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JOSÉ MARÍA GUTIÉRREZ
Sábado, 31 de marzo 2012, 12:46
«Conocí a un Picasso muy diferente al que conocía otra gente, a lo que se decía de él, una persona totalmente campechana y normal. Me sorprendió lo sencillo que era, muy humano, cariñoso, simpático, se desvivía para que estuvieras a gusto...». Las palabras de Antonio Cores rompen tópicos sobre la singular y polémica personalidad del genial artista malagueño y sus fotografías también, porque retratan a Picasso en su vida cotidiana, con naturalidad, desnudo de poses y artificios, no dando importancia a la cámara que le retrataba.
Esta colección de valiosas imágenes se exhiben ahora en el Museo de Arte Contemporáneo de Santander y Cantabria, donde permanecerán expuestas hasta el 24 de junio. Se trata de una veintena de fotografías en blanco y negro que Antonio Cores (San Fernando, Cádiz, 1936) realizó en la primavera de 1966 y que permiten reconstruir interesantes aspectos no sólo de lo que fue su encuentro con Picasso, sino de los lugares que frecuentaba y de las personas que rodeaban al artista malagueño en el último tramo de su vida. Además, muchos de esos sitios y amigos están estrechamente vinculados con el trabajo desarrollado por Picasso en aquella época. Las fotos fueron realizadas en tres escenarios: en el taller de cerámica Madoura de Picasso en Vallauris, donde desarrollaba un importante trabajo en el campo de la cerámica desde 1947; en el castillo-museo Grimaldi de Antibes, serie en la que aparecen también retratados la que entonces era su esposa Jacqueline Roque, Luis Miguel Dominguín y Lucía Bosé; y en Mougins, en un encuentro de grandes personalidades en la que coincidieron en el mismo restaurante Rafael Alberti, Dominguín, Antonio Gades y Picasso en lo que terminó convirtiéndose en una improvisada fiesta hasta el amanecer. También hay una foto que el propio Picasso tomó de Cores junto a Jacqueline Roque.
Los negativos habían permanecido guardados en una caja y no salieron a la luz hasta 2007 gracias al empeño de la galería Vértice de Oviedo.
El conjunto de imágenes de Antonio Cores supone uno de los escasos ejemplos de fotógrafos españoles que tuvieron acceso a Picasso y constituye un interesante y valioso testimonio para profundizar en el conocimiento del genial artista y para derribar algunos tópicos que rodean a su fuerte y marcada personalidad. Cores consiguió romper la barrera que rodeaba a Picasso y su carácter distante y aislado, compartiendo vivencias que le han marcado de por vida y que hoy, 45 años después, recuerda como si fuera ayer. «Fue experiencia inolvidable, viví los días más emocionantes de mi vida, como artista y como persona», recuerda el fotógrafo, no obviando un evidente componente nostálgico.
Una apuesta histórica
Mirando las imágenes que cuelgan imponentes de las paredes de la planta baja del MAS y en compañía del alcalde de Santander, Iñigo de la Serna; el concejal de Cultura, César Torrellas; y el director del Museo, Salvador Carretero, Antonio Cores recordaba ayer la genésis de su encuentro con Picasso, que fue de lo más anecdótico y rocambolesco. El fotógrafo contaba entre su círculo de amistades con José María Navascués, Claudio Bravo, Antonio Gades, Miguel de la Cuadra Salcedo, Paco de Lucía y Luis Miguel Dominguín, entre otros artistas, con quienes ha compartido inquietudes y ha experimentado la aventura, ha disfrutado la escultura y la pintura, ha vivido la danza, ha conocido el mundo de la tauromaquia y ha sentido el flamenco. La valentía torera de Dominguín le llevó a entablar con Cores una apuesta al tiro de pichón en el Club de Campo de Madrid. «Si me ganas, haré lo que me pidas», bromeó. Y el fotógrafo ganó y le pidió que le presentara al maestro Picasso. «Y lo hizo», reconoce Cores todavía hoy sorprendido. Con el pretexto que le acercara a Picasso unos álbumnes fotográficos del torero, que intencionadamente Dominguín se olvidó y quería enseñarle, en abril de 1966 Cores realizó su primer viaje al encuentro del universal pintor. Y allí, a pie de pista del aeropuerto de Cannes, Picasso esperaba a un joven fotógrafo con su Lincoln negro y varios gendarmes, para trasladarle a su casa. «¡Dejaba entrar a muy poca gente. Y a mí me instaló en una habitación contigua a la suya!», relata. «Sentía que me debía un favor y se desvivió por mí, trataba de entretenerme y divertirme, cada día se inventaba una cosa».
Esta primera estancia, se produjo en abril de 1966 y hubo una segunda en mayo de ese mismo año. Después, la distancia enfrió la relación y la muerte sorprendió a Picasso en 1973. De esos encuentros quedan a Cores unas fotografías que exhibe ahora en Santander, pero, sobre todo, un recuerdo que el tiempo será incapaz de borrar.
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