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José Luis Pérez
Martes, 28 de enero 2014, 11:32
Con cierta frecuencia irrumpen en los medios de comunicación noticias sobre las diferencias entre municipios respecto a cuestiones de índole territorial. La complejidad para delimitar unas fronteras establecidas no es un fenómeno actual y ya en la Antigüedad, civilizaciones como la romana, se establecieron mecanismos para definir los límites sobre determinados espacios periurbanos que podían ser objeto de conflicto de competencias.
En Cantabria, tras la conquista del territorio por las legiones romanas a finales del siglo I antes de Cristo y la implantación de un importante núcleo urbano en Julióbriga, la administración del Imperio procedió a delimitar los (prados) de la Legión IIII Macedónica, que se instaló en la zona de Herrera de Pisuerga, del (campo, territorio) de la ciudad localizada en la loma de Retortillo, apenas a cinco kilómetros de Reinosa. Y esto lo hizo ubicando inscripciones (hitos) en la zona de los actuales municipios de Valdeolea y Valdeprado del Río, de las cuales se han rescatado un total de 18.
La Universidad de Cantabria, a través del Departamento de Ciencias Históricas y bajo la dirección del profesor José Manuel Iglesias, desarrolló en esta ciudad una fructífera actividad arqueológica entre 1980 y 2005. Fruto de los diferentes proyectos de investagación que surgieron está el estudio sobre la , del que es autora Carolina Cortés Bárcena, una investigadora formada en el Grupo de Investigación Arqueología e Historia Antigua del Imperio Romano de la Universidad de Cantabria, y actualmente profesora de Historia Antigua en la Universidad de Oviedo.
El trabajo, que ahora ve la luz en forma de libro en la prestigiosa editorial 'L'Erma' di Bretschneider, dentro de la colección Hispania Antigua Serie Histórica, es una parte de la tesis doctoral, dirigida por el propio Iglesias Gil y defendida por la autora en la UC en 2011, con la que obtuvo el grado de doctor con mención europea con la máxima calificación académica y el premio extraordinario de doctorado.
La publicación cuenta con 321 páginas y en ella se realiza un corpus de inscripciones, para las que se establecen diferentes tipologías en función de las intenciones de Roma en materia de política territorial en cada región y periodo. En ocasiones los separaban ciudades, en otras, zonas cuyo usufructo estaba reservado al ejército. No faltan ejemplos de epígrafes que delimitan territorios públicos y privados, dominios imperiales o zonas pertenecientes a tribus.
Carolina Cortés pone con acierto en contexto histórico estas piezas epigráficas que hoy se podrían comparar con los mojones que existen en algunos montes para delimitar terrenos comunales, juntas vecinales o municipios. Y llega a la conclusión que los , además de cumplir una función delimitadora, fueron un elemento difusor/publicitario de la política territorial de Roma.
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