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Josu Eguren
Jueves, 12 de mayo 2016, 19:34
Con el estreno de 'High-Rise' se repite una vieja pregunta: ¿Es posible adaptar a J. G. Ballard? Si atendemos a los precedentes la respuesta puede parecer simple, pero sigue abierto el debate en torno al rigor y la precisión con el que se ha tratado el verbo elástico y alucinado del autor que anticipó la oleada de distopías contemporáneas en las que se degrada una sociedad aparentemente autoinmune a la barbarie del consumismo y la gangrena de las enfermedades tecnológicas.
Surrealista, precursor de una línea en la que confluyen los universos extraños (y extrañados) de Paul Delvaux, Salvador Dalí y Eduardo Paolozzi, Ballard sumerge al lector en una zona donde "se funden el mundo exterior de la realidad y el mundo interior del espíritu" -'Clama esperanza; clama furia', de J. G. Ballard (1967) / Ciencia Ficción. Selección 12. Editorial Bruguera (1974)-. El despertar de la conciencia a través del contraste entre imágenes sugeridas que funden atrocidad y desesperación en un vórtice de sexo, paranoia y psicotropia dando lugar a profecías del presente tan ásperas y contundentes como 'La exhibición de atrocidades', 'Noches de cocaína' y 'La isla de cemento'.
Club de Campo
"Es al principio y al final de una guerra cuando hay que cuidarse de uno mismo. Entre medias es como un club de campo."
'El imperio del sol', de Steven Spielberg (1987)
Una lectura cronológica de los originales ballardianos obligaría a comenzar este repaso empezando por 'Crash', pero para conocer las claves y el origen del pensamiento del escritor inglés hay que retroceder hasta el momento en el que su apacible y cómoda infancia -de espaldas a la guerra sino-japonesa- entre los confortables muros de un barrio residencial de Shanghai saltó por los aires con el ataque sorpresa de la Armada Imperial contra la base naval de Pearl Harbour. 'El imperio del sol', un clásico de las letras británicas en el que Ballard aplica un capa de ficción sobre un sobrecogedor sustrato autobiográfico (Ballard, su hermana pequeña y sus padres pasaron dos años recluidos en un severo campo de concentración japonés entre marzo de 1943 y agosto de 1945), fue la novela elegida por Steven Spielberg para tratar el fin de la inocencia afinando un tono que pasa por el tamiz dulcificador el texto original haciéndolo converger con 'E.T.' (1982) en una poética escena iluminada por el destello del bombardeo nuclear sobre Hiroshima (una ola de destrucción, muerte y liberación).
En 'El imperio del sol' (1987) -el proyecto pasó por las manos de Harold Becker y David Lean antes de caer en las manos de Spielberg- el director de 'La lista de Schindler' colecciona varias de las secuencias más bellas y poderosas de su filmografía (el museo surrealista en el estadio de Nantao), en una prodigiosa afirmación de la caligrafía clásica que reverbera en proyectos tan distantes como la adaptación de 'La guerra de los mundos' (2005).
Sueños metalizados
Del brutal choque contra la realidad, en el que Christian Bale presentó sus credenciales como futura superestrella midiéndose a John Malkovich (en su personaje hay trazas del inmortal Long John Silver de R. L. Stevenson), el espectador puede extraer notas que sin ser fieles a la sofisticada y desbordante prosa de Ballard iluminan el camino tenebroso por el que se aventuró David Cronenberg cuando decidió llevar a término su polémica adaptación de 'Crash' (1999), en los laberintos de acero y cemento de Toronto, una ciudad muy alejada de la Londres viciosa e infectada donde se cruzaban las vidas de James Ballard, el doctor Vaughan y Helen Remington.
La sinforofilia -una parafilia que consiste en la atracción sexual hacia la observación o representación de accidentes (de tráfico)- es el vehículo de una serie de experiencias límite protagonizadas por personajes que simbolizan el último estadío de la fusión hombre-máquina en un espejismo de la realidad estilizado por el paisaje tecnológico: "si el hombre en el automóvil es la imagen clave del siglo XX, el accidente de coche es el trauma más significante. [...] El accidente de coche es el suceso más dramático para la mayoría de la gente al margen de su propia muerte, y en muchas ocasiones las dos coinciden." -'Crash!', de Harley Cokeliss (1981)-
Como ocurre en 'Inseparables' (1988), Cronenberg consigue normalizar lo que en principio puede parecer producto de la enfermedad y la degradación, guiando al espectador hacia el interior de un submundo arrebatado por la muerte del afecto que se mueve a impulsos de la hipnótica banda sonora de Howard Shore. Cronenberg y el autor de 'Crash' estaban condenados a encontrarse -Ballard escribió la extraordinaria reseña de 'Una historia de violencia' (2005) pocos años después- desde el momento en el que director canadiense empezó a merodear los dominios ballardianos con la entrega consecutiva de las ya míticas 'Scanners' (1981) y 'Videodrome' (1983), aunque fue Harley Cokeliss -un realizador semidesconocido que llegó a dirigir un clásico de culto como 'Luna negra' antes de entregarse por completo a la televisión- el que ganó la partida que enfrenta al director de 'Proesas del este' (2007) y Paul Haggis con el estreno de un cortometraje que se adelantó dos años a la fecha de publicación de la novela homónima.
En 'Crash!' (1971), Cokeliss recupera una serie de extractos reunidos en 'La exhibición de atrocidades' -'Tú y yo y el continuo' (1966) y 'Los caníbales del verano' (1969)- hilando la continuidad del relato a través de la inquietante presencia del propio Ballard, que también presta su voz a una narración en la que el escritor subraya su fascinación por las formas y la psicología del objeto y su relación con el ser humano.
Crash! Boom! Bang!
Si se presta atención a la prosa forense y fetichista con la que se describen los movimientos de una joven -Gabrielle Drake- que abandona el asiento del copiloto rodeando el cuerpo metálico de un automóvil para ocupar el asiento del conductor, se puede escuchar nítidamente el eco de la futura y kamikaze adaptación de 'La exhibición de atrocidades' ('The Atrocity Exhibition', 2000) con la que Jonathan Weiss se propuso ilustrar lo que en principio fue concebido como un 'patchwork' de relatos o micronovelas interconectadas que dan forma a una novela experimental sobre la que pesa la amenaza de la Tercera Guerra Mundial.
"Estas imágenes son códigos de sueños irresolubles.
Las claves de una pesadilla en la que participamos todos.
Su función en el inconsciente, merece ser investigada."
'The Atrocity Exhibition', de Jonathan Weiss (2000)
Se trata de una empresa exigente para el espectador inadvertido que se adentre en esta proteica instalación audiovisual vírgen de experiencias previas en el universo ballardiano, aunque el que se atreva debe saber que la obra de Weiss cuenta con las bendiciones de un escritor que vio en ella la mejor de las adaptaciones posibles.
El coloso en llamas
Queda por ver si 'El rascacielos' de Ben Wheatley (levantado sobre los pilares de un libreto adaptado por la guionista de películas tan interesantes como 'Kill List' y 'A Field in England') logrará evadir la caducidad que invoca la lectura de un texto original contagiado por la urgencia de un futuro inmediato. Antes de que Wheatley se hiciese con sus derechos, 'High-Rise' estuvo en la órbita de Paul Mayersberg, Vincenzo Natali y Nicolas Roeg (el lector que conozca el prólogo de 'Walkabout' intuirá fácilmente los vasos que comunican la bibliografía de Ballard con el magistral corpus cinematográfico del director inglés), aunque no han sido pocos los años que ha tenido que invertir para que haya visto la luz un proyecto que desalienta cualquier intento de aproximación apenas se ha interiorizado la imposibilidad de eludir la primera página de la novela -Wheatley la interpreta de manera exacta, respetando escrupulosamente la morfología literaria-.
Irónicamente, los avances tecnológicos son los que impiden que el director de 'Sightseers' reimagine 'High-Rise' en un presente del que queda descartada por inverosímil la formulación de una fábula social protagonizada por los inquilinos de un gigantesco edificio de apartamentos -que fagocita a sus ocupantes- aislado del mundo exterior en los suburbios londinenses. En lugar de actualizar las coordenadas temporales de la distopía, Wheatley se ubica en el retrofuturo, lo que le permite a) fintar la inverosimilitud y b) dejarse seducir por la estética de los años 70, que filtra la mirada del espectador sobre el colapso de una colmena estratificada en la que las clases sociales se ordenan jerárquicamente bajo la supervisión del Gran Arquitecto que ubica su estudio en el último piso.
Wheatley no acierta a recrear con exactitud el tono onírico que Ballard hace explícito en sus frecuentes citas a Delvaux y De Chirico, pero merced a un portentoso trabajo de montaje consigue proyectar la sensación de tiempo suspendido y sintetizado que evocan los paisajes de profundidad infinita de los pintores surrealistas.
El humor negro, que se introduce como nota personal del autor, tiñe las imágenes de un relato que se asoma al precipicio del caos cuando el sexo rompe las barreras de clase y el ser humano se libera de los mecanismos coercitivos que reprimen sus instintos primarios.
En el análisis de 'High-Rise' resulta inevitable incidir en Tom Hiddleston, un actor cuyo físico comunica el pasado con el presente abriendo el relato a una lectura caleidoscópica de la distopía enfáticamente subrayada por una pieza de audio extraído de un discurso de Margaret Thatcher que se funde con la versión del 'SOS' de ABBA a cargo de Portishead. El eco entre dos mundos que son el mismo.
Al margen de las aproximaciones (véanse 'Snowpiercer', de Bong Joon-ho y 'Nightcrawler', de Dan Gilroy) la filmografía ballardiana se reduce a cuatro largos y un cortometraje que apenas arañan la superficie de uno de los escritores más influyentes de la historia de la ciencia ficción.
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