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Josu Eguren
Jueves, 5 de mayo 2016, 18:54
"En toda la historia del mundo, jamás hubo antes tal cantidad de seres humanos que huyeran y sufrieran tanto juntos. No había disciplina alguna -era una desbandada- sin orden y meta. Seis millones de seres desarmados y sin provisiones impulsados a ciegas. Era el ... comienzo de la derrota de la civilización, del aniquilamiento de la humanidad"
Wells, H.G. (1898), La guerra de los mundos.
En toda la historia de la literatura de ciencia ficción y anticipación no hallarán unas líneas que sinteticen el caos de las crisis humanitarias con tanta precisión y contundencia como lo hizo H.G. Wells en 'La guerra de los mundos', una novela profética en la que resuena el eco de futuros conflictos bélicos -donde el lector contemporáneo identificará las tragedias de Siria, Ruanda y Malí- que se hizo cierta en la primavera de 1940 cuando el avance imparable de las tropas alemanas forzó la capitulación del Ejército francés comandado por Maurice Gamelin. Entre el 10 de mayo y el 25 de junio de 1940, cerca de 10 millones de civiles franceses, belgas y luxemburgueses -a los que habría que sumar miles de soldados aliados en retirada- protagonizaron un éxodo masivo que puede resumirse gráficamente en un repaso a la galería de imágenes de la ciudad de París, desolada tras la huida de dos terceras partes de su población.
El éxodo de Francia sigue siendo una herida abierta en la memoria de un país orgulloso que aún hoy trata de reconciliarse con uno de los episodios más tristes de su historia. Sorprende que la ficción cinematográfica apenas haya arañado un tema que se hace presente en vísperas de su 76 aniversario con el estreno de 'Mayo de 1940', de Christian Carion, un largometraje inspirado en fragmentos biográficos de la madre del director francés que incorpora testimonios de ciudadanos anónimos que sufrieron en su piel el desprecio o el abandono de sus compatriotas en el camino hacia el exilio.
Caravana de paz
Carion articula los recuerdos maternos tamizándolos casi por completo del aliento poético con el que Machado simbolizó la derrota de la Segunda República en su viaje a Collioure -aquí cabe rescatar otro negrísimo capítulo de la historia de un país que internó en campos de concentración a cientos de miles de españoles desplazados por la Guerra Civil-, para contar la historia de un padre y un hijo que, en su fuga de la Alemania nazi, encuentran amistad, trabajo y refugio en un pequeño pueblo de Norte-Paso de Calais, una región que limita con el mar del Norte y la frontera de Bélgica. La tímida efervescencia de los días felices da paso al éxodo incierto de los habitantes de un pueblo de agricultores liderado por un alcalde carismático que guía a sus habitantes en dirección Dieppe, lejos del puerto marítimo en el que se reagrupan las tropas aliadas derrotadas por la Wehrmacht. El poso de 'Mayo de 1940' es netamente dramático, pero Carion lo alivia con fugas tragicómicas -los planos de reacción de una oca- que se intercalan en la planificación de una película que toma como referente el marco de la filmografía fordiana. Carion abraza tibiamente el western de la mano de una banda sonora compuesta por Ennio Morricone, que opta por contemporizar con Max Steiner y Franz Waxman en una llamada a los clásicos de era dorada de Hollywood, antes de partir el relato en dos mitades tras el estremecedor ataque aéreo de una escuadrilla de Stukas; de esta forma inaugura una línea narrativa en la que el protagonista lucha por encontrar a su hijo con la única compañía de un soldado escocés superviviente de la batalla de Arras.
Sin afirmarse en un solo género, y en un equilibrio imposible entre tonos y notas costumbristas, Carion recorre un país asolado por el fantasma del nazismo, siempre en el límite de la corrección política y aislando los casos de insolidaridad con el retrato bufo de un matrimonio de estraperlistas. Notable en la breve pero sólida representación de sus personajes femeninos, donde mejor y más interés suscita el francés es en el descubrimiento de las unidades de cine que formaban en la retaguardia alemana afanándose en la reconstrucción de las hazañas bélicas de las tropas de asalto con la participación de prisioneros de guerra que ejercían como extras en combates donde se enfrentaban a los soldados nazis armados con munición de fogueo.
Estos filmes de propaganda -recordemos el que protagonizaba el personaje interpretado por Daniel Brühl en 'Malditos bastardos', de Quentin Tarantino-, que se dividían en dos categorías distintas en función de la raza y el color de los prisioneros ejecutados en los crueles ejercicios de ficción bélica, son el principio de una trama paralela de la que Carion no llega a extraer la savia de un juego de metaficción que habría multiplicado por mil el valor de su propia película. Jugando en terreno seguro, el del padre coraje y su amistad con un singular soldado británico, Carion avanza paso a paso hacia en pos de un reencuentro feliz matizado por el despertar de la inocencia través de los ojos de un niño.
El director de 'Mayo de 1940' cita como precedente 'El tren', de Pierre Granier-Deferre (1973), pero reconoce que su cuarto largometraje no puede escapar a la influencia (inconsciente) que ejercen los 'Juegos prohibidos', de René Clément (1952), un clásico que embalsama el horror y la crueldad de la guerra en el reflejo de un cementerio de animales sobre las pupilas de la inolvidable Brigitte Fossey.
El reverso de 'Mayo de 1940' puede rastrearse en otra historia que ha sido contada muy pocas veces: la del éxodo de miles de ancianos, mujeres y niños alemanes que sobrevivieron robando, mendigando y prostituyéndose en los estertores de la Segunda Guerra Mundial, comenzando por 'El puente', de Bernhard Wicki (1959) y terminando en 'Lore', de Cate Shortland (2012).
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