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Paul Ratier y Josse, el pintor que reprodujo las pinturas de Altamira
TRIBUNA LIBRE

Paul Ratier y Josse, el pintor que reprodujo las pinturas de Altamira

BENITO MADARIAGA :: DM

Sábado, 26 de diciembre 2009, 02:02

Seguramente que ahora ustedes le recuerdan, si les digo que Ratier es el pintor del cuadro de Santa LucÍa con los ciegos, que figura en el altar mayor de la Iglesia del mismo nombre en Santander. Sus contemporáneos tampoco le olvidaron, ya que era un pintor sordomudo. Paul Ratier nació en Lorient en Francia en 1832 y murió en Santander el 7 de mayo de 1896 en la calle de Méndez Núñez de nuestra ciudad. No sabemos cómo vino la familia y se instaló en nuestra ciudad. Había estudiado dibujo en Santander bajo la dirección de Luis Brochetón que le inició en el retrato y después completó su aprendizaje en París o tal vez fue al revés. Si no me falla la memoria fue vecino de los Menéndez Pelayo cuando vivieron en la calle Ruamayor.

No fue un pintor corriente, aunque necesitó para vivir mantener una clientela burguesa que le solicitaba sobre todo la ejecución de retratos. Participó en la Exposición Provincial de 1866 con los retratos de Alfonso XII y el de la Reina María Cristina, el estudio de un niño mendigo, el cuadro titulado «Zapatero de portal», varios retratos pequeños y cuatro bodegones.

La obra más conocida y que le dio fama fue la primera reproducción del techo de Altamira que le encomendó su protector Marcelino Sanz de Sautuola, el descubridor de las figuras pintadas del techo y de parte de las restantes de la cueva. Curiosamente no la firmó, pero las reproducciones que después hicieron otros autores siguieron el mismo modelo. El grabado puede verse en el libro «Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander» y puede apreciarse el original actualmente en el Museo y Centro de investigación de la cueva en Santillana del Mar. Marcelino Sanz de Sautuola le protegió y le encargó algunos trabajos. Sin embargo, aquella reproducción del techo de la cueva motivó uno de los argumentos que se utilizaron para sustentar que las pinturas de la cueva eran falsas. En la sesión de la Sociedad de Historia Natural del 3 de noviembre de 1886, Eugenio Lemus, director de la Calcografía Nacional, después de apreciar en la cueva las pinturas del techo no quiso ver las restantes y dijo: «reflexionando quien pudiera ser el autor de aquel engaño, me acordé que en Santander había dos artistas dedicados a retratos que fueron capaces de hacerlo». Poco más tarde preguntó a un amigo «si recordaba que por la época del descubrimiento de la cueva estuviera por allí cerca su amigo el mudo, que es pintor, y me contestó que por aquella época pasó una temporada en Puente San Miguel, pueblo que se halla en la falda del cerro donde está la cueva». La acusación pasó, como vemos, a las reuniones científicas y Sautuola murió sin que le reconocieran que había sido el primer descubridor de las pinturas rupestres del mundo, apoyándolo además con una monografía.

Los prehistoriadores franceses E. Cartailhac y H. Breuil lo reconocerían a primeros del nuevo siglo con estas palabras: «Es imposible de rendir homenaje al observador español: procede con método, con prudencia y con toda la calma necesaria: estaba muy al corriente de la ciencia prehistórica, y no hay un solo error en su trabajo».

Pero hubo argumentos para todos los gustos y hasta se dijo que pudieron ser pintadas por un pintor loco o, por aquello de los bisontes, por un norteamericano. Los estudiosos de la Institución Libre de Enseñanza a los que se encargó el estudio opinaron que pudo ser pintada por soldados romanos. Sautuola se defendió diciendo que Ratier era incapaz de pintar unas figuras como las originales de la cueva y tenía razón.

Por desgracia, murió en 1888 sin haber sido reconocidos el valor y autenticidad de las pinturas. Fue a principios del nuevo siglo cuando se admitió que la cueva era «con mucho la más bella y la más admirable». Sorprendió por ser la primera descubierta con arte parietal, por su belleza y la particularidad de estar las figuras pintadas en la parte superior y muchas de ellas sobre las prominencias rocosas que tenía el techo. Y vino la paradoja cuando expertos en pintura quisieron reproducirlas y no supieron superar a los originales en el movimiento y la anatomía. Y un compañero de Lemus tuvo que decirle con sinceridad: «La acción de las figuras es tal que apenas he podido expresarla, proponiéndome hacer lo más fiel y completo la reproducción».

Muerto Sautuola, Ratier se encontró sin protección ni ayuda de nadie. Cuando leí en la prensa su muerte, pobre y enfermo, después de una larga tuberculosis, con el agravante de la situación penosa en que dejaba a una hermana en la cama sin medios y también enferma, no quise leer el desenlace por lo patético de aquel cuadro que, por desgracia, acompaña a muchos artistas.

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