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MARIÑA ÁLVAREZ
Miércoles, 22 de enero 2014, 01:58
Cada mañana en los meses flojos de invierno, una media de trescientas personas entra en el Museo de Altamira. A partir de febrero, después de la próxima reunión de los investigadores, un día cualquiera de la semana y sin previo aviso, cinco de los visitantes de tal jornada tendrán el privilegio de conocer la original, la que está cerrada a cal y canto desde 2002, la que alberga las pinturas de arte rupestre más importantes del mundo, la que se imita en una Neocueva que, sin embargo, dicen los que han entrado en la auténtica que no puede reproducir ni la magia ni la emoción que se siente en la que estuvo habitada hace cuarenta mil años...
Desde que el Patronato anunciara al mundo que cada semana cinco elegidos podrían estar 37 minutos en la cueva para participar en un experimento sobre el impacto de la presencia humana, las llamadas al Museo se han triplicado y ya van por cuatro mil consultas en su web. Los responsables de la institución están preparados para afrontar esta nueva etapa, en la que también se medirá su capacidad para gestionar decepciones. «Me preocupa la gestión del gusto y del disgusto, la satisfacción de cinco e insatisfacción de los demás, sobre todo en verano, cuando pueden llegar a venir dos mil personas al día», admitió ayer el director del Museo, José Antonio Lasheras, satisfecho con una decisión que siempre había defendido, «por pequeño que sea el número de personas» que se beneficie.
La de ayer fue una mañana de enero cualquiera. No hubo aluvión a las puertas del centro, pero sí mucha curiosidad por la manera de entrar en los sorteos y por la famosa lista de espera guardada en el cajón desde 2002. En ella hay 4.700 cartas para acudir a las visitas guiadas suspendidas hace doce años. En un par de días, el 10% de esos solicitantes ha actualizado sus datos con la esperanza de que su paciencia cuente algo. Pero no. No es para ellos. Esta lista se reactivará en una segunda fase si el experimento sale bien. Habrá que esperar, al menos, hasta agosto, fecha aproximada del fin de esta investigación.
Los que ayer se acercaron a la Neocueva aceptaban resignados que aún no están listos los formularios para los sorteos y que éstos todavía no tienen fecha de inicio. «Teníamos esta visita programada desde principios de curso, en cuanto este sistema comience volveremos a probar suerte», comentaron Yolanda y Jaime, profesores del colegio Monte Corona de Udías, que llevaron a los pequeños de Infantil. Los dos maestros conocieron la original en su infancia, «pero tenemos un recuerdo difuso», admitieron. Otros se conforman con disfrutar de la reproducción, «que está muy bien», dijo otro maestro, José Luis.
«Hemos leído en prensa la noticia, pero ya venimos convencidos de que no vamos a poder entrar hoy», decían ayer Laya y Ramón, un matrimonio de Barcelona; igual que la tinerfeña Vanessa, que ahora vive en Santander y ayer llevó de visita a sus padres, «cinco y por sorteo, qué difícil lo veo», valoró. Los Torres y los Fajardo, de México, estaban bastante despistados. «Qué decepción, en la Guía Michelín no dice nada de que la cueva original esté cerrada, veníamos convencidos de que podríamos entrar...».
Expectación y entusiasmo
Hay quien ha intentado aferrarse a este experimento, como un joven que el sábado se presentó en el museo y dijo que montaría una tienda de campaña en la puerta... Pero de momento la onda expansiva de la noticia avanza lenta y se ignora qué efectos puede tener, «nos llaman medios nacionales y justo ahora de una televisión checa», comentaron responsables del museo, «y a mí un colega de Naciones Unidas, que me dice que le brean a preguntas sobre estas visitas», añade Lasheras. A su alrededor, los funcionarios están expectantes y entusiasmados, a partes iguales, «la telefonista que iba a librar el domingo renunció a su descanso para dar un buen servicio», dijo el director. «A mí me parece que esto va a ser muy positivo para Cantabria y para el museo», indicó la guía Alexandra, que, por cierto, todavía no ha tenido la oportunidad de entrar en Altamira, como tantos otros compañeros. No así María Luisa, la portera mayor, que con 41 años de antigüedad pudo visitarla «en infinidad de ocasiones», y guarda miles de anécdotas de gente pasando la noche haciendo cola, de famosos toreros que enviaban a alguien a hacer la guardia...
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