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R . M. R.
Jueves, 14 de marzo 2013, 11:21
Las escuelas públicas de Gibaja son una de las pocas referencias que quedan en Cantabria de Joaquín Ortiz García, uno de los máximos exponentes de la arquitectura racionalista en España que, pese a que tenía fijada su residencia en Santander, apenas trabajó en esta tierra. Fue hijo de José Ramón Ortiz, otro grande de la arquitectura que sí dejó huella en la ciudad. Suya es la iglesia de Los Carmelitas y también otros dos edificios de la calle del Carmen -o Del Sol-, otro en Isabel La Católica y el que acogió los ya inexistentes almacenes El Águila.
Su hijo llegó a presentar un proyecto de construcción del Museo Marítimo y tenía algunos otros planes para desarrollar en Santander, pero pronto obtuvo la plaza de arquitecto municipal en Llanes, cambiando para siempre la fisonomía de esa villa asturiana. La vida y obra de Joaquín Ortiz García será objeto de análisis mañana, viernes, en el Espacio Ricardo Lorenzo, sede cultural del Colegio de Arquitectos de Cantabria, a las 20.00 horas. Hasta esta instalación, ubicada en la santanderina calle de Los Aguayos, llegará Higinio del Río Pérez para presentar su libro sobre Ortiz, que es mucho más que una biografía al uso, pues además de hablar de su prolífica obra, en Asturias y en Venezuela, recoge el sentir de una época, la de la Segunda República Española.
Del Río asegura que Joaquín Ortiz era una hombre «con grandes cualidades artísticas y humanas; con una gran sencillez y vocación de anonimato que lo convierten en una persona excepcional que bien merecía rescatar del olvido».
En el libro, además de repasar algunas de sus construcciones, como la remodelación total del ensanche de Llanes, también se recoge su compromiso social, que le llevó a cofundar la Agrupación Socialista de Llanes, de cuya Ejecutiva formó parte varios años. También presidió el Círculo Republicano y fue el único arquitecto integrado en la Comisión Técnica de Fortificaciones militares en Asturias.
Higinio del Río, director de la Casa Municipal de Cultura de Llanes, asegura que esta inquietud de ayuda le vino inculcada de su padre que, aunque miembro destacado de la burguesía santanderina, siempre destacó «por su labor en favor de la educación».
Hay personajes que acompañan a un autor de por vida y algo parecido le pasa a Del Río, que afirma que le va a costar mucho «soltar» a este arquitecto. Así, ya se ha puesto en contacto con algunos de los pocos familiares que permanecen con vida para abordar con más profundidad de la que se recoge en este libro su estancia en Venezuela durante el exilio.
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