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José Ahumada
Domingo, 14 de mayo 2017, 08:20
«En esta primera nave hacían cuadros; la de al lado era de Inelecma». Raúl Ibáñez, empleado de Barandica, la empresa vecina, situada a la entrada del polígono de Elegarcu, en la frontera entre Santander y Camargo, explica la ruina que tiene enfrente. Se acuerda perfectamente de cuando había movimiento, hace unos pocos años, pero dice que en cuanto cesó la actividad, el deterioro fue imparable.
Empezaron rompiendo unos cristales, entrando a las naves por la parte de atrás; después, se fueron animando, y comenzó a desaparecer la valla que cerraba la propiedad. Cuenta que luego se metió a vivir un hombre en uno de los edificios, un mal menor, ya que al menos su presencia desanimaba a otros intrusos que, en cuanto se marchó, entraron en tromba. Si uno se da un garbeo por la zona a través del 'street view' puede comprobar que cuando el coche de Google pasó por allí, Factory Decoración ya había cerrado, y un par de puertas metálicas cerraban el paso a la finca. Un cartel en la fachada de la propiedad contigua anunciaba el traslado. Desde entonces es como si por ahí hubiese pasado un huracán: el exterior parece una escombrera, se han llevado todas las verjas y el suelo es una alfombra de cristales.
El interior mete miedo: no es que las cosas estén rotas, es que están desmigadas, desde los paneles aislantes a las conducciones de aire acondicionado; una capa de porquería cubre todo el piso que, más adentro, está sumergido en una gran charca. En la planta superior el panorama no es mejor: los archivos deshojados están esparcidos por las habitaciones que alguna vez fueron oficinas. Las puertas han desaparecido, los baños han sido desmantelados y las pintadas demuestran que la zona es frecuentada por la chavalería. Hay firmas legibles, como las de Vandals y Seto, y otras que no se entienden, alguna reivindicación de la anarquía e incluso mensajes de amor Pere I love you.
Faltan planchas de uralita en el tejado; por ahí debe de colarse el agua que se ha estancado en la planta baja. Raúl Ibáñez dice que se suben al tejado y lo arrancan porque debajo debe de haber plomo o algo de metal.
Las dos naves están comunicadas por un agujero en la pared: quien lo destrozó todo, trabajó de firme. El paisaje es parecido. Arriba, una ratita se zambulle en la basura amontonada: el inquilino que vivió allí debía de pensar que para qué sacarla cuando disponía de tanto espacio para dejarla.
«Es un polígono muy guapo, pero está destrozado, completamente abandonado», se lamenta su presidente, Francisco Javier de la Fuente. Cuenta que el nombre, Elegarcu, es un acrónimo de su impulsor, un empresario llamado Eleuterio García Cubas, que hay medio centenar de negocios funcionando, pero también muchos problemas, como una superficie de 11.500 metros cuadrados pendiente de legalizar desde hace décadas, un complicado suministro de agua por encontrarse entre dos municipios, y la maldición de los botellones. En su día debió de haber una sala de fiestas por allí y, aunque hace tiempo que cerró, la juerga continúa.
«Este polígono es la oveja negra de todo Camargo. Aquí funcionan muchas empresas; otras se han marchado y algunas, al ver cómo está todo, ni se han atrevido a venir, y eso que esto está al lado de Santander y tiene buenas comunicaciones», sigue De la Fuente. Explica que hubo un proyecto municipal para relanzarlo, que preveía una inversión de más de un millón de euros, a costear por el Ayuntamiento y los empresarios, «pero eso se quedó ahí».
Miedo y robos
Al frente de otra empresa del polígono, Pilar prefiere que no se mencione su apellido, también se queja de la degradación de la zona. «¿Que si lo hemos denunciado? Mire», dice, y señala un cartel pegado en la pared con el número de la Guardia Civil bien grande. «Tenemos miedo de que, cuando no estemos, te abran un agujero y te roben. El otro día me llamaron para preguntarme si un camión que teníamos fuera estaba averiado. Es que hay uno metido debajo. Ya estaba quitándole la batería».
En el Ayuntamiento de Camargo se declaran dispuestos a mejorar el polígono. «Nuestro deseo es colaborar con ellos en todo lo que esté a nuestro alcance», asegura Ángel Gutiérrez, concejal de Servicios Públicos Municipales. «Hay que recordar que se trata de un polígono de titularidad público-privada en el que queremos hacer actuaciones y en el que, para hacerlo, tenemos que contar con la colaboración de las empresas». Gutiérrez asegura que ya se está trabajando en la mejora del entorno, en el abastecimiento de agua y hay algún expediente abierto por vertidos de basuras. «Los casos de las naves abandonadas son complejos de abordar porque se trata de propiedades privadas en las que no podemos entrar a intervenir, y además esas naves son actualmente propiedad de los bancos, en las que no solo no se realiza ninguna actividad sino que es más complejo intervenir».
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