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Una escena de la película.
Un sutil deslumbramiento poético

Un sutil deslumbramiento poético

Kieslowski firmó, entre el pulso existencial de su Decálogo y el magnetismo de su Trilogía de los Colores, 'La doble vida de Verónica', una obra sublime

Guillermo Balbona

Jueves, 22 de octubre 2015, 18:36

Un relámpago entre dos tormentas. Poética y azar. Existencialismo y vértigo. Pasión y emoción. Bergman y Borges, Dostoievski y Poe. Mitad y doble. Una obra sublime emparedada entre dos deslumbramientos. El cineasta polaco Krzysztof Kieslowski firmó 'La doble vida de Verónica' entre la monumental edificación humanista de su Decálogo y la turbulencia de su Trilogía de los Colores. Cine de poesía y poética de la imagen. Pasolini, del que se cumplirán en breve cuarenta años de su asesinato, fundamentaba su creación en "la profunda claridad onírica del cine y también en su absoluta e imprescindible concreción objetal".

De este territorio participa la creación del director de 'Blanco'. Con la mirada contenida, sin abandonar el asombro, pocos cineastas poseen esa subliminal introspección que le permitió desde el más absoluto subjetivismo e intimismo mirar de frente a la realidad. El director polaco, que murió a los 55 años de edad, en plena madurez creativa, se adentró a través de este doble femenino plural en la condición humana, pero también en la esencia de la sociedad de final de siglo y en el presente de indicativo de dos Europas herederas de la Segunda Guerra Mundial y de la caída del muro de Berlín.

Tras su duro alegato contra el acto de matar, integrado en el ambicioso decálogo de origen televisivo, Kieslowski destiló melancolía y poesía en este ejercicio sobre el azar no exento de tristeza y sumido en el pesimismo inherente a sus fotogramas. El director mostró siempre una capacidad innata para lograr una tristeza vital, una contemplación humanista que revelaba los discursos interiores, el pálpito de inquietud y deseo transpirado por el personaje encarnado por Irene Jacob.

Al contrario que en buena parte del cine de hoy la modernidad del cineasta reside en su clasicismo: no hay sensacionalismo emocional ni amarillismo sentimental. La expresión discurre como un filme-río, caudaloso en sus sentimientos íntimos, pleno de meandros donde surgen temores y ansiedades, mientras la mirada del cineasta, que es la de sus personajes, se fija en la concisión, elude la desmesura, enmarca la belleza de los planos y eleva a categoría de mandamiento la intensidad de la elipsis.

La ópera prima de Paolo Sorrentino, 'L'uomo in piú', fechada una década después de la cinta de Kieslowski, planteaba una singular dupla protagonista: un cantante cocainómano y un futbolista obsesivo. Sin llegar a la agudeza y la disección sensible del polaco, no deja de ser curiosa la correlación melancólica, el vocabulario cómplice de otro cineasta mayor, ambos vertebrados en el tiempo por el talento. 'La doble vida de Verónica' es una obra de cámara entre dos personas, entre dos lugares en el mundo, entre dos estancias de mujer y vida.

Entre esas geografías suspendidas, azarosas e instintivas la cámara del director de 'Azul' sugiere mundos invisibles y envuelve en misterio un latido misterioso sobre los mecanismos inasibles que deciden el rimo y el destino vital. Sin estridencias, como en todo su mundos visual, Kieslowski recorre la superficie de las cosas como un entomólogo pero al tiempo desnuda la hondura reflexiva y emotiva vinculada a la belleza.

Entre Varsovia, Cracovia y París, a lo largo de un trimestre, este cuento de fantasía, hiperreal y onírico, pero también extrañamente cercano, traza la historia de dos muchachas, nacidas el mismo día que llevan el mismo nombre pero que no se conocen ni tienen relación de parentesco. Y, sin embargo, en el presentimiento, en la conexión silente e invisible, se revela una pasión idéntica, una mirada sobre la vida compartida y una misma sombra de muerte, plasmada en una malformación congénita cardíaca. La música, esa visión sutil de perfiles delicados, junto con la sensualidad y la sexualidad componen el pentagrama de excelencia que escribe con imágenes una sinfonía de dualidades: las de Europa tras la caída del muro, las de la desigualdad social y la igualdad en el sufrimiento, las de la luz y la sombra.

El cineasta se sitúa en el medio, cronológica, creativa y existencialmente: lo hace con su cine, pues este filme bisagra divide sus etapas polaca y francesa; lo manifiesta como concepto por esta obra maestra que ahonda en su estilo antes de cruzar el charco hacia una cierta comercialidad no perseguida; y lo ejerce con su propia ficción al ubicarse como un autor que mira al mundo entre dos personajes femeninos.

Kieslowski subyuga, se mantiene en el arrebato equilibrado, en el plano enigmático y eleva la incógnita mediante la simbiosis con la hermosa banda sonora de Preisner, la interpretación de Jacob y la metafórica dualidad translúcida de la fotografía de Slawomir Idziak, los espejos y las miradas, hasta lograr un estado puro de desnudez naturalista, exento de empacho y pretensiones psicológicas y vacua retórica.

Indagación, exploración lírica, paseo sentimental y existencial, superada su querencia por el mediometaje de sus orígenes televisivos, aunque divida su filme también en dos grandes fragmentos que subraya la dualidad constante, 'La doble vida de Verónica' se eleva como un sutil poema donde la fascinación por el otro, el escepticismo y la incomprensión son también factores narrativos de un complejo sistema por el cual contamos y nos cuentan el mundo. Al cabo, todos recorren buena parte de su cine, esa doblez del cineasta que se revela intacta y pura: la de quien combina racionalismo y pasión, caligrafía de lo próximo y poética del misterio adherido al oficio de vivir.

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