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JAVIER RODRÍGUEZ
Domingo, 16 de marzo 2008, 02:33
Francisco González Cuerdo hizo mutis en silencio, de puntillas, sin ruido, sin molestar, dejando impresa en la memoria de cuantos le conocimos una profunda huella de bonhomía y bohemia.
Aún recuerdo sus impresionantes vuelos en el trapecio del 'Circo Atlas' para coger en el aire a los ágiles. Agarrando firmemente la vida ajena -¿Hale hop!- convertía el riesgo en Arte y aplausos.
Fue Paco, 'Pacón', ave libre, esencia de farándula y artesano de utopías; en definitiva, un soñador (calificativo que tanto le agradaba escuchar). Qué suerte, qué mérito: únicamente los soñadores se muestran capaces de acariciar las estrellas. Alargan mágicamente sus brazos y conectan con la felicidad. Empero siempre pagan por tal cualidad -sin duda asombrosa, propia de privilegiados- el peaje de la incomprensión y la envidia. Peor para algunos, claro, pues en verdad son dignos de lástima quienes no entienden la existencia sin pasarla por el tamiz de lo material.
Paco ejerció de maestro de trapecistas, protagonizó magníficas tardes de circo e innumerables anécdotas profesionales y supo sembrar amistad dentro y fuera de la pista. Quizá porque en el fondo a todos nos hubiera gustado ser él o porque en él nos veíamos reflejados todos sus leales siempre le entendimos y respetamos.
Con frecuencia le encontraba por Santander o veía aparcada en la calle su peculiar furgoneta, hábitat de artista con serrín circulando por las venas y payasos -hoy tristes sin consuelo- anidados en el corazón. Nunca escuché de su boca un reproche hacia nadie; sólo proyectos, anhelos, ilusiones pendientes. Nada más. Y nada menos.
Llegó tu gran momento, querido amigo. Recibe un abrazo de papel.
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