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José Carlos Rojo
Miércoles, 18 de enero 2017, 11:43
La universidad se convierte en estos días en un hervidero de nervios porque los exámenes arrancan mañana. Pasillos, aulas y bibliotecas se abarrotan de estudiantes que a veces van contrarreloj.
Algunos, los más críticos, cuestionan la misma evaluación. Se preguntan si el planteamiento de las ... pruebas es el más adecuado para valorar el nivel de conocimientos; si realmente se está aplicando la filosofía de evaluación continua que estipula Bolonia; o si el modo de enfrentar la hoja en blanco es funcional de cara a mejorar su competencia en el futuro laboral.
«A veces uno piensa si con ciertos tipos de exámenes el profesor puede conocer de verdad el conocimiento que alguien tiene sobre una materia», explica Javier García, estudiante de Ingeniería Eléctrica. «Me refiero a algunas pruebas tipo test en que las respuestas son tan similares que me parece que no sirven realmente para conocer el conocimiento del alumno, sino para hacer una criba que parece que tiene que haber en la universidad», protesta.
Su titulación es la que bate el récord de alumnos no presentados a los exámenes, según las propias cifras publicadas por el Servicio de Gestión Académica de la Universidad. Un 33,27% de los alumnos no acude a las pruebas. «Para que nos hagamos una idea, en primer curso somos unos 100 y en tercero ya quedamos solo 30», matiza el joven.
Los que tiran la toalla
Otras dos titulaciones que presentan el mismo problema de absentismo a los exámenes es el Grado de Recursos Mineros y el de Electrónica Industrial y Automática, con un 32,42% de bajas en las pruebas y otro 32,01%, respectivamente. En el polo opuesto se encuentra el grado de Física y Matemáticas, con un índice de aprobados de 96,39%, seguido de Enfermería y Estudios Hispánicos, con 94,08% y 94,32%, respectivamente.
«Hay carreras que plantean las cosas de una manera y otras de otra, supongo. Ocurre como con las guías docentes, que se suponen que deben marcar las directrices de la evaluación. Pero a la postre es cosa de cada profesor. A veces existen, y a veces no. En ocasiones se siguen, y en otras no». La afirmación de Marina López, en segundo curso del Máster de Caminos, es compartida por el común de los alumnos del campus cántabro.
De cada profesor depende también el planteamiento del examen. Por norma general, los jóvenes prefieren los entornos prácticos. En cierto modo se acercan más a la realidad que encontrarán en el mundo laboral. «Lo que nos gusta es utilizar todo lo que aprendemos para resolver problemas reales que se puedan plantear», esgrime Diego Cabanzón, de Historia. «Aprendemos muchos conocimientos de memoria y no tiene mucho sentido volcarlos sobre un papel sin más. En mi caso me gustan más los comentarios de texto, la relación de conceptos, los análisis, etc», explica.
Su compañero de aula, Víctor Martínez encuentra un inconveniente a esa misma idea: «La contrapartida es que a veces esos exámenes tan abiertos no reflejan del todo si tienes un conocimiento superficial de la materia o de veras has profundizado en su estudio», concreta. «Entiendo que es complicado poner un buen examen, pero ahí está la clave para que se pueda medir de verdad el conocimiento de alguien».
La controvertida evaluación continua es otro de los frentes de batalla de los universitarios. Bolonia estipula que todo plan docente debería contemplar un aprendizaje basado en las pruebas continuadas a lo largo del cuatrimestre. Un sistema que ayuda al alumno a llevar al día la materia y que acumula calificaciones en forma de trabajos prácticos y exámenes parciales. «¿Pero quieres saber la verdad? En la mayor parte de las veces lo que ocurre es que te la tienes que jugar en un examen final», lamenta Jaime Guerra, en Ingeniería Eléctrica. «No creo que sea la mejor manera de evaluar lo que realmente sabes, porque pueden ocurrir varias cosas. Una de ellas, por ejemplo, que tengas un mal día y te cueste centrarte. Si ocurre eso, estás perdido», señala. A veces es fácil pensar en que se llegue a una situación semejante. Especialmente cuando las pruebas se alargan en el tiempo hasta jornadas maratonianas.
«Entre unas cosas y otras hemos llegado a tener exámenes en que nos sentamos a las 8.00 y terminamos a las 14.00». «Estás en tensión y te centras, pero es lógico pensar que no vas a poder rendir al 100% durante todo el tiempo», señala.
Nervios traicioneros
En las titulaciones de Ciencias el panorama es similar. «En una asignatura de computación y dibujo tenemos un examen que consta de tres horas de teoría y otras dos de práctica con ordenador. Eso es cansado, pero creo que te puedes acostumbrar si vas mentalizado. Lo que puede salir mal es que si eres un poco nervioso y te desconcentras, puedes tener problemas para aprobar pese a tener un buen nivel de la asignatura», denuncia Sofía Santos, en el grado de Física.
La lógica indica que lo correcto sería encontrar el equilibrio entre la teórica y la práctica. Que los exámenes tipo test son de fácil corrección, pero no son lo más eficaz para evaluar conocimientos. Puede que un reglamento que imitara la duración de las pruebas ayudara a que las jornadas frente a la hoja en blanco no fueran interminables. Y por encima de todo, cualquier alumno coincide en que es obligatorio que cada profesor informe sobre la guía docente. «La verdad es que en esta facultad no nos podemos quejar, las cosas se hacen bastante bien; aunque piensas si de verdad Bolonia tiene sentido porque hay profesores que no lo siguen», completa Silvia Fernández.
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