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Oskar Belategui
Jueves, 14 de enero 2016, 12:27
Quentin Tarantino tiene 52 años pero conserva la arrogancia de cuando deslumbró al mundo con 'Reservoir Dogs' en 1992. Hace falta ser chulo para titular "la octava película de Quentin Tarantino" en los créditos iniciales de 'Los odiosos ocho'. Sin embargo, la presunción adquiere un matiz irónico por el que le perdonamos a un director que nos ha hecho gozar con su mirada postmoderna y cinéfila a todo tipo de géneros. Los títulos demodé de 'The Hateful Eight' también presumen de una fotografía "en glorioso Ultra Panavision de 70 mm".
El autor de 'Pulp Fiction' rodó en celuloide con las mismas ópticas que William Wyler empleó en 'Ben-Hur'. El director de fotografía Robert Richardson ('Platoon', 'Casino'...) prescindió de 'steadycam' y optó por 'dollies' y grúas. Tarantino volaba cada semana de las montañas de Colorado a Los Ángeles para ver cómo iba el montaje proyectado en una sala de cine y no en un ordenador. La reivindicación mola, pero una vez vista la película surge la pregunta: ¿por qué optar por un formato panorámico si el 95% de la trama transcurre en una habitación?
Digámoslo ya: 'Los odiosos ocho', el segundo western de Tarantino tras 'Django desencadenado', es una pieza de cámara, una obra teatral en dos escenarios (de hecho el director ha confirmado que el productor Harvey Weinstein trató de convencerle desde el principio de que la escribiera como una obra de teatro). Los 70 milímetros y los paisajes nevados de Wyoming poco después de la Guerra de Secesión solo lucen en las escenas iniciales, cuando una tormenta de nieve fuerza a una diligencia a detenerse en el albergue donde transcurrirá el grueso de la acción, la Posada de Minnie.
Ese principio de 'Los odiosos ocho' parece prometer un western épico que nunca llega merced a la apabullante banda sonora de Ennio Morricone, que a sus 87 tacos le ha compuesto un pedazo de partitura a su fan número uno. Una música ominosa de metal y cuerdas que nada tiene que ver con sus celebérrimas piezas para los 'spaguetti westerns' de Leone y que funciona como preludio de una intriga en la que pronto comprenderemos que todos lucharán por salir con vida de la cabaña. Entramos en el territorio del 'whodunit', ese género policíaco en el que se trata de averiguar quién cometió el crimen, quién es el villano de la función. Solo que aquí los malos son todos los personajes.
El trío que lleva el peso dramático de 'Los odiosos ocho' está formado por un cazarrecompensas negro que antes fue soldado de la Unión, al que Samuel L. Jackson inunda de carisma. Kurt Russell también se dedica a dar caza a criminales con cartel de 'se busca'. De hecho, va esposado a su botín más preciado: Daisy Domergue, un mal bicho encarnado con energía demoníaca por Jennifer Jason Leigh, la mejor de la función. No andamos tan lejos de 'Reservoir Dogs', que también transcurría en un espacio cerrado y se configuraba como un juego de dominaciones, mentiras y revelaciones.
Otras de las piezas de este ajedrez macabro son un renegado sureño que afirma ser el nuevo sheriff de Red Rock, la ciudad a la que todos se dirigen (Walton Goggins, imprescindible escucharle en versión original); un relamido inglés que dice ser verdugo (Tim Roth); y el gerente mexicano de la posada, al que nadie conoce (Demian Bichir). Desde las esquinas, observan un general retirado que odia a los negros (Bruce Dern) y un vaquero que no abre la boca (Michael Madsen).
La tensión de 'Los odiosos ocho' se genera dentro y fuera de ese espacio donde se ven obligados a convivir los personajes. En el exterior, la tormenta arrecia y hace imposible la huida. Al calor de la lumbre de la Posada de Minnie reverdecerán los odios raciales de la reciente contienda y la incertidumbre de saber cuándo la diabólica Daisy Domergue logrará zafarse de su captor. ¿Tiene cómplices entre los huéspedes del lugar? ¿Quiénes de estos hombres son en realidad lo que afirman ser?
'Los odiosos ocho' dura tres horas. Y las esperadas escenas de violencia no llegan hasta el último tercio, cuando algunos ya estamos hastiados de los diálogos interminables marca de la casa, esos donde la violencia verbal va in crescendo aunque al final no estalle la chispa. Las escenas sangrientas son brutales, divertidamente gore. Provocan esa mezcla de carcajada y repulsión que el director de 'Jackie Brown' consigue en sus mejores pasotes. Pero se hacen esperar demasiado en una cinta en la que su autor se muestra demasiado indulgente consigo mismo y donde ninguno de los personajes excepto el de Jennifer Jason Leigh posee el poder de fascinación de criaturas anteriores.
'La diligencia' de John Ford, 'La cosa' de John Carpenter y las novelas de Agatha Christie vienen a la cabeza según se suceden los parlamentos, que a ratos parecen una parodia de las mejores líneas escritas por Tarantino. El tedio solo se rompe cuando Samuel L. Jackson verbaliza un 'flashback' con una de esas escenas de humillación bestias que adoramos los fans del director. En 'Malditos bastardos' y 'Jackie Brown' también había digresiones y diálogos larguísimos, pero la tensión y el ritmo nunca decaían. 'Los odiosos ocho' podría haber sido un cuento negro sobre la sangrienta forja de Estados Unidos, una reflexión sobre el racismo y la violencia, pero se queda en un Cluedo alargado con un guiño hemoglobínico de postre.
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