Ernesto Caballero | Dramaturgo
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Ernesto Caballero | Dramaturgo
«Debemos recuperar el diálogo, cuna de nuestra civilización»Es muy estimulante que haya tanto interés», afirma Ernesto Caballero (Madrid, 1958) en un descanso de la Escuela del Mundo Clásico, una de las citas ya tradicionales en el calendario de la UIMP en la que participa con una doble sesión de teoría y práctica, ... mostrando la interacción entre director y actor en escena. En una mañana de sol grisáceo, vestido de riguroso negro, el creador de medio centenar de obras de teatro y exdirector del Centro Dramático Nacional charla en el porche del Paraninfo.
-¿Qué tiene de interesante seguir hablando de los clásicos?
-Los clásicos nos hacen contemporáneos. Se hacen las mismas preguntas que nos hacemos ahora, sobre responsabilidad, sociedad... Hablan mucho de la necesidad de recuperar lo que llamaban la 'koinioa', el sentido de lo común. Sobre todo la tragedia griega lanza una pregunta que está en todos los héroes clásicos: ¿qué debo hacer? No plantea soluciones, sino que nos dice que problemas complejos requieren soluciones complejas, que muchas veces tenemos que habitar la incertidumbre. Son absolutamente vigentes.
-Invita a cuestionarse.
-Y a una cosa muy interesante que es dar espacio a las razones y los sentimientos del otro. Eso que se llama empatía, que es un término que ellos inventaron, es hoy más urgente que nunca y se traduce en la capacidad de ponerse en los zapatos del otro e intentar entenderle. Compartir las propias certezas y ponerlas a prueba escuchando las ajenas. El diálogo, que es la cuna de nuestra civilización, lo inventaron los griegos y el teatro era la expresión de esa actitud. Eso debemos recuperarlo.
-Luis Alberto de Cuenca decía en este mismo curso que la historia de la literatura es la de la reescritura de los clásicos. ¿Ocurre lo mismo con el teatro?
-Sí. Los griegos escriben para su momento, utilizan los mitos, que reclaman una constante revisión, cada época a su manera. Hay dos maneras de revisitar; la reescritura que han hecho grandes dramaturgos que crean su propia Fedra, su propia Antígona, o hacerlo con los textos originales a través de la puesta en escena.
-¿Qué clase de dramaturgo es usted?
-Soy un hombre de teatro. Me considero dramaturgo, no sé si grande, pequeño o medio pensionista, pero sí en el sentido casi posterior, de aquel que está en el puente entre la palabra escrita y la palabra encarnada. Hay un lugar germinal de lo escénico y es donde más a gusto me siento, a veces más en un lado, cuando escribo y otras más en otro, cuando dirijo. Pero me siento cómodo en esa intersección.
-¿Qué recoge un cultivador del metateatro como usted?
-Me gusta el teatro como una metáfora, pero hoy en día, lo que nos enseña es que ese tropo de que es un espejo de la sociedad está más vivo que nunca. La esfera de lo social se ha convertido en escena. La espectacularización del mundo ha trascendido lo escénico y todo, la política, las relaciones, las redes, son un gran espectáculo. El teatro es el reflejo de ese propio teatro. Opera como un reflejo o como un desenmascaramiento.
-¿Se hace real que la vida es puro teatro?
-Todo, todo. Las fotos del perfil, el Tik Tok, todo son personajes que uno se inventa y quiere proyectar. En la política ya ni te cuento, con todo esos asesores, es una gran representación.
-¿Son expertos en crear escenas muchas veces no reales?
-Son buenísimos en eso.
-En su currículum hay un cambio que le lleva al otro lado, a gestionar el Centro Dramático Nacional durante casi una década. ¿Cómo la recuerda?
-Fue una etapa fascinante. Mi proyecto era un relanzamiento de la dramaturgia española contemporánea, que creo que había estado un poco olvidada. Los teatros públicos se habían centrado en el gran teatro y la expresión del aquí y ahora, la palabra, estaba arrinconada, a pesar del gran patrimonio que tenemos. Max Aub o Valle Inclán, Galdós, todo eso estaba apartado. Me empeñé en ofrecer eso a la ciudadanía, que me recompensó con gran aceptación y niveles de asistencia altísimos. Es verdad que hice una labor que me quitó tiempo para escribir más, pero hay momentos en los que uno se tiene que remangar y hacer algo útil por tu sociedad, por tu cultura, por tu ciudadanía. Lo recuerdo como algo con mucho sentido, sus contradicciones, pero que me procuró mucha alegría.
-La dualidad entre compañías batiéndose el cobre por sobrevivir y otras amateur subvencionadas, ¿está equilibrada?
-Ahora mismo, hay una indefinición de marcos. Hace falta mucha pedagogía en ese sentido. Y sobre todo, proyectos culturales. Si te nombran director de un teatro, dejar muy claras las líneas de producción, de programación, de públicos... Todo tiene que tener cabida, pero no se puede confundir al público. No es lo mismo, por mucho que sea 'La casa de Bernarda Alba', lo que hace una agrupación aficionada que la de un profesional de primer nivel. Y el público eso, a veces no lo sabe. También porque los gestores no hemos puesto suficiente empeño en hacer esa labor diferenciadora.
-¿Quizá tampoco los medios con la información veraz y los bulos?
-Por supuesto. Me alegra y te honra esa reflexión. Siempre tuve esa pelea con los periodistas; para hacer denuncia os puedo hablar de cuestiones esenciales para criticar lo público, si queréis apoyar y potenciar, predicad con el ejemplo. Pero en ese sentido, es la propia sociedad y su reflejo. Por eso tienen que ser proyectos conjuntos entre políticos, profesionales, medios.
-¿Los clásicos entenderían la llamada cultura de la cancelación?
-Sí, porque a lo largo de la historia han existido protestas. Lo que cambian son los temas intocables. La primera obra que se censuró fue 'La toma de Mileto', de un dramaturgo llamado Frínico, del que no se conserva nada. A diferencia de la censura, que viene de arriba, la cancelación es la presión de los de abajo. Ahora se ha democratizado la censura y son colectivos que se sienten ofendidos los que presionan.
-¿Todos podemos ser inquisidores con un teléfono?
-¡Eres de la KGB!
-Es doble caballero, por su apellido y nombrado por Francia como parte de la Orden de las Artes y las Letras.
-Eso me llenó de alegría. Hice obras de teatro francés y lo tuvieron en cuenta, lo cual dice mucho de su sociedad. Uno está en Madrid, hace cuatro cosas de autores franceses y te nombran caballero. Cuesta pensar que nosotros le diéramos un galardón así a un francés por hacer a Calderón.
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