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Instalaciones precintadas del campamento del paraje de La Gándara, en Soba, donde ocurrieron los hechos el pasado sábado. :: DM
El alcalde pide «un castigo ejemplar» para los autores del ataque al campamento
Soba

El alcalde pide «un castigo ejemplar» para los autores del ataque al campamento

Julián Fuentecilla pide «que no se juzgue a todo el pueblo por los sucesos» mientras la Guardia Civil prosigue con las investigaciones

NIEVES BOLADO

Martes, 14 de agosto 2012, 11:47

«Rechazamos radicalmente lo ocurrido en el campamento del paraje de La Gándara y pedimos un castigo ejemplar para los autores de la agresión, sean quienes sean». Julián Fuentecilla, alcalde de Soba, condenó ayer al ataque perpetrado el pasado sábado contra un campamento scout integrado por 35 chicos y chicas, de entre 8 y 17 años y vecinos de Portugalete (Vizcaya), que fueron atacados en mitad de la noche por una lluvia de piedras, algunas de ellas de hasta «dos kilos de peso», arrojadas por varios desconocidos.

El alcalde del municipio mostró su preocupación y pesar por este suceso «deplorable», que obligó a llevar a los menores acampados a una pensión próxima. Atrás quedaban 25 minutos de angustia e impotencia para sus monitores, que temían que alguno de los niños a su cargo -quienes no fueron conscientes del peligro porque se encontraban durmiendo- resultara herido de una pedrada. La Guardia Civil, que los escoltó en el traslado hasta el hostal, continúa con la investigación en busca de los autores de la agresión.

No hubo que lamentar heridos, pero Fuentecilla reconoce la gravedad de los hechos, al tiempo que pide cautela y que «no se juzgue a todo el pueblo» por este incidente. El regidor del municipio se mostró ofendido por «la imagen que se quiere dar de nosotros, como si fuéramos la Cantabria profunda», y defendió la hospitalidad de Soba, donde se trata a la gente «siempre de maravilla» y con respeto. «Somos gentes acogedoras a las que no se nos puede juzgar por un hecho que repudiamos rotundamente», sentenció. Es por ello que no descarta emprender acciones legales «por daños a la imagen de nuestros pueblos y por señalar como culpables a personas sin ninguna prueba». Con esta afirmación, Fuentecilla se refiere a las acusaciones vertidas contra su propio hijo, que fue señalado el domingo como uno de los presuntos asaltantes del campamento de scouts. «Mi hijo me jura que no ha participado en este acto, y le creo, pero si fuera verdad, yo mismo pediría que le aplicasen un castigo ejemplar», aseguró el alcalde de Soba, quien apuntó a que existen «rencillas personales» hacia él mismo y hacia el Ayuntamiento en el trasfondo de este suceso. Y cita a Adolfo Pérez, el empresario madrileño que organizaba campamentos en Soba para impartir cursos de inglés y que «terminó el año pasado mal con el Ayuntamiento por asuntos económicos sobre el pago del canon para el uso de las instalaciones escolares del pueblo».

Sobre los antecedentes a la agresión del sábado, Fuentecilla reconoció que ésta no es la primera vez que se producen daños, «incluso en el edificio municipal», pero dijo que «no les hemos denunciado porque creo que es mejor arreglar las cosas hablando que aireando los problemas». Sin embargo, las familias de los niños que participaban en el campamento apedreado barajan la posibilidad de querellarse con el Ayuntamiento de Soba porque consideran que «no es normal que alquile una campa, que es de su propiedad, en la que ya han pasado agresiones similares en años anteriores, y luego no se haga responsable», señala Antonio García, uno de los primeros en llegar al campamento a la mañana siguiente al ataque.

«Una de las monitoras se me abrazó llorando, y mi hijo, asustado, todavía tenía un palo en la mano», relata con rabia García. Su hijo Eneko era uno de los monitores que cuidaban de los 35 críos, entre los que estaba su hijo pequeño, de 16 años, y dos sobrinas. «Lo primero que vi fue la cantidad de piedras y palos que había. Daba la sensación de que se había producido una batalla campal terrible», advierte con rabia García.

Entre él y su cuñado ayudaron a desmontar todas las tiendas de campaña y regresaron a casa con los niños visiblemente asustados. «Entendimos perfectamente la decisión de mi hijo y el resto de monitores de recoger todo y marcharse de allí», asegura, y alaba su actuación.

«Reaccionaron bien no contándoles a los chavales lo que había pasado en un principio para no asustarles y evitar que cundiera el pánico», indica.

«Teníamos miedo»

Cuando los niños descubrieron que su marcha del campamento no se debía a una peligrosa tormenta, sino a unos amenazadores rostros, se enfadaron mucho con los agresores. «Era de noche y yo estaba dormido. No me enteré de nada. Cuando nos dijeron los monitores que nos teníamos que ir porque iba a llover pensamos que íbamos a volver al día siguiente. Pero luego, cuando nos lo contaron, nos alegramos de habernos ido. Vimos las piedras. Podían volver otra vez y teníamos miedo», cuenta uno de los niños, de 13 años. «Cuando fui a buscarle, mi hijo estaba indignado a más no poder, y aún lo está. Estaba muy ilusionado y se lo estaba pasando muy bien», señala García. «Se han quedado sin su pañoleta, un premio que se entrega en el acto final y que llevan con orgullo a todos los sitios como emblema», explica con tristeza.

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