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SHEILA IZQUIERDO
Jueves, 29 de marzo 2012, 02:03
«¿Que por qué ocurre lo mismo cada año? Es un problema cultural», dice Alfredo, uno de los guardas forestales que estos días en los que el calor se ha instalado en la región trabaja a destajo, junto a las cuadrillas del Gobierno de Cantabria y miembros de la brigada Helitransportada del Ejecutivo central. Su labor es apagar los incendios que otros provocan. «Ninguno es accidental», comenta mientras un equipo de operarios termina de extinguir con batefuegos -una herramienta manual- las llamas en un terreno del monte Brenas, en Riotuerto. «Sabemos quienes son y por qué lo hacen, pero cogerles es imposible».
Unos veinte operarios ataviados con trajes ignífugos, cascos con linternas y batefuegos se preparan en la Central de Villacarriedo para salir a distintos puntos de la zona 9 -comarca del Miera y del Pisueña- donde se han declarado varios focos. Uno de los capataces, Ángel Ruiz, dice que «es lo habitual» cuando llega el buen tiempo. La baja humedad y el intenso calor favorece la propagación de incendios. Los datos hablan por sí mismos: unos doscientos focos en tan sólo cuatro días.
Alfredo espera en uno de los cruces de la pista forestal que conduce a lo alto de Brenas. Desde allí el único medio de transporte posible con el que poder acceder a lo alto de la cima es en 4x4, el vehículo con el que precisamente vienen Ángel y tres de sus hombres. Ni siquiera el camión autobomba -uno de los mejores métodos para apagar las llamas- puede subir. En lo alto de la cima, a unos cinco kilómetros de distancia, las llamas se apoderan, colina arriba, de los pastos. La cuadrilla llega al lugar, cogen los batefuegos y bajan la protección facial de su traje. Comienzan las labores de extinción manuales.
Un problema cíclico
«Sólo hay que venir después para saber quién ha sido. En cuanto la hierba crece un poco los ganaderos traen aquí a sus reses», dice Alfredo, asegurando que ellos, los guardas forestales -que tienen la competencia de, si procede, interponer sanciones o denunciar- rara vez cogen al autor. Lo complicado de pillarles con las manos en la masa y lo fácil que resulta provocarlos lo vuelven poco menos que imposible. «Muy gañanes tienen que ser para cogerlos», dice. «¿Qué piensa que no sabemos quiénes están detrás? Lo sabemos de sobra, pero la ley está así y aunque sea delito quemar un monte público y la multa pueda ser astronómica, la gente sigue quemando. El problema está en que por mucho que veamos bajar a un hombre del monte y ver detrás suyo una cortina de humo que empieza a asomar, no se le puede meter mano», explica.
El guarda forestal atribuye los incendios de comienzo de verano a un «problema cultural». Los ganaderos, explica, «se piensan que la hierba generará nuevo y mejor pasto y lo único que consiguen es desgastar los montes públicos hasta el punto de llegar a asomar la piedra madre. ¿Ve las rocas?», explica apuntando a la zona que se está quemando. «Uno me llegó a decir una vez que pese a mis recomendaciones haría lo contrario», dijo. Parece más bien una batalla perdida. Minutos más tarde, las labores de extinción concluyen, pero el trabajo continúa al otro lado del monte: se ha declarado un nuevo incendio que obliga a los operarios a reanudar las labores.
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