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eduardo r. paneque
Jueves, 23 de febrero 2017, 18:32
Denzel Washington apuesta por caballo ganador en su tercera película como director. No solo reutiliza la obra de August Wilson galardonada con el Premio Pulitzer en 1987- sin molestarse en cambiar una punto o una coma, y se vuelve a quedar con el papel de Troy -a quien ya interpretara en la versión de Broadway que dirigió Kenny Leon en 2010- sino que, además, elige a la misma partenaire que entonces, Viola Davis. ¿Por qué cambiar aquello que reportó tres galardones sobre diez -actor, actriz y 'mejor revival'- en los Premios Tony de aquél año? Cuatro nominaciones en los Premios Oscar parecen darle la razón.
Pero acumular candidaturas no eleva una película a la excelencia -véase 'La la Land'- y Denzel Washington obvia que hacer el cine también es imagen y no solo la carga emotiva de sus palabras. Consciente de ello o no, siempre podrá acogerse a la máxima de 'esto es un homenaje al cine de Hollywood de los años 60', época en la que proliferaban las fieles adaptaciones teatrales de largos monólogos e incómodos silencios. Porque en eso, 'Fences' sí consigue el sobresaliente.
En una escala fictica donde se midieran las adaptaciones teatrales y un extremo fuera ocupado la extridencia en el duelo interpretativo Julia Roberts-Meryl Streep ('August: Osage County), Washington-Davis serían la antítesis, contenidos y cero sobreactuados. ¡Cualquier diría que es la misma actriz a la que Shonda Rhimes somete todas las semanas a las más surrealistas situaciones en 'How to get away with murder'! Aunque la aparente monotonía de aquí, de Troy y Rose, que transurre tras la 'verja', hace las veces de línea separadora entre vidas triunfadoras y fracasadas, entre las que miran con resignación al pasado y las que miran al futuro con esperanza.
Es, precisamente en todas estas vidas vividas y por vivir, donde surgen las contradicciones del protagonista (Troy), quien se mueve mejor en la lucha y el dolor de un padre negro revisitando su propio pasado a través de los ojos de sus hijos. Jjusto ahí, en la transcripción de la complejidad de los sentimientos humanos, es donde la película gana enteros y muestra el poderío de las letras de August Wilson.
Cada personaje invitado a pasar tras la 'verja' tiene una historia, una narración en sí misma y un relato que, de una forma u otra, acaba desembocando en Troy. Los hijos, Cory (Jovan Adepo) que quiere ser estrella del béisbol y es boicoteado por su propio padre, y Lyons (Russell Hornsby), fruto de otro matrimonio para quien su intento de ganarse la vida como músico de jazz necesita la aprobación de su padre; el de su hermano Gaby (Mykelti Williamson) discapacitado mental desde la Segunda Guerra Mundial; o el de su mejor amigo blanco Bono (Stephen Henderson) con el que Troy pasa las tardes de los viernes.
Mientras que el mayor reto de 'Fences' es hacer entender al espectador una cotidianeidad que probablemente, décadas después de haber sido escrita, le resulta un tanto lejana, el amor, en cambio, es universal y transversal al paso de los años. La dramática historia de amor, feroz y emotiva a partes iguales, es la que marca el punto de inflexión en el relato. La que tiene a Rose como eje central en torno al cual giran el resto de personajes dado que es ella la que mantiene la familia unida, la que ha aprendido a vivir con Troy, la que le impide cruzar la línea, la que contiene su ira por un bien superior.
'Fences' transcurre lenta y tranquila, contemplativa y conformista, a través de las vidas de una serie de personajes afroamericanos en la América de los años 50, sin que la cinta pueda catalogarse de racial, o tan solo tangencialmente. La película donde la palabra manda y donde todo lo demás se desvanece a su paso. Por todo, quizá, la sala de cine no sea el mejor lugar para disfrutarla.
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