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MARGA PEREDA
Martes, 29 de abril 2008, 03:36
La que fue siempre vivienda de Antonio López, el primer Marqués de Comillas, nacido en la villa en 1817, está siendo rehabilitada. Muchos personajes ilustres, entre ellos el rey Alfonso XII, se alojaron en este histórico palacete, situado en uno de los lugares más céntricos y emblemáticos de la villa, el denominado 'cruce del Filipinas'.
Antonio López fue un pionero de la emigración y los negocios. Tras empreder sus primeros viajes entre Cuba y España, fue en Barcelona y gracias a su matrimonio con la catalana Luisa Bru, cuando consigue consolidarse finalmente como un excelente negociante y trabajador incansable, cualidades que fueron captadas por su suegro, que no dudo en impulsar su carrera. Algunos frutos de su trabajo fueron la Compañía Transatlántica Española o la Compañía General de Tabacos en Filipinas.
Antonio López fue un hombre de éxito y jamás olvidó su tierra natal. A pesar de cosechar poder y fortuna en todos los destinos en los que se afincó, desde Barcelona, hasta Filipinas o Cuba, el marqués construyó este palacete para volver con su mujer y sus cuatro hijos, al menos los veranos, a retomar el contacto con las calles que lo vieron nacer.
Se implicó en los vaivenes políticos de nuestro país, entre repúblicas y monarquías, y consiguió establecer alianzas tan sólidas como para que el rey Alfonso XII, el mismo que le otorgó la dignidad de Grande de España y el marquesado, viniera a veranear a esta hermosa villa en 1881, hospedándose en la casa que ahora se rehabilita, la 'Casa Ocejo'. Por entonces aún no estaba construido el Palacio de Sobrellano.
El ocaso del marqués se inició con la muerte de su heredero e hijo mayor de tuberculosis con poco más de 20 años. Esta terrible circunstancia, unida a las calumnias e injurias hacia él levantadas por sus cuñados, víctimas de la envidia de haber recibido los favores y ayudas de su suegro, menguaron la resistencia de un hombre que tan solo unos años antes había sido capaz de enfrentarse con cualquier situación.
Sin embargo, todavía le quedaron energías para recoger el guante que le lanzó el Jesuita Tomas Gómez Carral, para financiar la construcción de la que sería la universidad pontificia más importante de Europa, falleciendo en 1883, año de la colocación de la primera piedra.
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