujer rural, todavía a la espera de numerosos cambios

JOSÉ AHUMADA

Domingo, 5 de febrero 2012, 19:03

El 1 de febrero de 1982, mientras los padres de la autonomía saludaban el nacimiento de Cantabria, Ángela Rosendo seguramente estaría atendiendo a las vacas en su cuadra en Prellezo. Es a lo que ya dedicaba cada día desde hacía años y lo que hoy, cumplidos los 75 y requetejubilada, continúa haciendo. La vida de la señora Ángela es puro calco de la de tantas que ahora se denominan 'mujeres rurales' por el afán de reunir en un colectivo a todas las que se afanan por salir adelante con sus familias en el campo. Es a ellas a quienes se ha dedicado el trigésimo aniversario del Estatuto, como un «homenaje a su trabajo callado e inmenso», en palabras del presidente del Parlamento, José Antonio Cagigas, que, en realidad, quieren decir que se trata de un tributo tardío e insuficiente.

Es fácil imaginar la dureza de una existencia ligada a los ciclos de la tierra y a los caprichos del tiempo, al cuidado de los animales y a un trabajo físico extenuante. Es una concepción heroica de la vida en los pueblos que podría dar color al relato, pero que la señora Ángela hace pedazos. «Es que yo siempre he sido feliz en el trabajo; siempre estuve en lo que me gustó: el campo, las vacas, la casa... plantar alubias, repollos, ir a venderlos... Yo esto de las vacas nunca lo vi duro, porque si hubiese sido así habría cogido otras historias. A mí me salían trabajos. Mi difunto padre me dijo que si trabajas en esto, tienes en donde y es para ti; si trabajas para un amo, se va a llevar todo. Éste es el sistema».

Sí reconoce que la técnica y una progresiva mejora de las condiciones de vida y de trabajo han ayudado. «Hombre, los cambios han sido tremendos. Antes ibas a buscar la hierba y se segaba a dalle. Fuimos prosperando y compramos un tractor grande, una máquina de segar, una empacadora... La cosa fue trabajar mucho para ir ascendiendo a otras cosas para trabajar más holgadamente. Al mercado iba también primero con un carro y una yegua; después compramos un Citroën furgoneta que se abría la puerta de atrás».

Aunque tanto entusiasmo parezca sospechoso, Ángela Rosendo sigue al pie del cañón cuando hace ya tiempo que podría haber mandado a paseo vacas y tierras. «Aquí la vida es así, hacer algo. Nos jubilamos de la leche cuando mi marido hizo los años, pero seguimos con novillas. Yo, en general, me levanto sobre las siete y voy a ayudar al marido -que tiene ochenta años, pero qué más da- con unas becerrucas del nieto. Después, la casa, la huerta, las flores... no soy de estar sentada. La vida mía es eso, el trajín de siempre».

Eso es lo que creció viendo su hija Nieves (Gutiérrez), y le gustó lo suficiente como para seguir dedicándose a ello. Claro que ella no comparte la visión un tanto naif que la madre ofrece del campo: la ha cambiado por otra mucho más reivindicativa. Con cincuenta años, esta ganadera, vecina de Casar de Periedo, está empeñada en «hacer visible» el papel de la mujer en la sector, y lo consigue con su ejemplo y la tarea que se ha echado sobre la espalda como secretaria general de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA) y presidenta de la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur).

Aparte de esa toma de conciencia, no se aprecian grandes cambios en los quehaceres de una y otra, por mucho que haya pasado una generación. «Mi marido y yo atendemos la explotación, de cincuenta animales, familiar y pequeña. No podemos con más sin más mano de obra, y tampoco podemos aumentarla donde vivimos, que casi estamos estorbando. Atendemos tantas vacas como podemos».

«Comienzo la jornada sobre las siete, y lo primero que hago es atender la estabulación hasta las diez, ordeñando. Es un trabajo que hago yo; mi marido se ocupa más del silo, la siega, de echar de comer... Después me dedico a UPA y a Fademur, lo normal. Vivo con mi suegra, y eso me supone una ayuda importante... Por la tarde, otra vez. Trabajamos con seres vivos, así que nunca cierras la puerta del todo: siempre hay que andar pendientes. Por las noches, termino como a las diez. Ceno y a la cama. O veo la tele. Tengo ordenador y me pongo a mirar cosas».

Reconocimiento

La 'cruzada' de Nieves consiste en mejorar las condiciones de trabajo de las mujeres en el campo. «El papel de las mujeres rurales es el que siempre se ha dicho: el sostenimiento de los pueblos, las tradiciones... y no por repetitivo es menos cierto. La mujer sostiene el pueblo, y el problema es que no se reconoce su trabajo en el medio rural. En muchas ocasiones, socialmente no éramos nadie, y hay un empeño en que se solucione, pero aún no somos nadie». En lo que a ella le toca, su objetivo es poder llevar una existencia digna con esta ocupación, «porque las vacas no tienen que ser sinónimo de no ser tú, de estar por ahí siempre en alpargatas». Un poco de tiempo para una se convierte en una valiosa y difícil conquista.

«Una cosa que hemos hecho mi marido y yo es hacernos socios del Racing, y vamos a todos los partidos. Mi padre decía que era cosa de locos. Con los partidos a las cinco, los domingos solemos ordeñar pronto, como a las cinco de la mañana; por la tarde, volvemos a ordeñar a las dos o las tres y a las cuatro terminamos y vamos al campo. Así, después del partido, en vez de volver corriendo, nos quedamos, tomamos un café, vamos al cine o nos damos un paseo. El lunes hay que madrugar otra vez, pero no importa, porque es la única forma de notar que era domingo».

Dos vacaciones en 25 años

«También, después de muchísimos años, nos hemos ido cinco días de vacaciones. Lo hemos hecho dos veces en 25 años para irnos a Tenerife. Lo que nos pasa es que siempre uno tiene desconfianza en dejar a otro los animales, pero hemos encontrado una persona responsable. Espero ir aumentando la media. Cuesta dejarlo en manos de terceros, pero se lo recomiendo a todo el mundo. Levantarte y no tener que ordeñar... Aunque cuesta el doble, porque, además de pagar las vacaciones, hay que pagar a uno que te lo haga».

El gran problema, no obstante, es que el trabajo apenas da para vivir. «Es una profesión que no es rentable; no se corresponde el trabajo que realizas con lo que percibes. Es como la situación de la leche: la vendemos tan barata que no se compensan las horas. Vivir en los pueblos es maravilloso si te gusta tu trabajo. No hay hora de fichar, nadie te controla... no es lo mismo levantarte y ver un pasillo que abrir la puerta y ver a los perros corriendo por ahí. Pero tenemos que procurar que esto no sea una vida miserable. Que no haya que decirle a un hijo que se marche porque no puede vivir aquí».

Posiblemente tampoco haga falta decírselo: en vista del continuado declive del sector, cada vez es más difícil encontrar recambio para quienes se jubilan o, directamente, lo dejan. Y mucho más complicado es dar con mujeres jóvenes que elijan dedicarse a la ganadería o la agricultura. Sara Alonso es una de ellas. Tiene 29 años y más de medio centenar de vacas de leche que atiende en Labarces con la ayuda de un obrero. Su novio, al que tuvo empleado una temporada, tiene su trabajo, y se limita a echar una mano.

«Mi padre y sus padres han sido toda la vida ganaderos de leche; aunque tenían pocas vacas, vivían de la ganadería. Mi madre viene de Bulnes. Siempre estuvo con cabras en la montaña. Desde que se casó con mi padre vinieron acá, a Valdáliga, y siempre tuvieron ganado. Empezaron de cero con las fincas y la casa y todo. Fueron poniendo novillas y vacas, haciendo una de las primeras estabulaciones abiertas que hubo en Cantabria. Invirtiendo y trabajando mucho montaron el negocio y se fueron haciendo con fincas, y haciendo recría en casa. A mí me plantearon cuando tenía catorce años si quería continuar, porque, si quería, había que hacer la estabulación más grande y mejorar lo que había. Estudié la ESO. Quería hacer Bachiller, pero empecé a trabajar y no lo acabé». ¿Es eso una espina clavada? «No pude estudiar porque ayudaba a mis padres, aparte de que tenía que ir andando dos kilómetros hasta la parada del autobús. Con la ganadería no podía estudiar. Yo ya nací entre esto, no he conocido otra cosa, aunque si tuviera que cambiar no me produciría un trauma».

Como sus colegas, habla de la libertad de horarios, por más que las vacas se pongan a mugir desesperadas si el ordeño se retrasa. «El horario te lo pones tú, trabajas en casa y estás en casa. Como cualquier autónomo, por un lado te da libertad, y, por otro, obligaciones. Si se escapan las novillas, si pasa algo que no te esperas... 24 horas amarrada. Hay que ordeñar a las seis y media por la mañana y a las seis y media por la tarde. ¿Acabar? Pues a las tantas, ni se sabe. Eso no te lo quita nadie, el tener que estar por narices».

¿Y el tiempo libre? Exactamente los mismos malabarismos. «Si tienes alguien que te pueda cubrir... En su día mis padres sí lo hacían porque quedábamos las tres hermanas. Yo, aunque quisiera, no podría dejarlo mucho tiempo, porque mis padres ya tienen su edad y yo soy de las que quieren tenerlo todo muy controlado. Las pintas -las frisonas- se ponen malas a la mínima, son muy delicadas. Una fiebre mal detectada es un problema. Las últimas vacaciones... ni me acuerdo. Hace dos años, cuatro días en Francia». Y eso a pesar de los avances. «Con Internet me lo saco casi todo: las guías, los resultados del laboratorio... Se está mejorando cada día para evitar que el ganadero tenga que trasladarse para hacer gestiones. Pero lo que también pasa es que nos hemos vuelto más administradores que ganaderos. Gastamos más tiempo en rellenar papeles que en la ganadería».

Escuchando a Ángela, Nieves y Sara da la sensación de que en treinta años las cosas no han cambiado excesivamente, que la historia se repite. Que el Parlamento se haya acordado de ellas puede ser señal de que comenzará a ser distinto. De momento, a ellas, como siempre, el aniversario las encuentra trabajando.

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