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Miércoles, 23 de marzo 2016, 16:48
«De todas las artes, el cine es la más importante para nosotros. Debe ser y será el principal instrumento cultural del proletariado», dijo Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, dos años después del triunfo de la Revolución. Y de esta manera despega el cine soviético, dispuesto a asombrar al mundo durante la siguiente década. Antes de la Revolución Bolchevique de 1917 el cine ruso era irrelevante. Se habían hecho sobre todo filmaciones de diferentes acontecimientos. El más famoso el que reflejaba la coronación del Zar Nicolas II, realizado por un operador de los hermanos Lumiére que llegó hasta Moscú. Pero con el triunfo de los Soviets esto cambia radicalmente. El gobierno soviético decide, siguiendo las directrices de Lenin, utilizar el cine como medio de propaganda revolucionaria. Había que percatarse de la situación social de la Rusia zarista. A principios del siglo XX, el 76 por ciento de la población era completamente analfabeta, por lo que las autoridades revolucionarias apostaron por el cine como motor de la cultura y el cambio social.
En 1919 se nacionalizaba la industria cinematográfica y se crea en Moscú la escuela Cinematográfica del Estado. Por ella pasaron los grandes cineastas que llevaron al cine soviético a la cumbre en los años previos a la II Guerra mundial. El ideario del cine bolchevique estaba regido por la máxima «Un cine revolucionario para la revolución», con el doble mensaje de mostrar al mundo el triunfo de la revolución bolchevique, y de adoctrinar a las masas en el ideal revolucionario, no conformándose con mostrar solo lo que estaba sucediendo en la URSS, sino que además habría que mostrarlo de un modo revolucionario. De esta manera surgió una nueva narrativa, a veces experimental, a veces didáctica, pero siempre novedosa y revolucionaria. Surgen Vsevolov Pudovkin, Alexander Dovjenko, Lec Vladimirovic Kulechov, Dziga Vertov y sobre todo Sergei Mijailkovich Einsenstein, que colocó al cine soviético a la vanguardia mundial. Estos cineastas desarrollaron una nueva forma de expresión y una nueva estética. Con la escuela soviética, se incorporó al cine el drama coral de las multitudes.
Dziga Vértov (1896 - 1954), fue uno de los grandes documentalistas de la historia del cine, creador de lo que denominó 'el Cine-Ojo'. Comenzó como director de un noticiario cinematográfico. En 1919, Vértov y otros jóvenes cineastas crean el Kinoki (Cine-Ojo) y publican varios manifiestos desarrollando su teoría. En ellos se rechazan de plano todos los elementos del cine convencional: desde la escritura previa de un guion hasta la utilización de actores profesionales, pasando por el rodaje en estudios, los decorados o la iluminación. Buscaban «captar la verdad cinematográfica», montando fragmentos de actualidad de forma que permitieran conocer una verdad más profunda que no puede ser percibida por el ojo. Según el propio Vértov, «fragmentos de energía real que, mediante el arte del montaje, se van acumulando hasta formar un todo global permitiendo ver y mostrar el mundo desde el punto de vista de la revolución proletaria mundial».
Vsévolod Ilariónovich Pudovkin (1893 - 1953) fue el autor de una de las obras maestras del cine soviético, 'La madre' (1926), adaptación de una novela de Máximo Gorki, que fue el inicio de una trilogía de las que también formaron parte 'El fin de San Petersburgo' y 'Tempestad sobre Asia'. El cineasta, que buscaba la experimentación, puso su acento en la toma de conciencia de individuos aislados. En 'La madre', es una mujer proletaria la que se convierte en revolucionaria. Pudovkin utiliza con maestría hermosas metáforas visuales para mostrar esta conversión. En 'El fin de San Petersburgo' es un joven campesino al que la miseria hace emigrar a la ciudad, el que toma conciencia revolucionaria, y en 'Tempestad sobre Asia' es un cazador mongol que se revela ante los intereses colonialistas británicos en la zona.
El ucraniano Alexandr Dovjenko (1894 1956) fue artífice de 'Arsenal' (1929), una película épica sobre la guerra civil que siguió al triunfo de la Revolución, llena de imágenes símbolo entre las que destaca el final, con un protagonista acribillado a balazos que, pese a ello, sigue avanzando hacia la victoria, mostrando como las balas no pueden detener la revolución.
Pero entre todos estos directores, el gran maestro del cine soviético fue Sergei Mijailkovich Einsenstein (1898 - 1948), una figura capital de la Historia del Cine. Eisenstein, que era contemporáneo al nacimiento del cine, había estudiado los ideogramas japoneses en los que dos imágenes yuxtapuestas dan origen a una tercera, y la narración de acciones paralelas de las películas de Griffith para desarrollar son montajes revolucionarios en películas como 'La huelga', 'El Acorazado Potemkin', 'Octubre' o 'La línea general'. Eisenstein, que venía del teatro, desarrollo unas teorías sobre el montaje y la narración cinematográfica que han sido la base del cine moderno: «El montaje no es una idea expresada por piezas consecutivas, sino una idea que surge de la colisión de dos piezas, independientes la una de la otra». En 'El acorazado Potemkin', considerada como la película sobre la que más se ha escrito de toda la historia del cine, contiene en la escena de la Escalinata de Odessa, la puesta en marcha de toda su concepción de la narrativa cinematográfica. Con 170 planos, en la que el pueblo es brutalmente agredido por las fuerzas zaristas y donde crea un tempo artificial, que hace que la secuencia dure casi seis minutos y se muestra como la muchedumbre se convertirá en la auténtica protagonista de la acción.
Eisenstein sufrió los rigores de la censura stalinista al intentar mostrar a León Trotski (líder revolucionario que había caído en desgracia), viajó a Hollywood sin demasiado éxito, intentó rodar una película en México ('¡Qué viva México!' que quedó inacabada), y de regreso a la URSS aun haría nuevas obras maestras: 'Alejandr Nevski' (1938), 'Iván el Terrible' (1945) o 'La conjura de los Boyardos' (1958).
Con los años el cine soviético se fue despojando de su carga revolucionaria para convertirse simplemente en propagandístico, impulsado por el realismo de Stalin. Durante años desapareció de las grandes corrientes cinematográficas mundiales y solo algunos títulos y cineastas aislados fueron dignos de consideración: Serguéi Bondarchuk, Andréi Tarkovski, Andrei Konchalovsky (sobre todo su épica 'Siberiada') y, ya con la perestroika, Nikita Mijalkov.
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