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Un autor, Jack Green, se 'atreve' a valorar el trabajo de los críticos literarios. :: MIKEL CASAL
El papel de la crítica literaria
CAVEAT LECTOR

El papel de la crítica literaria

'Despidan a esos desgraciados', de Jack Green, ejemplo de contracrítica

JAVIER MENÉNDEZ LLAMAZARES

Viernes, 10 de febrero 2012, 01:57

Que los críticos no son santo de devoción de los escritores no es algo novedoso; a fin de cuentas, a nadie le gusta someterse al juicio ajeno, máxime cuando esas valoraciones son claramente negativas o, cuando menos, no se ajustan a lo que el sojuzgado considera justo. Quien lo ha sufrido en carne propia sabe lo lacerantes que pueden llegar a ser algunas opiniones, que en ocasiones pueden interpretarse como auténticos ataques personales.

Esta relación mantiene habitualmente su lógica descompensación: los críticos opinan sobre la obra de los autores, pero los autores nunca valoran el trabajo de los críticos. No está claro si por elegancia profesional, humildad evangélica o simple miedo a que arrecie la tormenta, pero la costumbre es que los escritores encajen sin rechistar las más crudas recriminaciones, que además suelen ser aireadas a los cuatro vientos. Sea por el motivo que fuere, los autores parecen resignarse a esa indefensión sin demasiados aspavientos.

También existen, no obstante, esforzados oponentes de los críticos. En este sentido, un caso extremadamente llamativo es el de Jack Green, un oscuro personaje del underground neoyorquino de los años sesenta. A pesar de las dificultades para rastrear su biografía -existen hipótesis para todos los gustos, desde quien sostiene que era hijo de la escritora Helen Grace Carlisle hasta quien quiere ver detrás del pseudónimo al escritor William Gaddis-, suele admitirse que su verdadero nombre era Christopher Carlisle Reid, y su mayor hazaña abandonar un confortable puesto de actuario en una compañía de seguros. En 1957, a la edad de veintinueve años, renunció a emular a Wallace Stevens -al menos en su faceta laboral- y se instaló en Greenwich Village, donde publicaría un fancine autogestionado, que él mismo se encargaba de escribir, imprimir, promocionar y distribuir. Lo llamó simplemente 'newspaper', y llegó a publicar hasta diecisiete números, caracterizados por los peculiares usos ortográficos del autor, que extendía la rebeldía de la época incluso a los signos de puntuación. Poco más sabemos a ciencia cierta de este 'jack green', que firmaba así, evitando las mayúsculas.

Green y Gaddis

'Despidan a esos desgraciados', la última apuesta de la siempre sorprendente editorial Alpha Decay, es una concienzuda contracrítica de la novela de William Gaddis 'Los reconocimientos', tremendamente vapuleada por los críticos estadounidenses en 1955. Gaddis, que en la actualidad está reconocido como uno de los grandes renovadores de la narrativa en lengua inglesa del siglo XX, tuvo que ver cómo su magna obra -de casi mil páginas- sufría el purgatorio de los estantes de saldos.

Probablemente en uno de ellos encontró el libro Green, quien había leído una reseña en el New Yorker que asegura que la novela era «parecido al 'Ulises', pero no tan bueno». No sin esfuerzo, y con un curioso sistema de defragmentación lectora, Green quedó maravillado por la obra de Gaddis, no pudiendo sino estar en desacuerdo con la crítica leída. Pronto descubriría que aquella no había sido la única opinión desatinada: hasta cincuenta y cinco habían sido publicadas. Para Green, sólo dos eran válidas. El resto eran textos plagados de errores, copias descaradas o incluso confesiones más o menos veladas de no haber leído el libro -recordemos que inusitadamente voluminoso, y de prosa bastante compleja-. Incluso uno llegó a recomendar que «se lavara la boca con lejía al autor».

A lo largo de tres números de su revista, se dedicó a analizar las críticas sobre el libro, realizando de paso un impresionante análisis sobre los tópicos -él los llama 'clichés'- de la crítica de la época: lo extenso, ambicioso, primerizo, indisciplinado, erudito, difícil, compasivo o negativo como base para despreciar una obra de la que apenas se ha leído la solapa. Con quirúrgica precisión, rebate cada argumento; donde Bloom opina: «No hay trama ni argumento», Green señala que con incluso 'Guerra y Paz', en una lectura descuidada, se puede perder el hilo argumental tras cada coda histórica de Tolstoi. Incluso llega a dar nombres y apellidos de los críticos, en párrafos que invariablemente comienzan con la fórmula «Despidan a.»: «Despidan a Rochelle Girson por tener la arrogancia de considerarse en una posición jerárquica superior». El crítico se había permitido ironizar sobre la precaria situación económica de Gaddis.

«Una sugerencia constructiva: ¡despidan a esos desgraciados!», recomienda el airado Green -tan cabreado, que en el original en inglés escribió 'bastards' y no 'desgraciados'-, en este libro apasionado que, en cierto sentido, supone la culminación de una de las más secretas fantasías de escritor: vengarse de los críticos, aunque sea por persona interpuesta.

Qué poca vergüenza

Así se titula el impagable prólogo del malagueño José Luis Amores, cuya firma es habitual en prensa especializada, como Revista de Letras. En un guiño al lector, Amores señala que Green, un lector desolado por el maltrato a su escritor de referencia, utilizó los medios a su alcance para reivindicarlo, pero que, de producirse hoy día, 'newspaper' habría sido un blog. Tal vez como 'Bolmangani', la bitácora que mantiene el propio prologuista.

Críticos de hoy

La faceta crítica de Amores -a pesar de la aparente paradoja de que un crítico abandere este alegato contra el gremio- dice mucho acerca de cómo ha cambiado el papel de los reseñadores en cinco décadas. Ya no es corriente encontrar críticas nefastas; Santos Sanz Villanueva, en el Ateneo de Santander, lo explicó con mucha claridad: si un libro no le gusta, no lo reseña. Prefiere ocupar su tiempo, y el limitado espacio en la prensa, en hablar de obras que le interesen.

Aunque no es el único cambio, pues últimamente parece evidente que los medios impresos habituales van perdiendo fuerza en favor de los espacios digitales que, sin el alcance masivo de la prensa, sí que ejercen una notable función de francotiradores que no pasa inadvertida. Sería interesante saber qué cantidad de ejemplares de prensa destinan los editores a suplementos literarios y cuántos a blogs.

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