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JOSÉ MARÍA GUTIÉRREZ
Domingo, 22 de abril 2012, 02:02
Una taberna celta en donde el tiempo se detuvo y donde el público disfrutó al calor de un folk-rock festivo que no conoce de etiquetas ni de fechas de caducidad. En eso terminó convertido el Escenario Santander durante la noche del viernes gracias a los contagiosos ritmos del veterano grupo escocés The Waterboys, que brindó un sobresaliente concierto a unos aficionados entregados a la causa, aunque el notable aforo no alcanzara el lleno que merecía tal insigne visita.
El quinteto estructuró su repertorio en torno a los clásicos que les hicieron grandes en los años 80 y a los temas de su último disco, 'An appointement with Mr. Yeats', en un calculado viaje de ida y vuelta desde su festiva vertiente folk-rock hasta la poesía más incisiva. 'The hosting of the sea' y 'All the things she gave me' se enlazaron en el arranque del concierto, intenso en emociones y extenso en duración, besando las dos horas y la veintena de canciones.
La poesía del emblemático escritor irlandés William Butler Yeats alcanzó una nueva dimensión gracias a la interpretación de Mike Scott, que se esforzaba en recitar con perfección 'News of the DelphicOracle' o 'Mad as the mist and snow'. Con las manos en la guitarra eléctrica, en el piano o al aire invocando a sus seguidores, el líder y alma de los Waterboys siguió regalando temas como 'Be my enemy', 'Glastombury song', 'Rags', 'All the things she gave me' o 'A girl called Johnny' con la sensación de que el tiempo se paraba, el del concierto y el de su vida, ya que, pese a las arrugas de su cara, Scott demostró que el sonido de los Waterboys sigue fresco y radiante, no está adscrito a una época sino que tiene tacto atemporal y no envejece más que lo justo para saborearlo mejor.
Durante el ecuador del concierto hubo tiempo para oír otros clásicos intemporales como 'Has anybody hereshe Hank?' o 'The Pan Within', para duelos atormentados entre violín y piano, para piezas reposadas como 'Lonesome old wind' y 'Song of wandering Aengus' y para la teatralización con las caras de los músicos tapadas por inquietantes máscaras.
Si el vocalista y líder estuvo brillante, mención destacada merece también el sabio violinista Steve Wickham, otro de los 'viejos' Waterboys, que guiaba los sonidos como un director de orquesta. Completaron la redonda banda James Hallawell (teclados), Marc Arciero (bajo) y Ralph Salmins (batería).
Despedida a lo grande
Pasados los noventa minutos de irrefrenable directo, llegó el momento de la primera despedida. Pero el público sabía que quedaba mucho por ver y grandes temas en el tintero. Y así fue. Los 'chicos del agua' regalaron en los bises 'Don't bang the drum', 'A man is in love' y el esperado y reivindicado 'Hole of the Moon', con una sorprendente introducción a modo de reagge antes de sonar en exitosa versión clásica. Y el remate, aunque fuera previsible, no dejó de ser triunfal: 'Fisherman's blues' sonó con la intensidad que merece una de las canciones más míticas del folk de las últimas décadas mientras Mike Scott y los suyos y la mayoría de los asistentes bailaban dando vueltas sobre si mismos al son de las guitarras y los violines. Fue el momento cumbre de la noche, ese que, mientras la lluvia arreciaba en el exterior, convirtió a Santander en Glasgow o Dublín y al marco del concierto, en una alegre taberna celta en la que la música fluyó con la misma naturalidad que el agua.
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