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Josu Eguren
Jueves, 6 de octubre 2016, 19:46
Patatas irlandesas, botes de mostaza antropomorfos, lechugas cantarinas tomates que hablan todas ellas podrían integrarse en la galería de secundarios de una secuela/spin off de 'Toy Story' pero no, no estamos hablando de una película para niños, sino del último grito en ... cine de animación cafre con el que Evan Goldberg y Seth Rogen ('Juerga hasta el fin', 'The Interview', 'Supersalidos') han violado el universo sentimental de John Lasseter, avalados por la complicidad de un gran estudio. 'La fiesta de las salchichas' (Greg Tiernan y Conrad Vernon, 2016), un festival de chistes soeces, gore vegetariano (al más puro estilo 'Happy Tree Friends'), humor garrulo y recitativos escatológicos, es mucho más de lo que da entender un poster que saluda a los espectadores con la imagen de una salchicha sonriente en erección; de entrada, pervierte el sentido al que se asocian las partituras de Alan Menken (compositor de 'Aladdin', 'La bella y la bestia', 'Enredados' y 'La sirenita') en una secuencia de presentación que significa el preludio de una pesadilla para los espectadores formados en la ortodoxia política de la factoría Disney, antes de atacar la cosmogonía judeocristiana y los accesos de islamismo radical. Disparando a todo lo que se mueve, y haciendo abuso de los estereotipos raciales en la presentación de sus personajes, Goldberg y Rogen -en su faceta de guionistas- reformulan el mito de la caverna aderezándolo con líneas sobre la caducidad y la obsolescencia que indirectamente remiten a 'La fuga de Logan'.
El más allá, un destino edénico para los alimentos que anhelan entrar en la lista de la compra de los clientes de un supermercado, se tinta de color sangre y savia vegetal cuando descubren el infierno que les aguarda poco después de atravesar los límites de su pequeño limbo artificial. Del romance porno entre un Frankfurt cachondo y una bollito de pan devota y pudorosa (no se puede ser más explícito en la representación de vaginas y formas fálicas) nace una rebelión que derriba un sistema de creencias oscuro para culminar en una orgía que por sí sola justifica el peso de una calificación por edades que no ha impedido que 'La fiesta de las salchichas' lleve acumulados casi 125 millones de dólares de recaudación.
La parodia de los hits de Pixar estaba ahí, al alcance de la mano, pero pocos son los elegidos para llegar al gran público cargando con la temida etiqueta de cine de animación adulto que lleva décadas proscribiendo autores y condenandolos a los círculos de la clandestinidad. Ilustres excepciones como 'South Park: Más grande, más largo y sin cortes' (1999) y 'Team America' (2004), de Trey Parker, Matt Stone y Pam Brady, no son suficientes para llenar un vacío que plataformas digitales y cadenas de televisión como Adult Swim -la filial adulta de Cartoon Networks- han sabido explotar con producciones que en muy poco tiempo han adquirido el estatus de series de culto. Las efervescentes 'Archer Vice', 'BoJack Horseman' y 'Rick y Morty', y otras como 'American Dad' y 'Padre de familia', no se entenderían si obviasemos la brecha que abrió Mike Judge en los 90 con 'Beavis y Butthead' (1992) y 'King of the Hill' (1997).
Pero para rastrear la perversión sinuosa del trazo animado habría que remontarse cientos de años antes de que los hermanos Lumière patentasen el cinematógrafo, inmediatamente después de la Edad Media, y en los albores de un siglo en el que los folioscopios con escenas eróticas sirvieron como instrumento para dar rienda suelta a la lujuria pecaminosa cuando Peter Mark Roget aún no había publicado su estudio sobre la persistencia retiniana.
La perfección de aquellos ancestrales ejercicios de pornografía rudimentaria culminaría en 1929 con el pase furtivo de 'Buried Treasure', un cortometraje en honor de Winsor Mccay que sirvió para honrar al gran pionero del cine de animación americano con una colección de secuencias de alto contenido sexual narradas en clave de humor en cuyo diseño y elaboración participaron titanes como Max Fleischer ('Betty Boop' y 'Koko el payaso') y Paul Terry (El Super Ratón).
Pasarían décadas hasta que Ralph Bakshi se asentase como el grn referente del cine de animación adulto con el encadenado de 'El gato Fritz' (adaptación de la obra homónima de Robert Crumb), 'Coonskin' y 'Heavy Traffic', dando pie para que surgiesen proyectos del alcance y ambiciones de 'Rock & Rule' (Clive Smith, 1983), en la antesala del título con el que Robert Zemeckis recuperó el interés de los grandes estudios por un arte al borde del desahucio: '¿Quién engañó a Roger Rabbit?' (1988).
Dejando a un lado el anime, y las infinitas derivaciones del hentai (el manga y el anime de contenido pornográfico), el refugio de los espectadores occidentales de cine de animación adulto ha sido escaso lejos del circuito de festivales especializados, ya no hablemos de España, donde el panorama es desolador. Pese al recuerdo imborrable de clásicos como '¡Vampiros en La Habana!' (Juan Padrón, 1985) e 'Historias de amor y masacre' (una selección de cortos de Óscar, Gila, Ivà, Perich, Chummy Chúmez y Jordi Amorós), la industria de la animación española ha vivido de espaldas al público adulto para concentrarse en hacer caja con rampantes productos televisivos de dudoso mérito. Kamikazes como el artista valenciano Sam Ortí -que engordó su interesante filmografía ('Encarna', 'Vicenta', 'El ataque de los Kriters asesinos') con el estreno de 'Pos eso' (2014)- y Pedro Rivero -director de 'La crisis carnívora' (2008) y coautor, junto a Alberto Vázquez, de trabajos multipremiados como 'Birdboy' (2010) y 'Psiconautas' (2015)- son la excepción a una norma que condena al ostracismo cualquier síntoma de humor bizarro.
Siguiendo el consejo de Pedro Rivero (que ha colaborado en la redacción de este artículo poniéndome sobre la pista de un abanico retorcido de cineasta notables), les animo a que apunten los nombres de David O'Reilly, Igor Kovalyov, Phil Mulloy y Renata Gasiorowska, directores que asoman desde los márgenes a los que pertenece 'Nerdland' (2016), la opera prima de Chris Prynoski -veterano de series como 'Metalocalypse'- en la que han participado Paul Rudd y Patton Oswalt.
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