

Secciones
Servicios
Destacamos
DIEGO RUIZ
Domingo, 18 de marzo 2012, 19:28
Nadie en Reinosa, al menos de puertas para afuera, ha querido recordar el 25 aniversario del comienzo de uno de los conflictos laborales más duros de la historia de Cantabria. Ni el Ayuntamiento, ni los sindicatos, ni las asociaciones de vecinos han vuelto la vista atrás para recuperar un capítulo clave de la historia reciente de la ciudad. Pero no conmemorar no es lo mismo que olvidar. Lo ocurrido en la primavera de 1987 permanece en la memoria y es, quizás, uno de los lugares sentimentales en los que todos los vecinos se reconocen.
Esa revolución de la primavera que canta como un himno La Fuga (y emociona a los que la escuchan en Reinosa) reunió, literalmente, a todo el pueblo. En las manifestaciones, en los duelos y, ahora, cuando han transcurrido 25 años, en un convencimiento final: sin aquellos días, sin la unión que mostró la comarca, la Naval estaría hoy muerta y, con ella, probablemente todo el pueblo.
La historia comenzó un 11 de marzo de 1987. Los trabajadores de la actual Gerdau (entonces Forjas y Aceros, luego Sidenor y, siempre, la Naval) retuvieron al presidente de la empresa, Enrique Antolín, tras conocer que un expediente de reconversión iba a terminar con el despido de 463 trabajadores. Agentes especiales de la Guardia Civil liberaron el día 12 a Antolín que, esa misma jornada, tomaba posesión como consejero de Industria del Gobierno Vasco. Entonces, trabajadores, sindicalistas, estudiantes y vecinos de la capital campurriana se echaron a la calle y comenzaron una batalla campal contra las fuerzas de seguridad que se prolongó durante semanas, hasta el 16 de mayo, Jueves Santo, una jornada que se saldó con un muerto, 21 heridos y 50 detenidos.
En aquel marzo de 1987, Reinosa tenía 13.000 habitantes -hoy sólo están censadas 10.177 personas- y un importante tejido industrial. En la capital del municipio había cuatro grandes empresas: Forjas y Aceros, Cenemesa, Forjas de Cantabria y Cuétara. En Valdeolea, en el municipio vecino, producían Cementos Alfa y Ferronor. Sólo en la Naval, donde se originó el conflicto, trabajaban 1.784 personas. Sin embargo, la comarca, entre 1977 y 1987, había perdido ya 1.300 puestos de trabajo. Con el nuevo recorte anunciado por Enrique Antolín, la plantilla se reduciría a 1.250 empleados, casi el 50%.
Entre el 12 de marzo y el 16 de mayo de 1987, todos los días, la población cortaba la vía del tren en la estación de Reinosa y, en muchas ocasiones, los accesos por carretera a la ciudad, llenando las calles de barricadas, contenedores volcados y hasta cables de acero de una lado a otro de la calzada. Jornada tras jornada se sucedieron las cargas de la Guardia Civil.
Para combatir los desórdenes, el Gobierno socialista envió a Reinosa 1.300 guardias, 21 tanquetas y dos helicópteros. Sin embargo, sólo pudo resolver la situación un grupo de agentes expertos en la lucha callejera que cortó de raíz la revuelta.
Si hay alguien en Reinosa que conozca bien la historia de los disturbios laborales de Forjas y Aceros es Fernando Fuente, entonces presidente del Comité de Empresa. Ya prejubilado, continúa residiendo en la capital campurriana y colabora habitualmente con el sindicato CC OO.
Según recuerda, «todo se produjo porque Antolín no actuó con honestidad. Llevábamos tiempo oyendo extraoficialmente que había prevista una reconversión y cambios importantes en la factoría. El 10 de marzo nos reunimos con él y nos lo desmintió. Pero al día siguiente nos volvió a llamar y nos comunicó que se iba a iniciar un expediente de reconversión con el despido de 463 trabajadores. Aquello transcendió enseguida. De Forjas y Aceros dependía el 60% de la economía de Reinosa. La mecha se encendió cuando Antolín vino a despedirse ya que el día 12 debía tomar posesión como consejero de Industria del Gobierno Vasco».
Fue entonces cuando los trabajadores decidieron encerrar al directivo en su despacho y la Guardia Civil intervino, liberándole unas horas más tarde. Los cuerpos especiales se llevan a Antolín y quedan en Reinosa los refuerzos. «Con el tiempo -asegura Fuente- nos enteramos que el entonces secretario general del PSOE, Txiki Benegas, dijo que Antolín, fuera como fuera, tenía que jurar el cargo al día siguiente».
Los incidentes se iniciaron esa jornada, en el momento en que los alumnos del Instituto se dirigían a clase, a las ocho de la mañana, y oyeron la sirena de Forjas y Aceros. Fue aquel día en la que la fotografía de un grupo de guardia civiles, acosados por los manifestantes en un callejón, dio la vuelta al mundo. La llamada 'rendición'. Ninguno de esos agentes está ahora en activo. El que figura en primer término está casado en la localidad palentina de Aguilar de Campoo, precisamente con una pariente de Fuente.
«Aquello llegó a escapársenos de las manos. Hubo gente que quitó las armas a los guardias civiles -alguna no volvió a aparecer- y les retuvo después para canjearles por miembros del comité que estaban detenidos. Llegaron a interceptar un autobús cargado de agentes al que a punto estuvieron de volcar. Pudo suceder una desgracia. Llamamos al delegado del Gobierno, Antonio Pallarés, y no dio la cara».
Pallarés vive ahora en Cataluña donde retomó su profesión como profesor. Tiene una hija casada en Cantabria y es abuelo. De vez en cuando, viene a visitarla.
Para el sindicalista de CC OO, con aquellas movilizaciones se lograron dos cosas importantes. «Una pública y notoria -señala- fue que la nuestra fuera la primera empresa del país con prejubilaciones a partir de los 52 años. Por entonces, en el resto se negociaban con 55 ó 56. La otra, que no se cerrase la empresa». De las revueltas salió beneficiada también Cenemesa, a punto de cesar su actividad antes del conflicto.
«Lo más triste fue el fallecimiento de Gonzalo Ruiz, por la inhalación del humo tóxico de un bote lanzado por la Guardia Civil al interior de un garaje en el que se refugiaba de una carga. Eso marcó mucho. Esta es una población pequeña y nos conocemos todos».
Un alcalde entre dos fuegos
Daniel Mediavilla de la Hera es un hombre tranquilo, afable, siempre comprometido con su pueblo y con una mala salud de hierro. Ya está alejado de la política y jubilado de Forjas y Aceros. A él le tocó bailar con la más fea. Cuando aquello era el alcalde socialista de Reinosa y su partido, en el Gobierno en Madrid, el que abordaba la reconversión y envió a la Guardia Civil. De aquellos meses le quedan tristes recuerdos y hasta una herida en la boca producto de una pedrada de un vecino durante un mitin de campaña. Ese año hubo elecciones regionales y municipales y a Mediavilla los sucesos en su pueblo le costaron la Alcaldía. Alianza Popular llegaba entonces al gobierno, con Francisco Fernández Cotero a la cabeza.
«La gente de Reinosa -dice Mediavilla- no tiene buenos recuerdos de aquellos acontecimientos. Efectivamente, en 1987 la situación del sector del acero industrial obligó al Gobierno, de quien dependían esas empresas, a iniciar una reestructuración a escala nacional. Una de ellas iba a ser la de Reinosa, Forjas y Aceros. Pero no fue como se pensaba, tan sólo se había previsto un plan de saneamiento, con fondos para la reducción de plantilla con jubilaciones anticipadas, bajas incentivadas y planes de inversión para mejorar las instalaciones..., en definitiva sanear la empresa y privatizarla».
Según Mediavilla, «todo iba desarrollándose con normalidad hasta que se corrió el rumor de que se quería cerrar la empresa y se iba a llevar a Bilbao. Coincidió además con el anuncio del nombramiento de su presidente como consejero de Industria del País Vasco». Reconoce el exalcalde que se perdieron puestos de trabajo, ya que de la fábrica dependían otros profesionales como pintores, albañiles, electricistas, guardas de seguridad, etc, que se fueron a la calle. «De 1.400 que eran se pasó a 1.000».
Recuerda Mediavilla que «a mí me cogió todo aquello en el medio, con unas elecciones por delante. Me llamaban muchos días a las dos o tres de la mañana con amenazas. A mi mujer le quemaron un pequeño negocio que tenía debajo de casa. Parecía que el dueño de la fábrica era yo, que no era más que un trabajador de ella en excedencia. Un domingo, en un acto de campaña, me lanzaron una piedra. Aún es visible la cicatriz en el labio. En esa época perdí casi 20 kilos».
En cuanto a la actuación de las fuerzas de orden público, Mediavilla cree que «hubo momentos en los que la Guardia Civil fue muy dura. Los refuerzos que dejaron tras la liberación de Antolín lo pasaron muy mal. Era gente que no conocía el pueblo y además de noche. El famoso Jueves Santo dijeron eso de 'hasta aquí hemos llegado'. Aquel día llegó la policía y hubo represalias, les dieron cancha y se pasaron. Hubo 50 detenidos en Torrelavega. Tuve que ir a darles la cena».
Todo está superado
José Miguel Barrio, actual alcalde de Reinosa, era el director de la Escuela Taller cuando se produjo la revuelta. «Muchos de nuestros alumnos tenían a sus padres trabajando en la Naval y pienso que, entonces, hubo mucha manipulación. Parecía que se nos iba a caer el mundo encima y luego, cuando se supo los nombres de las personas afectadas por la reconversión, nos dimos cuenta de que, en el aspecto laboral, no fue tan dura. Sí lo fue en el terreno humano, con la muerte de Gonzalo», afirma. Según el alcalde, «ahora, con la Guardia Civil nos llevamos estupendamente y, como alcalde, tengo que reconocer su colaboración con el Ayuntamiento y la Policía Local».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.