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La imagen de la nave principal, del edificio central de la fábrica, da idea del volumen de una empresa que está a punto de remontar el vuelo. / Javier Cotera
GFB resurge de sus cenizas
CANTABRIA

GFB resurge de sus cenizas

La fábrica de fibroyeso más grande del mundo, ya en manos de Fermacell, podría funcionar en un año | En el interior de la fábrica todo reluce dando la impresión de que allí se ha parado el tiempo

IRMA CUESTA

Domingo, 15 de abril 2012, 14:48

Cuando uno llega impresiona lo enorme, lo inmenso que es todo. La fábrica de fibroyeso más grande del mundo ocupa 35.000 metros cuadrados -lo mismo que cinco campos de fútbol- y está en Orejo (Marina de Cudeyo). Nada más entrar, el visitante se topa con un BMW serie 5, 3.000 c.c. automático y de gasolina. Es el coche que se compró para uso del primer y único director que ha tenido GFB hasta la fecha, Mario Esquivel, y la imagen ayuda a imaginar cómo comenzó a escribirse la historia de un proyecto que se presentó dispuesto a «invadir» Europa con fibroyeso, que anunció que podría llegar a contratar a 250 personas -entre ellas 40 dedicadas a la seguridad-, y que nunca llegó a funcionar dejando por el camino entre 45 y 50 millones de euros del dinero de todos. Ahora, cuando la multinacional alemana Xella -a través de su división Fermacell- tiene en sus manos obrar el milagro de la resurrección, y uno entra en la fábrica, entiende por qué se han resistido tanto algunos a verla morir.

Fermacell ha pagado 14,5 millones por la fábrica, se ha comprometido a invertir otros 15,5 en su puesta a punto y estima que podrá llegar a contratar hasta 60 personas; conseguirá que diez años después de que en Cantabria se escuchara hablar por primera vez de que fabricar fibroyeso podía ser negocio, se fabrique la primera placa. «Es una maravilla», dice el alcalde de Marina de Cudeyo, Federico Aja, el mismo que vio cómo aquella nave se llenaba de trabajadores entre septiembre de 2008 y diciembre de 2009 -hasta 77-, que nunca llegaron a hacer nada. Asegura que también a él le han dado «muy buena impresión los alemanes», y que han estado ya por el Ayuntamiento reclamando apoyo para agilizar los trámites y poner la fábrica en marcha en un año.

Los 35.000 metros cuadrados construidos por el grupo Pujol Martí (Euroamérica) con el apoyo del Gobierno que entonces formaban regionalistas y socialistas entre finales de 2005 y agosto de 2008, están divididos en una nave principal y tres anexos. En la entrada, lo primero que se encuentra el recién llegado -BMW al margen- es una recepción, un mostrador sobre el que aún siguen esparcidas unas muestras pequeñitas de fibroyeso con una etiqueta en la que se lee: 'La nueva tecnología en placas para paredes, techos y suelos'. Justo allí se sentaba Dalila Casas, una chica de Barcelona con novio de Cantabria que un buen día leyó en Internet que en Orejo estaba a punto de ponerse en marcha «una gran fábrica», y mando el currículum. «Me entrevistaron y contrataron en septiembre de 2008. Yo entré con otros 48 cuando estaba previsto que se cobraran las subvenciones. En total, con los que habían montado la fábrica, éramos ya 77, pero nunca empezamos a trabajar. Estuvimos por la fábrica haciendo cosillas hasta que en diciembre de 2009 se anunció el ERE y luego los despidos. No me acabo de creer que al final se vaya a poner en marcha. Entonces, viendo aquello, nadie entendía que no se encontrara ese poco dinero que parecía que faltaba para hacerla andar». No extraña tanta perplejidad cuando se pasea por las inmensas naves, en donde todavía huele a nuevo y todo está impoluto.

De la recepción uno pasa a la gran nave mientras se agranda la sensación de que allí se ha detenido el tiempo. Un reloj parado dentro de esos 35.000 metros cuadros, porque fuera de allí no han dejado de pasar cosas.

El empeño de los herederos de un corredor de bolsa de Barcelona que hizo fortuna en Costa Rica, Josep Pujol Martí, líder en Hispanoamérica en el sector de la construcción, fue suficiente para convencer al Gobierno bipartito de lo que no habían terminado de ver sus predecesores, porque aquellos primeros contactos con el Ejecutivo del popular Martínez Sieso para instalar la fábrica en Reinosa, no prosperaron nunca. Estos días, otro trabajador recuerda cómo les explicaba Miguel Ángel Revilla, cuando le pedían ayuda porque acababan de ser despedidos, que lo que estaba pasando le resultaba incomprensible. «Allí, en Costa Rica, no imagináis las oficinas de la empresa. Cada planta del edificio es un museo, una llena de animales, otra de coches..., nos decía asombrado porque, con la fábrica ya construida, la maquinaria montada y todos en la calle, la cosa comenzaba a pintar muy mal».

Y es que, finalmente, el Gobierno, que había abierto su corazón y su caja fuerte al empresario americano -hasta el punto, según ha denunciado el PP, de poner dinero para comprar una maquinaria sin comprobar primero la mercancía- cerró el grifo.

Con un Gobierno que comienza a estar escamado, y la crisis sobrevolando el mundo, las cosas empezaron a complicarse: Pujol Martí no termina de conseguir el dinero que necesita para terminar de echar a andar la fábrica, y el Ejecutivo deja de soltar dinero público. Un nuevo marco para un cuadro que había nacido como un sueño. A partir de ahí, la historia más reciente: GFB insta el concurso voluntario de acreedores el 28 de abril de 2009, y por las flamantes instalaciones empiezan a pasar, sin éxito, posibles socios que Euroamérica trata de convencer para relanzar el proyecto.

Tampoco consiguió nada el Gobierno, socio minoritario de la empresa con un 30%, que a estas alturas no tenía visos de librarse del desastre. Ni Lautier, ni Essentium, ni Sanford -que llegó a presentar una oferta no vinculante- se decidieron a comprar. Las cosas ya pintaban mal para el mercado de la construcción -y para el resto de los mercados-y la muerte del proyecto era inminente.

Es entonces cuando aparecen los alemanes. Fermacell, esa suerte de ángel de la guarda que ha salvado del achatarramiento todo lo que llena éstas naves, lleva años estudiando la compra de GFB. Ellos saben mejor que nadie de qué va la empresa, porque son líderes en el mercado mundial de paneles de fibroyeso y porque bajo el paraguas del grupo al que pertenece, Xella, se resguardan 6.900 trabajadores. Alemana es, al fin y al cabo, la mayor parte de la maquinaria que se armó sobre los terrenos de Orejo.

Cuentan en el municipio que el ingeniero que supervisó el montaje, allá por 2006, está ya jubilado, pero que volverá para terminar de ponerla a punto ahora que la historia va a comenzar a escribirse a dictado de sus paisanos. «Son gente seria, que ofrece una magnífica impresión, así que, si tengo que coger una tienda de campaña e instalarme delante de cada consejería para conseguir que se les agilicen los plazos, lo haré», dice el alcalde de Marina comprometiendo «colaboración al máximo dentro de la ley». Y es que, el final feliz que dos años después de que se declarara el concurso de acreedores ha traído en la cartera Fermacell, públicamente satisfecho con la operación que ha cerrado esa semana, lleva a alguno a empezar a hacer cuentas. «No sólo es la gente que contraten, es también la que tenga que hacer los trabajos para ponerla a punto, luego distribuir la mercancía, incluso comerán en el pueblo», decía este fin de semana el dueño de uno de los bares de la carretera, no muy lejos de la fábrica. Es probable que no sepa que, en la naves, no sólo impresiona el volumen, la maquinaria, el laboratorio -en donde el instrumental sin estrenar espera manos expertas-, también el comedor. Una cocina como salida de un folleto de publicidad de una firma de diseño espera que alguien disfrute allí de un plato reconstituyente. Mesas, sillas, microondas, una fantástica nevera alemana... no hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que allí las cosas se hicieron sin escatimar.

Contienda política

Es precisamente esa forma de hacer la que ha llevado al Partido Popular a cansarse de denunciar, primero desde la oposición, ahora desde el Gobierno, que las cosas no se han hecho bien en GFB. «La compra de la maquinaria ha sido un fraude. La empresa pública (Sodercán) pagó a Pujol Martí 12 millones de euros más de su coste real», dijo hace sólo unas semanas el actual consejero delegado de la Sociedad Regional de Desarrollo en plena comparecencia en la Comisión de Investigación. Porque, si la fábrica parece resurgir de sus cenizas apoyada en la empresa que se ha adjudicado la planta en el proceso de liquidación, la artillería política sigue cargada. Ni un poco ha conseguido la buena noticia rebajar el clima de enfrentamiento. El partido en el Gobierno, una vez concluida la investigación parlamentaria que lleva gastada ríos de tinta, ha dejado el asunto sobre la mesa de la Fiscalía para que sea la autoridad judicial la que decida si en esta historia hay algo más que torpeza e incompetencia. Ayer, además, Carlos Bedia, diputado popular, reclamaba al Gobierno que exija responsabilidad patrimonial a socialistas y regionalistas por su gestión y recordaba que con los 14,5 millones que Fermacell pone sobre la mesa sólo cobrarán los acreedores preferentes, que habrá muchos otros que no lo hagan.

En el otro lado del campo de batalla, la oposición sigue manteniendo que el PP ha montado todo este proceso para centrar la atención en cualquier cosa que no sea la política de recortes que ha desplegado. Los que es probable que no quieran saber nada de todo eso son los alemanes. En unas semanas se espera que un grupo de ingenieros desembarque en Orejo para empezar a trabajar. Esto es ya otra historia.

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