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Borja Crespo
Jueves, 9 de marzo 2017, 16:55
En Hollywood buscan desesperadamente nuevas fórmulas para llevar al espectador a las salas, sobre todo al público juvenil. En su lucha constante por mantenerse en lo alto del negocio del entretenimiento, esquivando las embestidas de la industria del videojuego, que no para de crecer y ... ya está por delante en el podium del ocio amasando pingües beneficios, el cine comercial parece limitarse a reciclar más que inventar, a tirar de viejos éxitos, su lista de grandes hits, para enganchar a la audiencia. No le vale únicamente con rehacer títulos de antaño con pegada, adaptándolos a los nuevos tiempos, esos malditos remakes que nos señalan el paso del tiempo, optando cada vez más por relanzar franquicias, lo que se llama reboot en al argot cinematográfico, léase algo así como «volver a empezar con lo mismo».
La cultura de la nostalgia se ha convertido en una fuente de ingresos aparentemente inagotable: los padres intentan inculcar su pasión por la infancia recuperada a sus retoños, en una cadena sin fin. Cuesta cada vez más hacerse mayor, culturalmente hablando, a tenor de la cantidad ingente de merchandising que se mueve en esta dirección. El amor por los años 80 rompe la pana, pero iconos clásicos de toda la vida, del cine y la literatura, también llaman la atención de los productores avispados que buscan desesperadamente una pepita de oro en el río de proyectos.
King Kong, el gorila de inmenso tamaño con malas pulgas que destroza aviones agitando su puño en lo alto del un edificio de Nueva York, nada más y nada menos que el Empire State, es historia del cine, especialmente del género fantástico, por algo es el logo del festival de Sitges. Desde su debut cinematográfico en 1933, en un filme de culto a rabiar, ha parecido en multitud de medios. En 2005 el cineasta Peter Jackson quiso relanzarlo, con desigual fortuna. Ahora este monstruo entrañable que encarna el mito de la bella y la bestia -tiene su corazoncito- vuelve a la carga.
Necesariamente cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero vivir aquellos maravillosos años, dar al play en la cinta de greatest hits, escuchar y ver lo que nos fascinó en edad de crecimiento, parece ser la meta de un alto porcentaje de público consumista. Así se entiende el fenómeno.
El origen de la bestia
Kong: La Isla Calavera supone el enésimo intento del negocio hollywoodense en su imparable cruzada por perder los papeles a base de azotar al espectador con viejas ideas replanteadas, masticadas y aceleradas. El relanzamiento de franquicias y películas de antaño, rehechas acorde a los dispersos tiempos que corren, donde la fragmentación audiovisual manda, está tan al orden del día que llega a cansar hasta al público más entregado (las redes echaron humo con las nuevas cazafantasmas), pero a pesar de que la fórmula no siempre funciona, o no lo suficiente, nos llegó en verano un nuevo Tarzán, y ahora se estrena una revisitación del mítico King Kong, la gigantesca bestia enamorada, con una aventura original dirigida por Jordan Vogt-Roberts, que viene de firmar la emotiva Los reyes del verano, que tiene poco que ver con la producción que ocupa estas líneas, y algunos capítulos de series de televisión como la desternillante Eres lo peor.
Protagonizada el show de acción y efectos visuales en terreno selvático Tom Hiddleston (por favor, hay que verle en High-Rise), Brie Larson, Samuel L. Jackson y John Goodman. El origen de King Kong, figura esencial del cine de terror, es replanteado en Kong: La Isla Calavera. Junto a Drácula, el Hombre Lobo, la Momia o Frankenstein, por citar monstruos clásicos esenciales, forma parte de la memoria colectiva.
Aquí habita en una isla del Pacífico, a la que va a parar un equipo de exploradores. El misterioso lugar no aparece en el mapa, por supuesto, y brinda a los aventureros un buen puñado de inesperadas sorpresas, no todas agradables.
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