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A diario, numerosas personas utilizan la senda. / DM
Los vecinos cruzan con recelo el paso de la Peña del Cuervo por su penoso estado
SANTANDER

Los vecinos cruzan con recelo el paso de la Peña del Cuervo por su penoso estado

Tapias rotas, estructuras oxidadas y falta de limpieza dan un aspecto siniestro a esta pasarela que une dos alturas de la ciudad

ÁLVARO MACHÍN

Lunes, 14 de mayo 2012, 10:45

Son cinco minutos. Porque está cerca y porque más de uno acelera el paso. Da cierto respeto (sobre todo, si está oscuro). «Yo por ahí no paso». La pasarela, el puente azul, el camino de las vías... Cada uno llama a su manera a esta conexión para paseantes entre la Peña del Cuervo y la calle Castilla. A la unión del Santander de las dos alturas. La de la calle Alta y la del nivel del mar. Algo de miedo da, aunque muchos, por aquello de ser un gran atajo, cruzan la senda a diario. Y es que el lugar, al margen de su estética de callejón de arrabal, se ha convertido en un catálogo de abandono. Sólo hay que echar un vistazo.

Y eso que empieza bien. Las obras que se llevaron a cabo en el 2009 devolvieron a la Peña del Cuervo su encanto de barrio. Las fachadas de colores pintadas en la plaza le dan cierto encanto al lugar donde se ubica desde hace décadas 'El Pasarela', un bar famoso por su terraza peculiar con vistas a las vías del tren. Justo de ahí arranca el camino. El primer puente de color azul está en buen estado, pero la vista desde las escaleras que vuelven a poner los pies en el suelo empieza a ser desagradable. Una maleta vieja, tirada entre los numerosos plumeros que crecen en la zona, sirve de aviso. Se ve desde la escalera, junto a raíles abandonados que ya están tapados por la vegetación. A partir de ahí, basura. Vieja, acumulada, amontonada. Sobre todo, plásticos, latas y botellas.

No hace falta tener alma de detective para detectar que el lugar es centro habitual de reunión con la bebida como protagonista. Y debe serlo desde hace mucho tiempo, porque los envases muestran ese aspecto degradado que sólo les aporta el tiempo. Las barandillas de un lado, sobradas de roña, están 'desdentadas', rotas por numerosos frentes y tapadas por esos plumeros invasores. En ese lado es donde se amontonan los restos de numerosas 'fiestas'.

Pero el otro lado no es mucho mejor. La tapia también está caída en algunos tramos. De hecho, casi al final del paseo, han colocado una 'muralla' de hierro oxidado rematada con alambre de espino. Estética de trinchera que acompaña a diario a decenas de personas (en un espacio de menos de diez minutos a las once de la mañana pasan, en concreto, quince).

Un museo

Ese punto llamativo está justo antes de llegar a la entrada del Museo del Ferrocarril. Es visible la placa que informa sobre el horario de visitas (martes y viernes, de 19.30 a 21.30 horas) de este curioso lugar que recuerda la historia sobre raíles de la capital. Junto al edificio de la Asociación Cántabra de Amigos del Ferrocarril (encargada del museo) hay, también, un pequeño huerto en el que han colocado un espantapájaros. Se ve cuando uno ya asciende por la segunda pasarela, la que desemboca, tras girar (tiene tres partes), en la calle Castilla.

Ésta es menos azul que la otra. El marrón del óxido en los listones va ganando la batalla diaria. En algunas partes, por goleada. En las columnas que sostienen la estructura es más que evidente la erosión (si uno mira hacia atrás una vez concluido el paseo verá que el azul ha desaparecido del todo de las vigas que aguantan el peso del puente). Queda, únicamente, el paso junto a la parte trasera del centro de salud 'La Marina' (con entrada por el otro lado).

En este tramo lo que llama la atención son los grafitis. Está repleto de pinturas. En las columnas y las paredes de la parte trasera del edificio médico no queda un hueco libre. Firmas, colores, rostros, personajes... Es, más allá de los gustos de cada uno y cuestiones estéticas, lo menos 'denunciable' del recorrido. Lo que sirve para despedir el trayecto. Porque la pasarela termina en un punto intermedio entre el Centro de Salud y la comisaría de la Policía Local. Después, el tránsito de la calle Castilla.

Cinco minutos. No mucho más para cruzar el atajo. Y eso de día. Porque, cuando cae el sol, pasa menos gente y, los 'valientes', aceleran el ritmo. Al menos, con las prisas, ellos no ven en qué estado está el camino.

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