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Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir», dejó escrito Italo Calvino en un volumen de ensayos en el que profesó su amor y admiración por obras de Diderot, Balzac, Stendhal, Borges y demás autores que le descubrieron ... el mundo. Esa definición de lo clásico, de lo perdurable, de lo esencial, es la que ha guiado a Marina Eiriz de Cádiz a Santander. Estudiante del doble grado de Filología Clásica y Lingüística en la universidad pública gaditana, Eiriz repite este año como alumna de la exitosa Escuela del Mundo Clásico de la UIMP, dirigida por Antonio López Fonseca y pensada para contar la Antigüedad grecorromana desde una perspectiva amplia, diversa. En este formato de la escuela de verano -cinco días de clases y convivencia- ha encontrado Eiriz una manera muy enriquecedora de aprender. «Hay un contraste muy interesante entre universidades al uso y los cursos de verano de la UIMP. Aquí no hay asignaturas ni exámenes, en la escuela estamos en búsqueda constante, todo esta interconectado. Además, se pone en valor la duda, algo que en las universidades se tiende a penalizar, pero que aquí, en cambio, significa aprendizaje. Desde mi perspectiva de estudiante, lo valoro mucho», contó Marina la pasada semana, feliz de volver a Santander y entusiasmada tras la ponencia a la que acababa de asistir en el Paraninfo: una especie de conversación recitada entre Álvaro Tato y Ana López Segovia con la que le dieron «un aire» de copla y flamenco a los clásicos. «Ha sido extraordinario».
Además de esta escuela, la pasada semana se celebraron simultáneamente otros tres encuentros de las mismas características en La Magdalena: la XXI Escuela de Psicología José Germain, dirigida por Helio Carpintero; la VII Escuela de Inmunología e Inmunoterapia, capitaneada por África González y Silvia Sánchez, y la XXIII School of Mathematics Lluís Santaló, con María de los Ángeles Alfonseca y Eugenia Saorín al frente. Su alumnado, diverso en formación, edad o intereses, desplegó sus debates y charlas en pasillos y aulas, en la cafetería, en los comedores o en el caminito que une el Paraninfo y el Palacio. «El lugar está muy bien, permite más cercanía con los profesores. Conocer a gente que ha estudiado cosas diferentes a ti amplía tu punto de vista», dice Jesús Rosales en relación a esos momentos propicios para conversaciones informales y fructíferas que se dan en las cenas o en los recesos para estirar las piernas y tomar café.
Formado en biología sanitaria y con un máster en investigación, Rosales acaba de concluir su primer año de tesis y este es su segundo verano en la Escuela de Inmunología. Los compañeros de su laboratorio le hablaron de este encuentro, que cada verano pone sobre la mesa los desafíos y avances de la disciplina. «Como la ciencia va cambiando y se va actualizando, siempre hay cosas nuevas que aprender en el curso. Y viene bien salir del ámbito de tu tesis. Por eso decidí volver», revela.
Cristina Vidal Verdú, investigadora adscrita a un grupo de virología en el Instituto de Biología Integrativa de Sistemas (Valencia), donde se emplea a fondo con su doctorado, coincide con esta reflexión. «Aquí he conocido a personas con las que me estoy llevando muy bien y somos capaces de retroalimentarnos. Es gente muy interesante, y no solo en términos científicos, sino también por sus intereses culturales», dice Vidal, que ha encontrado un aliciente en la programación cultural de la UIMP. «A veces, en la ciencia perdemos esa parte más subjetiva, esa búsqueda de la belleza», continúa, que ella ha buscado en Santander en actos como la conversación abierta al público que mantuvieron la pasada semana Emilio del Río y Luis Alberto de Cuenca. Cristina se acabó comprando un libro sobre los clásicos y otro de poesía. «La interdisciplinariedad entre materias es necesaria para los científicos. Eso enriquece mucho», reivindica, contenta con sus aprendizajes en la escuela. «Complementan muy bien mi formación y me sirven para tener una base más sólida para el doctorado. Gracias al curso siento que estoy aprendiendo aspectos básicos que antes no conseguía relacionar, y, además, la virología y la inmunología están intrínsecamente relacionadas. Estoy muy contenta. Los ponentes están muy actualizados. Creo que es el mejor curso de investigación al que he asistido», dice con entusiasmo.
Vidal se inscribió en la UIMP para ampliar conocimientos. Alicia Cáceres hizo lo mismo, pero con motivaciones diferentes. Las inquietudes intelectuales de esta funcionaria asentada en Valladolid son diversas y en La Magdalena encuentra respuesta a muchas de ellas. El pasado año se inscribió en la Escuela de Psiquiatría y este, en la de Psicología, en ambas ocasiones con idea de profundizar en una cuestión que le atrae: el funcionamiento del cerebro y la relación de este con lo digital, con la IA. Son asuntos que a Cáceres le resultan interesantes, provechosos y, sobre todo, asequibles. «Uno de los motivos por los me animo a venir es que son ponencias divulgativas. Yo no estoy formada específicamente en psicología, pero puedo seguirlas, no echo de menos más competencias profesionales», revela. «La experiencia está siendo muy buena y los ponentes también lo son: es gente muy vocacional y experimentada. Además, el perfil de los participantes es muy variado -con edades y procedencias diferentes- y eso lo hace muy enriquecedor». Encantada con el aspecto académico, Cáceres admite que pasar unos días de agosto en Santander es otro estupendo aliciente. Dice que como vallisoletana, la ciudad le resulta un lugar cercano, familiar. «Aquí me siento como en casa».
También Fernando Mesquida se siente y se mueve como pez en el agua en Santander. Residente en Granada y jubilado después de tres décadas dedicado a la gestión de recursos humanos en un hospital público, se define como una persona «activa y llena de proyectos», entre ellos, cumplir, cada verano desde 2014, con sus cursos en la UIMP. Solo la pandemia logró romper la racha. «Me gusta la UIMP porque siempre está atenta a la realidad social y política, y funciona como un barómetro», reflexiona Mesquida, que este año repite como alumno de la Escuela del Mundo Clásico. «Además de que siempre me han interesado los clásicos, aquí han conseguido demostrar que están muy vigentes. Los clásicos nos ayudan a comprendernos, a no tener miedo a la duda».
También escritor, Mesquida se declara encantado con el planteamiento de la escuela. «Nos atrevemos a mirar a los clásicos a los ojos y que ellos nos miren a nosotros. Es una de las claves del éxito de esta escuela. Han sabido cómo acercarlos», celebra en nombre de Esquilo, Eurípides, Sófocles y demás autores. También facilitan esa especie de comunión con la antigüedad que se da en La Magdalena las conversaciones fuera de las aulas. «Esa dimensión es tan importante como la otra. El tiempo fuera del aula es un momento ideal y, el resto del año, difícilmente tengo ocasión de conectar con personas afines; gente curiosa, inquieta, que sabe escuchar y apreciar el placer de la conversación», declara Mesquida, a quien parece una obviedad preguntarle si le gustaría volver el año que viene a La Magdalena. Responde con un sí «rotundo». Es más, le gustaría inscribirse en más de un curso porque estos encuentros le «sitúan ante la realidad».
Lo cierto es que las escuelas pueden posicionarnos frente a una realidad amplia o ante una tan concreta como la geometría convexa, uno de los temas de análisis en la Escuela de Matemáticas Lluís Santaló, que lleva el nombre de uno de los referentes de una disciplina que, poco a poco, se va despojando de tópicos y sesgos. «Las matemáticas arrastran una imagen errónea que las hace parecer difíciles o aburridas. Hay muchos divulgadores dándolas a conocer, es importante despertar esa curiosidad por el pensamiento lógico», apunta Carlos Cañada.
Este alumno ha terminado el grado de Matemáticas, está en vías de hacer lo mismo con el de Estadística y este año va a cursar un máster de investigación. Y, aconsejado por un compañero, decidió probar con la escuela. «Por ahora me está encantando», dice a mitad de semana. Le convencen el nivel de las charlas -unas más duras que otras-; comprobar «la cantidad de geometría que se desarrolla en muchos aspectos», y también el hecho de conocer «a gente que le gusta investigar las mismas cosas que a mí». ¿Y qué le gusta? ¿Cómo se ve en el futuro? «Me imagino haciendo lo que me gusta: descubrir en el ámbito de las matemáticas y aportando mi grano de arena», responde sin cerrarse puertas.
Julia Sánchez tampoco lo hace. Compañera de escuela de Cañada, graduada en Matemáticas y alumna de dos másteres, uno de ellos de formación del profesorado, está interesada en la docencia, pero primero va a empezar el doctorado. Sánchez repite en el encuentro animada por la posibilidad de aprender más sobre geometría convexa. «Las ponencias son bastante didácticas. Me está gustando mucho, tanto como para repetir en el futuro si la temática es cercana a mi campo».
Sánchez también está aprovechando para conocer gente con intereses similares y diferentes. La dimensión más informal de las escuelas de la UIMP también le está sirviendo de mucho a Andrea Gil, matriculada en la Escuela de Inmunología. Acaba de concluir la carrera de Biología en la Universidad de Vigo y el año que viene cursará un máster. Estando justo al comienzo de su vida académica, los consejos de sus compañeros más experimentados le sirven de mucho. «Me apunté porque me interesa la inmunología y me está gustando mucho, es un campo con muchas ramas. El nivel de las ponencias es exigente, pero tienes a los expertos a tu disposición para preguntarles dudas; y también a tus compañeros. Me estoy llevando muchas experiencias de mis compañeros».
Ramón Galende ya se las llevó hace años, cuando disfrutó en la UIMP de un curso de restauración de la piedra que le entusiasmó. Pasó el tiempo y hace un par de veranos retomó sus visitas a La Magdalena gracias a la Escuela del Mundo clásico. Arquitecto de formación, interesado en la filosofía y profesor de Secundaria en Valladolid, Galende volvió a respirar en Santander ese «ambiente de 'humanitas'» que le cautivó años atrás. Así que este año ha repetido, parece que también inspirado por la máxima de Calvino. «El mundo clásico es muy inspirador, está muy vigente, puedes hablar de cualquier cosa con vertientes creativas diferentes. Sales de aquí con muchas ideas», apunta en primer lugar. Y en segundo, celebra la calidad de los ponentes y la diversidad de perfiles de los alumnos, «todos muy cultivados y muy por la labor de practicar el intercambio de ideas. Este tipo de escuelas promueve la idea de compartir. Se respira mucho ese ambiente de la 'humanitas'. Porque ¿qué hay más humano que dialogar con los compañeros, que conversar con ellos?».
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