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Ilustración del libro 'El árbol de la vida', de Britta Teckentrup, en el que se ve al zorro muerto entre los animales./Pepa Montano.
Mamá, ¿qué le pasa al zorro?
LITERATURA

Mamá, ¿qué le pasa al zorro?

Editado por el sello cántabro Pepa Montano, el libro infantil 'El árbol de los recuerdos' se atreve a contar el duelo al público infantil en contra de la tendencia habitual de los cuentos a edulcorar la realidad

MARTA SAN MIGUEL

Domingo, 2 de febrero 2014, 12:55

Ha nevado en el bosque donde vive el zorro y sus amigos, y en la imagen aún se ven las huellas que sobre la nieve ha dejado el animal. Son los últimos pasos que ha dado. El surco llega hasta su cadáver, el cuerpecito naranja tumbado, muerto -que no dormido- como van descubriendo el búho, el oso, las aves, el ratón que se acercan a verle. Las ilustraciones no escatiman en trazos que evidencian las señales de duelo; el dolor, la angustia y la pena que todos ellos sienten al ver el cuerpo sin vida del que fuera su amigo. Así empieza el cuento infantil 'El árbol de los recuerdos'.

¿Escalofriante? Lo es, porque la muerte siempre hiela todo lo que es cálido, habitable: la muerte deja congelado el tiempo en el momento en que ocurre. En la mente de cualquier adulto hay un instante detenido para siempre: una gigantesca pirámide invertida clavada en la memoria. Y si con la experiencia adulta sabemos lo que supone la muerte, ¿es posible que un niño, con la inocencia y el instinto de protección que despiertan, pueda asomarse a semejante escena? «Proteger ante un tema que forma parte inevitable de la vida, aún siendo doloroso, puede ser más perjudicial que beneficioso para los niños», explica la psicóloga Noelia Palacio. Licenciada por la Universidad de Oviedo y Psicooncóloga por la Universidad Complutense de Madrid, advierte de una tendencia: «La sociedad actual vive en busca de la felicidad evitando el sufrimiento, pero cuando el sufrimiento aparece, nos damos cuenta de que no somos capaces de manejar ese dolor porque no hemos aprendido a hacerlo, no nos han dejado».

¿Cómo hacer que un niño conciba que su madre, su primo, o su abuela ha muerto? Que la cultura se asome a la muerte es algo que ha discurrido parejo a su evolución. Sin embargo, de un tiempo a esta parte cada vez más libros infantiles surgen como un puente para salvar la distancia entre un niño y su padre o su madre, entre la incomprensión de un concepto inabarcable y cuya explicación errónea puede dar lugar a equívocos aún peores que la propia realidad. «Hay que ser honestos con los niños, dar una información real a todo lo que ellos planteen y no dar mensajes incongruentes que puedan promover asociaciones incorrectas, como por ejemplo, 'hemos perdido a papá' porque su reacción podrá ser 'y si mamá se pierde', ¿también se muere?». El dolor es inevitable, pero enseñar a convivir con él, o comprenderlo, puede ser la única salida posible. Y eso es lo que hacen los animales que rodean al zorro de 'El árbol de los recuerdos'.

Romper el silencio

El libro, de la autora alemana Britta Teckentrup y editado por el sello cántabro Pepa Montano y Nube Ocho, da la vuelta al tabú y supone un caso paradigmático de cómo la literatura rompe una lanza a favor de la realidad y aporta desde sus páginas una oportunidad para dar a conocer a los más pequeños la muerte, algo inherente a la vida. Para ello se sirve del zorro cuyo deceso al principio del cuento desencadena el dolor en sus amigos. Sin embargo estos, lejos de llorarle, comienzan a recordar las historias que compartieron. A medida que los recuerdos afloran, crece sobre su tumba un pequeño brote que terminará convirtién- dose en un frondoso árbol. El libro celebra así la vida a través de los recuerdos que permanecen en nosotros tras la pérdida de un ser querido. «Si no se habla del tema, no se puede saber cuáles son los miedos, las preocupaciones o las emociones del niño ante la muerte», explica la psicóloga ante la actitud más habitual de no hablar de la muerte a lo más pequeños, a pesar de que es algo a lo que están expuestos diariamente: muertes ficticias de los dibujos, los videojuegos, muertes reales en televisión y sobre todo las muertes personales de niños de su edad, o de miembros de la familia. «Protegerlos de todo esto es complejo y ante lo inevitable de experimentar la muerte, los adultos podemos aprovechar las oportunidades que se presentan a diario para enseñar a los niños el concepto de muerte y el dolor que esta produce, invitarles a expresar qué entienden, cómo lo sienten».

Esta actitud choca de bruces con la realidad hasta ahora imperante en la tradición narrativa. Generaciones de jóvenes de todo el mundo han crecido con versiones edulcoradas de clásicos universales escritos por Charles Perrault, cuya 'Caperucita' no se salva gracias a un leñador sino que su desobediencia provoca que el lobo se la coma a ella y, por si fuera poco, también a su abuela. El danés Hans Christian Andersen expuso a 'La Sirenita' al despecho de su amado príncipe Eric, quien lejos de la boda musicada en alta mar con la que culmina Disney su historia de amor, elige a otra mujer y deja a la sirena entre dos tierras, condenada a un dolor mortal. Los hermanos Grimm tampoco se quedaban cortos abandonando al diminuto 'Pulgarcito' junto a sus siete hermanos por sus padres, o el italiano Carlo Collodi, que mató a 'Pinocho' por sus mentiras. Hasta la clásica fábula de 'La cigarra y la hormiga' tiene un final bastante más bestia del que nos llega en su moraleja: la hormiga deja fuera de su casa a la ociosa cigarra por no haber trabajado cuando debía. Por vaga.

Si Disney y la potencia globalizada de sus arquetipos han cuajado en la conciencia universal (salvando secuencias que muchos vivieron como traumáticas como la muerte de la madre de 'Bambi' o el padre de Simba en 'El Rey León') la capacidad de cambiar el final de toda historia para conseguir la complicidad del público ha llegado incluso hasta las más altas plateas. Sin contar la ópera, claro está, que hace del drama su razón de ser (excepto las bufas) 'El lago de los cisnes' de Tchaikovsky es un gran exponente de final alternativo. En la versión original del ballet, Odette, la princesa cisne, muere junto a su amado porque es la única forma de romper el hechizo. Hoy en día raro es el montaje que programa el trágico cuarto actosino que, más bien, casi todos se decantan por el final feliz de los enamorados, volando sobre sus zapatillas a ritmo de hormona mientras baja el telón.

Narrar es enseñar

Desde la Edad Media las narraciones han existido para enseñar a los niños relatos fantásticos que les advirtieran de los peligros y también de las consecuencias de sus actos. Sin embargo la tendencia creció hacia el lado contrario hasta difuminar lo que en verdad hace humanos a los personajes. Y no sólo con el público infantil sino también en la población adulta: «El dolor, la enfermedad, el sufrimiento, la muerte forman parte de la vida. Evitar lo que nos llega sin afrontarlo, no mirar de frente a largo plazo nos perjudica aún sintiendo que a corto plazo nos alivia. En el intento de solución, generamos el problema». Nadie quiere mirar a la cara a la muerte, y mucho menos exponer a un niño a la traumática experiencia de asimilar que todo tienen un fin, que es posible la ausencia y que hay cosas que son irreversibles.

En este sentido la literatura puede ser «una herramienta efectiva» para traducir lo más incomprensible que existe y afrontarlo con «naturalidad» para evitar «equivocaciones» en la mente de los pequeños. En una conferencia que Noelia Palacio y la también psicóloga Bet Modolell ofrecieron esta semana en la librería Gil de Santander se puso en evidencia la necesidad de respuestas ante una realidad social que reclama un ejercicio de honestidad. «No se debe esconder ni inventar las cosas, y somos conscientes de que la gente necesita herramientas para hablar de estos temas y el libro es una gran herramienta», dice la librera Paz Gil, responsable de la edición en español de 'El árbol de los recuerdos'.

«Nos hemos arriesgado», dice consciente del riesgo que ha corrido al editar un libro para niños sobre la muerte. Sin embargo, algo hay en esa valentía que ha atraído a los lectores: «Hemos vendido mucho más de lo que pensábamos», dice. «Los títulos que existían eran relatos muy tristes siempre con un planteamiento que cuenta la vida del personaje que al final se muere», sin embargo este cuento narra la muerte desde la vida y pone sobre el papel una realidad a la que es posible acercarse «con naturalidad», como el que camina por la nieve dejando sus huellas.

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