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Guillermo Balbona
Jueves, 29 de octubre 2015, 14:48
Aunque el lado oscuro cubrirá el otoño cinematográfico, las pantallas viven impregnadas desde hace cuatro décadas de un eco sublime de poesía y sangre, de crimen y castigo. Ahora que todo se revela mediante una jerga codificada de juego de tronos, han transcurrido más de cuarenta años desde que los 'puñales en las miradas' de Shakespeare se clavaran en la crónica dura y sensible de una familia y de un ecosistema de honor, traición y asesinato. A ambos territorios sensoriales y narrativos, cumbres emocionales de una forma de contar el mundo, se accede a través de esa tragedia sobre el poder, parábola sensible y retablo dramático, que es 'El padrino II'. De los paisajes sicilianos a los días de la Revolución cubana, el trayecto vital y mortal, físico y moral de este decorado sin artificios donde la mafia, la familia, la muerte, las relaciones paternofiliales, lo iniciático y la experiencia, la tradición y la deriva personal, el código y la transgresión conviven bajo el friso de Corleone, apoyados, tanto personajes como espectadores, en una gran tragedia, como cariátides que sustentan el templo griego de una representación interminable.
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'Mammas' y máscaras, negocios y venganzas, intimismo y turbación... "Era muy fuerte con la familia... Pero ser fuerte como la familia puede hacer perderla". La excepción que confirma la regla de que 'nunca segundas partes fueron buenas' pesa tanto como la etiqueta de obra maestra. Una creación inmensa, un puente de crónica y densidad moral tendido entre una primera historia magistral y una tercera prescindible. Coppola juega con las dimensiones, crea trampantojos y combina lo visible y lo invisible en una sucesión de planos integrados en una puesta en escena transparente, eficaz y elocuente, pese a los continuos saltos temporales de la narración. Estructura elíptica, elipsis, montaje paralelo, simultaneidad de acciones, grandilocuencia medida como la caligrafía de un alquimista que mezclara el azufre con la nieve, los recuerdos colisionan con el ansia enfermiza del poder, Francis Ford Coppola es un ladrón de cuerpos que disecciona las figuras corruptos, las heridas, las entrañas de la tragedia en un díptico descomunal prolongado de modo artificial, entre el encargo y lo crematístico 18 años después. El mosaico épico y lírico, entre el gigantismo bien entendido y la mirada intimista, entre la recreación de calles y escenarios de diversidad o grandiosidad histórica y los gabinetes privados donde se negocia sobre hombres y ratones, el cineasta de 'Drácula' firmó en los setenta una escultura de voces familiares, de violencia y ritos, de venganza y descomposición.
El diálogo paralelo entre la política, el crimen organizado y las grandes corporaciones es el decorado que muestra sus afilados colmillos bajo la simulación y la impostura. Coppola, verbal y visual, convierte en cercanos, personajes muy ajenos. Desnuda los comportamientos fundamentos en principios que codifican la barbarie y justifican la muerte y abre los armarios llenos de cadáveres y levanta la alfombra para que contemplemos una galería humana de personajes definidos y precisos en sus miserias y en sus caracteres. Un catálogo contradictorio de intenciones y deseos, plural y nunca superfluo que convierte 'El padrino' en un paisaje de mitos cuya universalidad garantiza su imperecedero lugar narrativo.
-La película termina con Michael a solas en el complejo de Lake Tahoe. Esa meditación sobre lo acontecido es un testamento que abre y cierra una época, que deja suspendida toda la tragedia narrada.
-Como en todo Coppola el equlibrio entre el intimismo y lo coral, la capacidad para contar varias historias se plasma no solo en el montaje paralelo sino en las secuencias de la fiesta, en ese juego entre el exterior y el interior, en la presentación de personajes y en el eje fijo en la mirada de Pacino/ Corleone.
-Es inevitable volver sobre los asesinatos, en especial sobre Neri y Fredo pescando en el lago Tahoe y este último rezando un Ave María para atrapar un pez. Neri le dispara en la cabeza, todo observado por Michael desde su casa.
-Las imágenes icónicas, mil veces imitadas, del niño emigrante a su llegada a Nueva York. O años después el homenaje a 'Ciudadano Kane' con ese regreso a casa de Pacino, tras los acontecimientos en Cuba, y frente al ventanal de su despacho observa el coche eléctrico de su hijo en la nieve.
-Todos los encuentros entre Pacino y Duvall rebosan intensidad dramática. Pero no menos simbólicos son los encuentro entre Michael Corleone y el personaje interpretado por Lee Strasberg, legendario profesor del Actors Studio.
La juventud de Vito Corleone en Sicilia, las icónicas y hermosas escenas del desembarco en EE UU, el personaje de Michael Corleone, erigido en el nuevo padrino, los vaivenes de soledad, valores, decisiones y descensos a los infiernos, enmarcado todo por la densidad y complejidad del guión escrito por el propio Coppola junto a Mario Puzo, las tonalidades de Gordon Willis y la romántica música de Nino Rota. "La violencia es sólo una forma en que expresas tus sentimientos a alguien".
Los personajes conviven en el hábitat de la violencia, se mueven entre melodías rotas por la presencia cotidiana de la muerte, el sacrificio y la traición. Desde este altar el estereotipo del capo italoamericano Vito Corleone toma el testigo de Al Capone el universo del crimen organizado adopta una imagen extraña que agita la fascinación, lo sofisticado, lo estilizado, e incluso romántico. Entre referentes directos a la mafia y sus variantes, a sus iconos y sus entresijos, 'El padrino' convierte la complejidad en un sencillo trayecto y lo retorcido en una senda de iniciación, rito y aprendizaje.
Coppola confesó que concibió su 'segundo' Padrino de una forma muy extraña. "Cada escena está hecha de modo que recuerde otra escena del primero. Es algo que está en la realización, o en el diálogo, o en la atmósfera de cada escena. Es como una armonía donde una nota recuerda otra. En suma, el primer filme debe obsesionar al otro como si se tratara de un fantasma, debe permanecer en la memoria del espectador". Y declaró con claridad y rotundidad que su obra muestra "la sucesión del poder y el hecho de que la mafia ha dejado de ser una forma de gangsterismo para convertirse en parte integrante del credo americano, según el cual todo es bueno mientras proporcione dinero".
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