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Ricardo Aldarondo
Jueves, 16 de junio 2016, 11:18
Hay actores que no solo tienen un carisma innato, que permanece inalterable casi en cualquier papel, sino que además consiguen una perfecta simbiosis entre persona y personaje. Ricardo Darín es uno de los más infalibles del cine moderno. Su credibilidad ganada a lo largo de los años, poco a poco, casi imperceptiblemente, está siempre a flor de piel. A Darín se le admira como actor y se le quiere como persona: no hay más que ver las pasiones y afectos que despierta cuando se pasea por el Festival de San Sebastián, no puede dar un paso sin que se le abalance alguien. No será un sex symbol del cine hollywoodiense, pero su magnetismo atrae a gentes de toda condición. Y no porque se haya dedicado a promocionar sus bondades: su sonrisa cómplice también se puede tornar en un rostro hosco y su talante amigable en afrenta para defender aquello en lo que cree. Es más bien una cuestión de saber estar, de dignidad y entereza, de volcarse en los personajes en busca de personas de verdad, con todos sus matices morales y vitales. A saber cómo es Ricardo Darín en la realidad, pero de su trabajo en pantalla se trasluce alguien en quien se puede creer, por el que se puede apostar casi con fe ciega, porque al menos dará todo de sí para que cada uno de sus personajes perviva. Serán fracasados o triunfadores, pero nunca afectados por la desidia o el automatismo.
Ricardo Darín vuelve hoy a nuestras pantallas y su presencia ya hace que 'Capitán Kóblic' gane en credibilidad, es garantía de un trabajo bien hecho. Además, este capitán Kóblic tiene un elemento que a Darín se le da muy bien: la hondura moral. Y conecta con algo que asociamos mucho al cine argentino, quizás demasiado porque hay otro cine argentino de muy distintas miras: la lectura, siempre necesaria, de los tiempos de la dictadura y de la difícil toma de postura ante una situación así. Este 'Capitán Kóblic', que constituye el nuevo paso del director de 'La suerte está echada' y 'Un cuento chino', Sebastián Borensztein, nos retrotrae 40 años a los tiempos de la dictadura argentina. El personaje que interpreta Ricardo Darín (rodeado por Inma Cuesta y Óscar Martínez) es un piloto de la Armada encargado de uno de los 'vuelos de la muerte' en los que se arrojaba a los disidentes apresados al mar desde un avión para intentar que desaparecieran sin dejar rastro. Kóblic, horrorizado quizás como el piloto que arrojó la bomba de Hiroshima, decide huir de esas misiones y se convierte de verdugo en perseguido.
Es curioso: aunque le habíamos visto ya un poco antes en nuestros cines, no fue hasta 'El hijo de la novia' (2001), con su descomunal éxito, cuando Ricardo Darín se convirtió en una figura apreciada y querida en España. Pero para cuando llegó esa conquista definitiva, Ricardo Darín ya llevaba casi 40 años haciendo cine y televisión... teniendo en cuenta que debutó con tres años. Algo anecdótico, sí, pero ya trabajó asiduamente en la adolescencia, sobre todo en televisión. Y en el cine argentino, y con mucha constancia, durante los 80 y 90: sería interesante un ciclo de esa época, y conocer su trabajo en películas que no llegaro aquí, como 'La playa del amor' (1980), filme primerizo de un gran director, Adolfo Aristarain, o 'Revancha de un amigo' (1987) de Santiago Carlos Oves. Algunos ya se quedaron con su cara en 'Perdido por Perdido' (1994) de Alberto Lecchi, que ya marcaba algunas constantes de su trabajo: ese cruce entre drama y cine negro en el que se ha movido con gusto y el estupor del ciudadano metido en laberintos incomprensibles que multiplicó las posibilidades de su naturalidad actoral en uno de los episodios de 'Relatos salvajes' (2014).
Perfectas dosis de contención y emoción
Darín, o Bombita para los amigos o para quienes se consideran como tales solo por la familiaridad que han establecido con el hombre que ven en pantalla, llegó para quedarse de la mano de Juan Jose Campanella, el director con el que ha hecho algunos de sus personajes más recordados: el ciudadano normal atrapado a lo largo de los años entre los vaivenes de un romance y las sacudidas de la historia de su país de 'El mismo amor, la misma lluvia' (1998); el agobiado y entrañable hombre en crisis que se siente en deuda por no atender a su anciana madre, entre otras cosas, de 'El hijo de la novia' (2001); el dueño de un club, también en la encrucijada, que trata de que no se hunda el negocio, y su vida, en 'Luna de avellaneda' (2004); y el agente judicial retirado que trata de reconciliarse con su pasado a través de un caso en el que estuvo involucrado y que no consiguió resolver. Todos ellos personajes en los que Ricardo Darín lograba combinar las perfectas dosis de contención y emoción, la mirada que lo dice todo sobre los dilemas de un hombre en la encrucijada y el gesto siempre preciso y natural para que un físico sin rasgos muy característicos o especiales se transforme cada vez en un personaje único y reconocible.
Pero en esa década gloriosa hubo mucho más para un Darín siempre sobresaliente aunque la película en la que brillaba su talento pasara algo desparcibida, caso de las notables 'La fuga' (2001) de Eduardo Mignona y 'El aura' (2005) de Fabián Bielinsky, o reconocidos éxitos de unos años en los que la entente entre el cine argentino y el español dio muy buenos frutos: el jugoso juego de apariencias de 'Nueve reinas' (2000); la emocionantísima relación paternofilial, de nuevo con el trasfondo de la dictadura, de 'Kamchatka' (2002); o la impactante tensión negra de 'Carancho' (2010), magníficamente dirigida por Pablo Trapero. Además, Fernando Trueba en 'El baile de la victoria' (2009) o Cesc Gay en 'Una pistola en cada mano' (2012) contaron con la garantía de calidad y veracidad que supone tener a Ricardo Darín.
Muchas de esas películas pasaron por el Festival de Cine de San Sebastián, que ha sido caldo de cultivo indudable para esa relación de admiración y confianza que el público establece con Darín. El año pasado, con otro de sus papeles que marcaban un hito de los muchos que tiene ya su carrera, el enfermo Julián despidiéndose del mundo de forma tan conmovedora como risueña junto a su amigo y su perro en 'Truman', de Cesc Gay, le valió la Concha de Plata al mejor actor en el Zinemaldia, ex-aequo con Javier Cámara, reconocimiento al unísono que luego se repitió en los Goya. Será uno de sus papeles más recordados, pero viendo la habilidad que tiene para escoger trabajos, o el talento para hacerlos memorables, Darín aún seguirá acumulando momentos estelares en una carrera que ahora mismo se ve de las más rotundas e intachables del cine contemporáneo.
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Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
Álvaro Machín | Santander
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