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INDALECIO SOBRINO
Viernes, 27 de julio 2012, 02:06
La tauromaquia es un arte en si, y el que no lo vea así es que no es capaz de comprenderlo, pero la cosa es así. Pero aparte de esta realidad, es curiosa la enorme vinculación que el arte del toreo tiene con muchas de las demás artes. Ha generado un auténtico subgénero en el mundo de la pintura, con notables artistas que la toman como única referencia. La cantidad de novelas, ensayos, poemas, enciclopedias, estudios y publicaciones revisteriles sobre el tema son infinitas.
Musicalmente ha inspirado un género que le es consustancial: el pasodoble. La banda de la música es un elemento imprescindible en cualquier espectáculo taurino. El palco de los músicos es tan importante como el palco de la presidencia, y sus acompañamientos son parte fundamental de la fiesta. Salvo en la plaza de Madrid, donde solo se deja escuchar en el paseillo y entre toro y toro, en el resto de las plazas intervienen a lo largo de la lidia de acuerdo a la particular idiosincrasia de cada una. Digo a lo largo de la lidia y no exclusivamente durante la faena de muleta porque, por ejemplo, no es raro que en Sevilla suene la música realzando este o aquel momento singular: un par de banderillas, un quite o lo que se le ocurra al particular director de la banda, de tal manera que si una faena considera que merece el acompañamiento musical, arranca el pasodoble, que puede enmudecer súbitamente porque el regidor entiende que había decaído el interés del trasteo, dejando al diestro en un incomodo vacío. La banda de Bilbao suena por mandato presidencial, dando un esplendor sinfónico a la faena.
Siempre he pensado que cuando un torero está sintiendo y transmitiendo su emoción al público, los clamorosos olés del respetable es el mejor y cuando el diestro nos aburre con una interminable e insípida faena en el más peyorativo sentido de la palabra, no vendría mal que un alegre pasodoble nos aliviase el aburrimiento.
En la plaza de Santander tenemos una singularidad como es el acompañamiento muy lugariego por el pito y el tambor en el tercio de banderillas. Es algo espontáneo que surgió del seno de la Peña la Pirula y ya se ha convertido en una tradición. El problema se plantea cuando es el espada el que coge los palos y la banda reclama su protagonismo. Lo mejor será que los garapuyos sean animados por los aires locales y dejar que la Banda Municipal se ocupe del ultimo tercio cosa que hace con excelente musicalidad y generalmente buen criterio. Por cierto, hay un pasodoble compuesto por el maestro Eduardo Rosillo que lleva por nombre Santander y que tiene aires muy montañeses. Creo que es el que acompaña el paseo de las cuadrillas el día de Santiago y nunca he entendido porqué no se hace extensivo al resto de la feria.
Son muchas las plazas en que suena siempre el mismo pasodoble al inicio del espectáculo, algo que da un cierto toque de identidad. Así pues: ¡Música maestro! , aunque alguna vez el impaciente de turno les grite aquello de ¡Música Gandules!
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